Capitulo 8 (borrador)

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Relata Zoe

Me llevó a su casa, me cuidó, me hizo el desayuno. En muchos aspectos, fue perfecto, pero sabía que nunca me amaría de la manera en que yo lo hago.

Me fui a recostar un rato porque en verdad me sentía cansada y mañana tenía que ir al colegio.

Desperté con el sonido de la cocina. Al bajar, me encontré con mis padres charlando animadamente.

—Hola, papis, los extrañé —corrí a abrazarlos.

—Hola, mi amor, nosotros también te extrañamos. Pero mañana por la mañana nos vamos de vuelta a Cancún. Tenemos que cerrar un trato con una importante familia de allí y recorrer unos edificios —dijo papá.

—Oh, antes no viajaban tanto. Yo los extraño.

—Hija, ya eres grande, tienes que ser más independiente.

—Pero mamá...

—Sin peros, ve a ducharte y baja a cenar.

—Sí, mamá.

Cuando mis padres eran así, en cierto modo me cansaban. Nunca antes en mis 16 años habían viajado tanto por negocios. Quizás cuando yo era más pequeña no querían dejarme a cargo de una niñera. Aunque, a decir verdad, la idea de una niñera me daba escalofríos, especialmente después de todo lo que había pasado.

Entré a la ducha y, de manera inesperada, me acordé de Dylan. Era como si mi mente tuviera un control remoto que lo encendía y lo programaba para que apareciera en mis pensamientos. Quizás estaba paranoica.

Treinta minutos después, terminé de ducharme y bajé a cenar. La cena estaba servida: pollo a las finas hierbas. No era una de mis comidas preferidas, pero la comía. Había visto muchos documentales sobre la situación en África y cómo muchos niños luchan por lo que tienen. Eso me enseñó a no desperdiciar la comida, aunque no me guste.

Terminé de cenar y me cambié para dormir. Aunque era invierno, tenía la calefacción a tope, así que dormía en shorts y musculosa. Muchas amigas me han preguntado por qué no duermo en ropa interior como ellas, pero no le veo la necesidad. ¿Qué gano con eso? Quizás un resfriado o, peor aún, que un asesino cereal me encontrara y me destripara lentamente.

Me quedé dormida pensando en mil tonterías, como cada noche.

A las seis de la mañana sonó mi alarma. Me levanté con toda la pereza del mundo e hice mi rutina diaria. No me bañé porque ya lo había hecho anoche. Escogí mi outfit: un suéter a rayas con unos jeans chupín negros, una chaqueta negra y unas botas.

Me puse un poco de rímel y labial, alisé mi cabello, agarré mis libros y bajé a la cocina. Encontré una nota en la mesada:

"Hija, nos hemos ido a las cuatro. No te hemos despertado porque te veías hermosa durmiendo. Te queremos mucho. Mami y papi."

Okey, qué linda es mi vida (sarcasmo). Se me fue el apetito.

Pasó Brenda a buscarme, y le dije que mejor vayamos caminando, ya que el día estaba lindo. Así que nos dirigimos al colegio.

En la entrada, nos cruzamos con Dylan, que ni nos miró. Qué raro...

Pasaron las horas aburridas hasta que llegó la clase de Dylan. Estaba serio, pasó lista y en ningún momento me miró. ¿Qué carajo le pasa?

Terminó su hora y yo, más enojada no podía estar. Primero me trata bien y luego me ignora por completo. ¿Quién se cree que es?

Salí porque nos avisaron que la profesora de la última hora faltaba, así que quería irme a casa lo más rápido posible. Iba por el pasillo cuando vi a Dylan conversando con una rubia cara de arpía. Me vio, se abalanzó hacia ella y la besó. Sentí que mi mundo se desmoronaba y que caía lentamente en un precipicio. Mis ojos comenzaron a aguarse, y pasé corriendo por delante de ellos lo más rápido que pude.

Relata Dylan

Entré a la clase donde tenía a Zoe, mi alumna preferida. ¿Qué puedo decir? Dicen que no hay que tener favoritismo hacia los alumnos, pero Zoe era mi excepción a la regla.

Aunque estaba mal que mis ojos la vieran como lo hacen, con lujuria, deseo, pasión, desenfreno, quería ponerla en mi cama de mil maneras posibles, hacerla sentir como nadie la haría sentir jamás, pero era su maldito profesor.

A lo sumo, podría hacerlo una vez, pero ella no me desea como yo la deseo. 

Salí del salón antes que ella y me dirigí a la salida. Allí me estaba esperando Charlotte, la siempre no simpática y falsa. Quería hablar conmigo sobre lo que fuera, pero lo único que hacía era asentir y esperar a que Zoe apareciera.

Cuando la vi, agarré a Charlotte de las caderas, la pegué junto a mí y la besé con dureza, imaginando que era Zoe. Apreté su trasero de silicona mientras en mi mente estaba Zoe jadeando mi nombre. Miré de reojo y vi que las lágrimas caían de los ojos de Zoe. No podía verla así, pero era lo mejor para ambos. Todo lo que podía darle era placer, un placer incontrolable, pero ella no quería eso. Ella quería amor, y yo no podía permitir que una chica se enamorara de mí.

Solté el asqueroso culo de Charlotte y la aparté con un empujón.

—Si quieres sexo, sabes dónde encontrarme —le dije con frialdad.

Fui a mi auto y me dirigí a casa. Abrí la habitación de huéspedes. Aunque suena cliché, no iba a dejar que su cuerpo estuviera en mi cama. Solo a Zoe la había hecho acostar allí y no me resultaba para nada gracioso.

Sonó el timbre y no tuve necesidad de mirar; sabía quién era. Abrí la puerta y tomé a Charlotte del brazo, la apoyé contra la puerta y la besé apasionadamente. Le pedí que cruzara sus piernas en mi regazo y la dirigí a la habitación de huéspedes. Una vez allí, la tiré sobre la cama y arranqué su ropa sin piedad.

—¿Qué haces? —preguntó Charlotte, pero la verdad es que no me importaba.

Mientras ella intentaba sacarme la ropa lentamente y repartía besos en todo mi cuerpo, me estaba cansando. No quería romanticismo. La aparté de un empujón.

—Aparta, Charlotte —le dije con brusquedad.

Saqué un preservativo que tenía en el pantalón, lo que menos quería era un hijo de Charlotte. La penetré de una estocada. Ella dio un gritito y la levanté de la cama, la penetré contra la pared mientras ella intentaba marcarme el cuello con sus besos.

—Ni se te ocurra —le advertí.

—Ah, más rápido, Dy —gimió.

Ignoré completamente lo que decía y me centré en mi propio placer. Finalmente, me corrí brutalmente, liberando toda la tensión acumulada. Charlotte también se corrió poco después.

Estaba agotado. Me salí de su interior rápidamente y le dije que se vistiera.

—Coge tu ropa y vete. Te llamaré un taxi.

—Pero Dy, la noche es larga, quiero más sexo contigo...

—Joder, vete. Entiende que para mí solo fue un polvo más. Vete.

—Hijo de puta, que sepas que la tienes chiquita.

—Puede ser que tú la tengas tan abierta que nada te funcione. Vete.

No me gustaba tratar así a las mujeres, pero Charlotte se lo había ganado desde hace dos años. Su comentario sobre mi miembro no me afectaba; creo que hasta me sobra. A veces me molesta, y me alegra no haber tenido que desvirgar a una chica porque siento que la lastimaría.

Quemada por la pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora