CAPÍTULO 13

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Las celebraciones de la Fiesta de la Libertad dieron comienzo la segunda luna llena del mes. Bajo la paradójica Luna Azul, llamada así desde tiempos ancestrales, al tratarse de la luna llena extra anual, la que hace que sumen trece lunas. Esa era una circunstancia que en la antigüedad sólo sucedía cada dos años y medio, y que tras los impactos y el consecuente cambio de trayectoria del planeta pasó a ser un fenómeno que sucedía cada década.


El primero de los días de la conmemoración fue dedicado al respeto a los valientes que perecieron en dicha campaña bélica. Por lo que se sucedieron diversos actos, en los que la capital entera guardó silencio. Un silencio profundo. Además los servicios públicos y privados se redujeron al mínimo. Las personas se habían preparado para ese primer día, y el recogimiento y la meditación prevalecieron. Se produjo así un acto muy inusitado y exclusivo, sólo llevado a cabo en aquella colonia y en aquellas fechas concretas. Las esferas funerarias eran trasladadas por un número ingente de guías, llegados de todos los rincones del globo, hasta los hogares de sus familiares, para que así éstos pudieran escuchar a los espíritus de sus antepasados. Sin preguntas, sin lamentos, sólo escuchar su mensaje desde las otras dimensiones.


Ese día Taãgah permaneció en la residencia y gozó de un silencio que parecía impensable en una vivaz capital como aquella, incluso la misma fauna parecía respetar a los espíritus, permaneciendo más silenciosa de lo habitual. Sólo se escuchaban murmullos imperceptibles que salían tímidamente de algunas casas, voces de otras dimensiones relatando experiencias, transmitiendo sentimientos y palabras de amor y añoranza. Tal acto de conexión no hizo más que avivar en el interior de la joven la llama de la incertidumbre y la curiosidad por su pasado.


En el transcurso de los seis días restantes de fiestas, todo fue celebración de la vida y melodías alegres. El optimismo y el regocijo impregnaron las calles. De día la música y las risas se escuchaban en cada rincón. Había representaciones teatrales en todas las escuelas. Niños disfrazados de animantes y de hombres con barbas y espadas, representando un combate contra muñecos que encarnaban a los glacialis. Pero con un final en el cual los niños perdonaban a los muñecos y entonces se convertían en hombres libres, simbolizando la desaparición de lo inerte y la creación de más niños libres.


Exceptuando los actos en los que Taãgah paseaba por las calles acompañada de Mnehl y de numerosos guías, para regocijo de niños y mayores, el resto del tiempo la joven se dedicó a observar desde lo alto de la residencia las celebraciones. Disfrutando de la alegría de las fiestas a cierta distancia. Pero en su interior ardía en deseos de que llegase el fin de las mismas para poder hablar con Śīrṣa.


Y llegó el esperado día de la clausura de las festividades, que fueron rematadas la última noche con un precioso y apoteósico castillo de luces. Un grandioso espectáculo a base de proyecciones y música ambiental, que llegaban de punta a punta de la capital. Todos los habitantes se agolpaban en las terrazas y plantas más altas de los edificios, en los claros y en los jardines, para poder disfrutar del espectáculo. Una representación de la historia de animantes y glacialis, con un principio duro y apoteósico y rematada con notas esperanzadoras de alegría, que ponían fin a unos días muy especiales para todos.


A la mañana siguiente la joven Taãgah fue a la vivienda del guía Sīrsa, para entrevistarse con él. Subió desde los establos hasta la estancia del gran balcón donde se conocieron por primera vez. Allí ya le esperaba el joven Pahunā.


― Buenos días, Taãgah. ― Dijo el guía. Mnehl resopló ― Y a ti también Mnehl. ― añadió sonriendo y acariciando a la animante ― Tendréis que esperar un poco al guía Śīrṣa, es de lento amanecer. Tomad algo de desayuno mientras.

La Búsqueda de TaãgahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora