CAPÍTULO 14

9 0 0
                                    




Me despierto tras una noche complicada, siempre me sucede lo mismo cuando visito la estatua de Mnehl. Ni el té me consigue relajar. Me ha costado conciliar el sueño con tantos recuerdos acumulados. Los míos y los de Taãgah chocando y mezclándose, una amalgama de sentimientos que consiguen perturbar mi descanso. Menos mal que la clase de hoy es por la tarde, así me dará tiempo para pasear hasta la costa y despejarme un poco.


Tras un consistente desayuno me pongo mi túnica y cojo mi fardo, en el cual llevo un poco de té y algo de comer y, junto a mi inseparable y especial bastón, emprendo el camino siguiendo la estela del tubular para cobijarme a ratos bajo su sombra. Pasadas cuatro horas por fin llego. Ya diviso la costa, el terreno se ha ido transformando de una tupida vegetación a una zona rocosa y seguidamente a una playa de arena gruesa y blanca.


Una vez que estoy aquí me descalzo y el contacto de la arena con mis pies me produce un gran placer y bienestar. En este momento el resto del mundo llega a ser una idea lejana y por un instante casi todo deja de existir. El calor se traspasa por mis pies y calienta mis centenarios huesos. La recompensa es un escalofrío que me eriza los vellos de la piel, qué placentero sentir de la calidez. Cierro los ojos y noto como el sol acaricia mis párpados y la sal, que vuela en la brisa, llega hasta mis pulmones.


Camino hasta la orilla, a pocos centímetros del agua, donde me despojo de una de las telas de mi vestimenta y la coloco en el suelo. En ella deposito el té, las legumbres y los frutos secos tostados. Aquí tumbado me quedo observando el entorno, como un espectador privilegiado. A mi izquierda, el inmenso tubular continúa con su descomunal figura alargada su recorrido sobre el mar y se aleja más allá de donde la vista alcanza a ver, rumbo hacia las Colonias Gemelas. A mi derecha la selva virgen de nuestra colonia flirtea con el cambiante y poderoso mar añil, la jungla coquetea agitando sus verdes galas con la brisa suave, baila para su amante azul y le regala en su inmensa generosidad sus aguas dulces, provenientes de lo más profundo de su ser.


Disfruto de mi nutritivo aperitivo acompañado de mi refrescante té de lima mezclado con açaī, escuchando la sutil melodía del paso del tiempo en las pequeñas olas. Una vez acabado mi piscolabis me levanto y emprendo el regreso. Hay quien diría que ha sido un largo recorrido para tan breve instante de gozo, pero son esos pequeños instantes los que hacen de la vida algo tan intenso y hermoso.


Aun así el regreso lo hago accediendo al tubular, en su incesante ir y venir, fluyendo casi imperceptible al oído. Es un invento único que nos facilita mucho la vida a todos, la mejor forma de describirlo sería una corriente de agua en forma de conductos invisibles, a los cuales cualquiera puede acceder sin detener el constante fluir de pasajeros. Desde su interior las paredes, techos y suelos son traslúcidos y permiten ver cada detalle del recorrido, así que disfruto del cielo soleado y nuboso, en el breve espacio de tiempo que dura el traslado. Así logro llegar a tiempo a mi clase. Ya han llegado casi todos los críos y algunos me adelantan por la residencia corriendo. Les dejo que entren los más rezagados y después accedo a la estancia.


― El último día os hice un encargo ― Comienzo la clase sin demora ― ¿Habéis elegido algún pasaje del muro que os haya despertado algún sentimiento? Ya sea alegría, pena o incluso incertidumbre ante el desconocimiento de lo que observabais...


― Sí maestro. ― Alza la mano el aprendiz más mayor, Vidārthi ― Había un dibujo que me daba pena y a la vez miedo. Había dos naves en el espacio sobre un planeta. Y había una tercera en otro extremo, estaba rodeada de llamas y los colores me transmitían dolor y pena.


― Comprendo. Te refieres al pasaje de la trágica caída de la Colossus II. ― Comienzo a explicarles ― En el Año 4520 la nave Colossus II, que permanecía en suspensión espacial, sufrió una grave avería producida por el impacto leve de un pequeño asteroide. Éste deambulaba bajo su propio y libre albedrío por las bastas inmensidades del universo. ― Mientras hablo proyecto sobre la pared el fragmento de pintura al que se refiere el joven aprendiz ― Desgraciadamente dicho impacto se produjo en una zona débil de la estructura de la nave, afectando a gran parte de los sistemas de navegación y control. La Colossus II navegó a la deriva durante trescientos quince días mientras la Inteligencia Artificial recalculaba la trayectoria para poder reentrar en la órbita del planeta y realizar un aterrizaje no programado y de impredecible resultado. Los daños en el sistema así como en la estructura hicieron que la nave se partiese en dos a la entrada en la atmósfera del planeta y sus miles de ocupantes sucumbieron irremediablemente. El único consuelo fue saber que el proceso de descongelación no pudo iniciarse con éxito, y que todos los ocupantes permanecían en criosueño, del cual jamás despertaron.

La Búsqueda de TaãgahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora