C I N C O

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Después de la clase, me encontraba caminando hacia la siguiente clase después de una parada en el baño, cuando mi cabeza empezó a doler de una manera insoportable. Mi estómago revolcó y casi chillé del dolor. Los pasillos pronto se vaciaron, solo yo con mi estómago completamente vacío. Mi vista se empezó a distorcionar. Empecé a caminar, apoyándome con la pared. 

Sábado, domingo, lunes, martes... cuatro días. No comí nada. Por qué, por qué. Qué estúpida. 

Caí al suelo. Mis ojos se cerraron como un par de imanes y todo se volvió negro.

...

Cuando mis ojos se abrieron, llevé mis manos hacia ellos y los tallé con fuerza antes de levantarme de una camilla y un cuarto blanco que supuse era la enfermería. Una mujer de unos años más grande que yo apareció y sonrió.

—Que bueno que despertaste, debiste de haber desayunado algo esta mañana...—vaciló por unos momentos—Hablamos con tus padres, entienden que últimamente las situaciones han estado... difíciles. Pero tienes que saber que el consejero escolar, yo y tus padres estamos aquí para escuchar cualquier problema que tengas respecto a... la alimentación. 

Abrí mis ojos, sorprendida. —¡No! No se preocupen, no tengo ningún problema con la alimentación... es solo que, he tenido mucho estrés últimamente. No he tenido tiempo. 

—Bueno, cualquiera que sea tu problema, sabes que puedes contar con nostros... no vamos a juzgarte, solo te ayudaremos. ¿Está bien?—asentí tímidamente. ¿Qué pensaran los Ross acerca de esto? 

La puerta de cristal del cuarto se abrió bruscamente y un chico con futuros moretones en la cara entró. La enfermera puso sus ojos en blanco.

—¿Ahora qué quieres?— me sorprendió el tono irritado en su voz.

—Una pelea, ¿qué más te parece?—dijo con un desinterés aparente. 

—Te he dicho tantas veces que dejes de meterte en cosas que no te incumben. Esto ya se está haciendo rutina.—se levantó de la silla y abrió nun botiquín de primeros auxilios. —Ven.—el muchacho se acercó y era unos centímetros más alto que la enfermera, esta empezó a aplicar árnica por toda su cara y tuvo que colocar cinta médica en una herida abierta por encima de su ceja. —¿Qué les dirás?— preguntó preocupada. Por un momento pude notar un ligero parentesco entre los dos. Caí en la cuenta de que este chico era el mismo de mi clase de biología, el que el profesor detestaba al parecer. 

—Que me he tropezado con algo y me caí de las escaleras. 

Sintiendo que estaba entrometiéndome en algo ajeno, decidí ignorarlos y vi un sándwich (de no sé que) junto con un jugo de naranja al lado de mi en una mesilla. 

Tomé el sándwich y me lo llevé a la boca.

 No sé si hice mucho ruido o algo por el estilo, pero los dos me voltearon a ver.

—Me alegro que hayas decidido comer. 

—Claro...¿Ya puedo irme?— miré discretamente al chico.

—Sí, sólo no olvides comer a diario, y recuerda estoy aquí para hablar si queires...—Le di las gracias  y me salí de la enfermería.

...

No me gustaba para nada la soledad de comer sola en la escuela, pero qué podía hacer.

—Hola... ¿puedo sentarme?—una voz se escuchó detrás de mí y volteé enseguida. Era el chico de los moretones. Aún con todas las heridas, no podía ignorar lo bien que se veía. Intenté no sonrojarme. 

—Eh... no sé, estoy muy abrumada, han pasado tantas cosas y...—llevé las yemas de mis dedos a mi sien, creando círculos para calmar mi dolor de cabeza.  

—Qué coincidencia, yo también.— se sentó al lado de mí.—Soy Matthew, pero puedes decirme Matt—esbozó una sonrisa y me estrechó la mano.

—Soy Audrey,—le repetí el gesto.

—¿Algún apodo en especial? 

—Audrey, ¿Qué acaso hay un sobrenombre para eso?—pregunté amablemente y se quedó pensando unos momentos. Me acordé de mi mamá y su apodo para mí, pero preferí guardarlo. Hizo una mueca algo graciosa antes de negar y yo —Oye, ¿Qué pasó en la enfermería? ¿Por qué tienes eso?—pregunté muy directamente, señalando su cara.

—Una pelea, nada más. Es común.—asentí, intentando comprender qué de común sería estar en una pelea. 

—¿Sabes qué pasó conmigo? Caí en medio del pasillo y no sé...— pregunté nerviosa, y él dirigió su mirada lejos de mis ojos.

—Ah, eres la plática de todos en este momento.—genial —Creo que... si bien escuché, cuando se acabaron las clases alguien te encontró y te llevó con mi herma... a la enfermería.—dijo con intentando no tartamudear lo que probablemente eran mentiras. 

—¿Hermana?

—No yo... yo no quise decir eso.—llevó una mano a su nuca y rascó. 

—Claro...— asentí exageradamente y me levanté del pasto—Me voy y... me saludas a tu herma.. ah no, me saludas a la enfermera.—dije con una sonrisa, una confianza extraña innundando mis acciones. 

—Espera, no... Audrey.— se levantó rápidamente.

—De verdad me tengo que ir, no me gusta la gente que miente...

—Esta bien, sí. Es mi hermana, ¿feliz?— sonreí y regresé al lugar a sentarme.

—Oye...Matthew, ¿Te puedo preguntar algo? Pero no me veas como extraña ni nada.—asintió sentándose de nuevo a mi lado.—¿Te he visto por alguna parte? Claro...que no sea aquí.—frunció el ceño confundido.

—No lo creo, no.— aseguró. Sin embargo, sabía que lo había visto en alguna parte, y rasqué mi cerebro por respuestas hasta que...

—¡Oh! Ya sé, ya sé! Te vi afuera de la casa de los Ross!—empecé a gritar, un tono triunfal en mis palabras. Matthew frunció el ceño.

—¿Los Ross? ¿Mis vecinos?—preguntó confundido. Asentí. 

—Sí, eras tú. El que estaba gritando y peleándose con su...—me callé cuando me di cuenta de mis palabras. Estúpida, estúpida. Ahora me miraba con una cara tensa y de enojo.

—¿Disculpa?

—Eh... no, nada. Yo... ahora que lo pienso, no. Mi mente te confundió, olvídalo ¿sí?—me comenzaron a sudar la manos. Su silencio me respondió que bien sabía que estaba mintiendo. Solté un suspiro—De verdad no fue mi intención, estaban gritando y se escuchaba todo y estabas peleándote con un señor y...—me sequé el sudor de mis manos en los pantalones que traía.

Frunció más el ceño. —¿Qué hacías en la casa de ellos?

—Eh...—no podía decirle que vivía en el sur y que mis padres desaparecieron y ellos me adoptaron temporalmente y desde se día mi vida ha estado empeorando poco a poco, apenas lo conocía.

—¿Eh...?—me imitó.

—Intercambio. Estudiante de intercambio, recién llegada. Aprendiendo más francés, ¡Bonjour!—mentí.

—Claro, los Ross no son voluntarios para los chicos de intercambio.

—¿Tú que sabes? Se ofrecieron para cuidarme por este semestre.

—Porque los Ross no soportarían tener otra niño en su casa. No lo creo.





El Caso De La Familia RossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora