Guerra y Paz

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Cuando la semana comenzó en lunes había decidido no ir a la escuela así que nunca salí de mi habitación, mis padres tampoco habían intentado entrar, era de suponer que estaban dándome espacio para reponerme y seguir adelante, pero la verdad es que eso sonaba muy difícil en estos momentos.

Mi teléfono había sido confiscado así que no podía hablar con Wyatt por ningún medio existente, todo me parecía tan injusto pero a la vez pensaba que tal vez mis padres tenían razón, tal vez debía aceptar que él no era lo mejor para mí, después de todo ni siquiera era para mí de ninguna forma, sólo éramos amigos, él quería eso, como si alguna vez en serio hubiese tenido una oportunidad.

— ¿Creen que soy fea? — pregunté un día durante la cena, era miércoles y aún no había ido a la escuela, me había perdido dos exámenes importantes, mi madre tuvo que llamar y decir que estaba enferma para que me los suspendieran hasta la próxima semana, semana a la cual no creía llegar con vida.

— Claro que no cariño, eres hermosa — dijo mi madre, mentiras, yo sabía la verdad y la verdad era que yo era horrible o por lo menos lo suficientemente horrible para no gustarle hasta al chico más inadecuado del mundo.

Acéptalo Daniella, los príncipes azules, ni los lobos disfrazados de príncipes se enamoran de las chicas gordas, porque si al final del día eso era todo lo que yo era, una chica gorda que no hacía más que comer y comer en vez de enfrentar el mundo con valentía y hacer algo realmente útil para mejorar las cosas.

El viernes Ámbar vino a mi casa luego de la escuela, traía más libros de lo habitual en su mochila, se suponía que me traía deberes pendientes, pero en las semanas de exámenes nadie dejaba deberes y si lo hacían era para entregar al finalizar el verano.

— ¿Qué hay?— ella preguntó y se sentó en mi cama, yo me encontraba leyendo un libro en PDF desde mi laptop sin Internet, ya que también lo habían confiscado de alguna forma.

El general y su laberinto, de Gabriel García Márquez, no había encontrado la traducción al inglés y la verdad es que mi español no era tan fluido como debería, aun así estaba haciendo un esfuerzo, ese fue el último libro que había estudiado con Wyatt, era especial, marcaba el final de una fantasía maravillosa.

— ¿Zeta, me escuchas?— insistió ella tratando de llamar mi atención alzando un poco más la voz.

En realidad me sentía un poco enojada con Ámbar, aunque ella no tenía la culpa, mis padres habían descubierto todo por uno de sus mensajes en mi celular, un mensaje que yo debí haber visto antes y eliminado.

— ¡Zeta! — continuó esta vez aún más alto y lanzándome una de las almohadas, su objetivo había sido conseguido.

— ¿Qué quieres?— dije algo alterada, vi como sus ojos demostraban inseguridad y miedo de hablarme, tal vez exageré con todo mi comportamiento.

— Pensé que nunca nos enojaríamos por un tema tan tonto como un chico — dijo a pesar de estar temerosa, así era ella, valiente, todo lo contrario a mí.

— No estoy enojada por un chico. Estoy enojada porque no sabes limitarte, Ámbar. Te pedí que no me contaras nada y aun así lo haces y de paso mis padres terminan leyendo todo.

— ¡Oye!, no puedes culparme por eso, mi mensaje no era para tus padres, era para ti. Además, ya habías decidido que querías saber lo que pasaba.

Ella tenía razón en sus dos puntos, aun así no podía dejar de sentirme frustrada e impotente ante todo eso.

— Sólo te dije que me lo contaras porque tú insististe demasiado, Ámbar — estaba buscando excusas para culpar a alguien, eso era idiota y de mal gusto.

365 días pero solo un 14 de febrero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora