Capítulo 20

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En la pantalla de mi celular se veía un mensaje. Lo abrí. Era de mi mejor amigo, Dylan.


Hey, Phoebs, soy yo. ¿Quedamos en casa para practicar matemática? Acuérdate que debes subir notas este trimestre.


Mierda, pensé. Me había olvidado del examen.

- Oye, Emma – dije, secándome. – Tengo que ir a practicar con un amigo para el examen de mañana. Lo siento, no lo recordaba. – tomé mis cosas.

- ¿Qué amigo? – abrió los ojos. - ¿Dylan? ¿Ese amigo? – enfatizó la palabra ese.

- Sí, Em. Ese amigo – la imité, riendo.

- Pues, buena suerte. Y luego me consigues una clase particular – guiñó el ojo. Reí aún más.

- Trato hecho.


Fui caminando hacia su casa desde la playa. Toqué timbre. Mi casa se ubicaba en la cuadra anterior, así que independientemente de a qué hora salga, podía ir caminando. Vi la hora. Eran las 18:00. Le mandé un mensaje a mi madre diciéndole que estaba bien, que estaba en la casa de Dylan, y toqué timbre.

- Hola – me saludó, sonriente.

- Hola – lo imité.

Entramos. Él me prestó hojas y útiles ya que no llevaba nada conmigo.

La tarde se pasó volando. Incluso aunque el tema era sumamente aburrido. Él me hacía reír mientras me instaba a que siga practicando. Entendí bastante bien el tema. Agradezco a Dios que el que me explicó fue él y no otra persona. Él era mi mejor amigo desde que nací. Tenía dos años más que yo. Siempre estaba allí cuando más lo necesitaba. Siempre. Incluso aunque él esté estudiando Abogacía. Incluso aunque no tenía ganas de hacerlo. Él me quería, y yo también. Como amigos, claro.

Luego de que terminamos de practicar, le conté todo acerca de James. Cómo nos reconciliamos, cómo Emma aceptó mis disculpas... todo. Él estuvo de acuerdo con Emma con que yo estaba loco por James. Yo me limitaba a hacerme la enojada, y a asentir fervientemente que jamás tendría una relación con él. Dylan se reía, y no me creía para nada. Al final, tuve que admitir que me hacía poner un poco nerviosa, aunque mi cara tenía el tono rojizo del mismísimo volcán.

Volví a las nueve de la noche a casa. Comí, me di una ducha, y me acosté, exhausta.


Maldito lunes. Maldita alarma. Maldita evaluación de Matemática. Me desperté con ganas de acostarme de nuevo. Había estudiado, pero sabía que iba a salir mal. Prepárate para el fracaso, pensé.

Emma me esperaba en la puerta del colegio junto a Sharon. Las tres teníamos ojeras hasta el piso y una expresión de al que me diga algo, lo asesino con mis propias manos.

Entramos al salón. A los pocos minutos entró la señorita Madeleine Burke. No te ilusiones, de bonito sólo tiene el nombre. Era una señora de unos cuarenta y largos, alta, morocha, de piel blanca como la nieve, pelo negro, rodete bien ajustado y anteojos de marca. Vestía un elegante atuendo escocés que hacía resaltar su fineza y, además, su maldad. Sus manos eran delicadas pero firmes, al igual que sus ojos azules; me hacían acordar a dos bolas centellantes que en cualquier momento te calcinarían cual fuego. Todos los cursos inferiores le tenían miedo, además de sumo respeto A veces incluso yo tenía pesadillas con que sus ojos se tornaban rojos y su cuerpo, una serpiente. No tenía anillo en el dedo anular, lo que no me sorprendía. Respiré profundo, y me preparé para lo que se venía.

- ¿Y? – me dijo James. - ¿Cómo te fue?

- No quiero ni saberlo.

- Yo tampoco, aunque creo que tengo dos puntos bien. Quizá tres de cinco – se acomodó la mochila al hombro.

- Basta. Me da náuseas hablar de la evaluación que acabo de tomar – sonrió.

- Casi muero – dijo Emma, teatralmente. James y yo reímos.

- Ojalá y nunca nos la devuelva. Mi madre va a ahorcarme – dijo Sharon.

En el recreo, vi que tenía un mensaje en el celular. Era de Shailene.

Prohibido EnamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora