P r ó l o g o

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Noviembre 7, 2009

Portland, Maine.

No estaban. Simplemente... no estaban aquí. Recuerdo haber despertado con el sentimiento de otro sábado en la mañana completamente normal, pero mientras me encontraba observando su cama destendida, sus abrigos colgados y sus teléfonos celulares en la mesa, sabía que era todo menos normal. El silencio era tan aterrador, y aunque era una mañana fría, sudor corría por mi frente, mi espalda; por todo mi cuerpo. 

Esto tenía que ser un sueño. 

—¿Mamá?¿Papá?—mi voz salió débil, cansada de tanto gritar. Mi cerebro intentaba pensar en cualquier otra explicación razonable; se fueron de viaje, salieron a tomar un paseo, esto es una broma, esto es una broma... no dejaron nota, dejaron sus cosas, esto es una broma, no es real. No es real

Pasé todo el día, dando innumerables pasos alrededor de nuestra pequeña casa. El tiempo pasó y pronto el sol se despidió, burlándose de la poca esperanza que me quedaba. Fue cerca de la medianoche cuando caí rendida a mis pies y las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas. 

Mis padres no estaban.

Mis padres habían desaparecido.



El Caso De La Familia RossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora