Gritos. Escucha a su madre tirarle las cosas por los aires y a Robert diciéndole que es una histérica. Justo tuvo que cortar la llamada con An cuando ésta le respondía a su pregunta de que si había hablado últimamente con Lu con un "Probablemente esté ocupada en la escuela, qué se yo." Penélope estaba pegada a su puerta, deliberando en lo injusto que era que una adolescente de diecisiete años se impacientara en que nadie en su casa resultase herido. Excepto ella, claro. Todo el bullicio cesó cuando su madre cerró la puerta de la habitación principal diciéndole que esa noche dormiría en el sofá. Robert le objetó que prefería mil veces eso. Penélope resolvió bajar cuando estaba segura que ambos estaban dormidos. Tenía hambre y había mentido con que había merendado con una niña del instituto llamada Lisa para ir derechamente a su habitación. Ya eran las dos de la madrugada del sábado.
Bajó las escaleras paulatinamente y sin hacer sonido. Planeaba ir directamente a la cocina y sacar algún paquete de galletas, cosa que no armara mucho bullicio. Tenía los pies descalzos, una polera ancha y unos shorts cortos, y, por su impulso nervioso de agarrarse la cabeza estaba con el pelo desordenado. Tuvo que pasar por la sala, viendo a Robert recostado frunciendo el ceño mientras soñaba. Intentó ignorarlo y dio algunos pasos más hacia la cocina, pero sin darse cuenta había decidido acercarse a él lentamente. Era ese sillón, eran esos brazos y eran esos momentos los que la atraían, los que extrañaba profundamente. Pero como se había prohibido todo lo que le hacía feliz antes, se sentía tan solitaria que se volvía insoportable. Así que se sentó en el suelo frente al sillón con las piernas cruzadas. Directamente en frente del rostro de su padrastro. Lloró silenciosamente para no despertarlo, no sabía ya qué sentir. Se sentía culpable, se sentía inspirada, se sentía vulnerable, se sentía atraída. Como siempre, su barba de días, su mentón recto y firme, su pelo siempre descuidado. Deseaba todo eso, con el alma. Intentó frenar sus lágrimas. Se dijo a sí misma que la culpable era su madre y no ella. Pero en el fondo, Penélope sabía que no era así. Que todo esto no fue planeado, y sabía perfectamente que debía alejarse de él. Y ahora estaba sentada a la mitad de la noche, observándole y partiendo en llanto. Es que estaba cansada de alejar lo único que le daba alegría, aunque siempre viniese con un remordimiento. Ahora lo único que tenía era esto último. El rostro de Robert se entristeció, como si soñara algo muy trágico. Su respiración era profunda pero sus músculos se tensaban cada cierto tiempo. Todo estaba tan silencioso, la luz de la luna creaba un ambiente azulado y sereno que Penélope de a poco se fue calmando. Parecía un sueño: Penélope y Robert, en silencio, solos y tranquilos. Se fijó en sus labios, se fijó en sus pestañas y en sus manos. Se secó las lágrimas y humedeció sus labios instintivamente. Por primera vez no razonó sus movimientos. No sufrió. El ambiente era tan pacífico que sería un pecado arruinarlo. Se acercó y cerró los ojos. Juntó suavemente sus labios, un roce que la llenó de una alegría exuberante. Se separó rápidamente para poder reírse. Tapó su boca cuando se dio cuenta que su padrastro abría los ojos. Quedó perpleja.
La miró intensamente.
—¿Qué fue eso?
Penélope no respondió. Intentó pararse de inmediato e ir corriendo a su habitación como era costumbre. Pero él tomó el brazo de Penélope con delicadeza. Entonces pensó, ¿En realidad quería irse a su habitación o quería que el la obligara a quedarse con él?
Penélope se sintió desfallecer. Su tacto, un simple tacto. Asintió de repente, respondiendo a su propia pregunta, quería que le obligase a quedarse. Desde el primer día que ignoró sus invitaciones quería que le tomase del brazo y le dijera de forma no-verbal: Quédate conmigo. Que no estuviera en sus manos la decisión, que alguien la tomase con ella.
—Lo siento, lo siento, lo si...—musitó
El se enderezó y acercó a Penélope para sí. Ella estaba confundida, apenada, y aún así deseaba reír. Reír muy alto.
—Ven aquí, niña.
Obligó a Penélope a sentarse encima suyo, con sus piernas a cada lado.
Se abrazaron. Por un largo tiempo. Era el cielo, era tranquilo y sereno. Ninguno pensó en nada más que en paz.
—Lo siento.
Robert tomó su rostro, la movió suavemente juntando sus frentes.
—Para con eso ya, no lo sientas. No digas nada.
Y la besó. Un beso real, maduro. Penélope creyó volverse una niña pequeña, sin conocimientos de nada. Se dejó llevar y utilizar, hasta que dejó de sentir que debía pedir perdón. Sintió un calor intenso en su pecho, un gozo que superaba con creces cualquier momento anterior. Sentía todo su cuerpo debilitado y al mismo tiempo adrenalínico. Era de él, pero estaba llena de vida. Por fin, estaba llena de vida. Tomó su rostro tal como siempre deseó y besó sus mejillas y su cuello. No había tiempo ahora de pensar en ninguna consecuencia, rogó con que ningún pensamiento racional cruzara por su mente o por la de Robert. No ahora. Lo único que podían pensar es en el roce eléctrico de sus cuerpos. Como una reacción que esperaba llevar a cabo, explorar y arriesgar lo que no podían hacer. Robert rápidamente recorrió su cintura y la despojó de su polera en un movimiento calculado. Penélope paró en seco, quizás de la impresión, Robert miró la prenda entre sus manos. No le miró a ella ni un segundo. La culpabilidad esperaba para poder entrar en el cerebro de Penélope, pero eso no fue lo que sucedió. Robert la abrazó, le pidió perdón. Penélope asintió entendiendo y tratando de calmarle a él y a sí misma.
Eso no era el fin, los dos lo sabían. Sólo que entendían que en el salón de su casa con su madre en la habitación no era lo más correcto. Le dio un beso de buenas noches, le besó la frente cariñosamente. Y ella sintió que había sido el beso más hermoso del mundo.
Se recostó en su cama, con el estómago rugiendo. Y aun así quedó profundamente dormida con una sonrisa en el rostro.
No escuchó en ningún momento su celular o las cuatro llamadas de Lisa. Ni los textos que le envió:
Penélope, necesito hablar contigo. No deseo estar con Anastassia ahora. Ha pasado algo muy malo, no sé qué hacer.
Por favor, ninguna de ustedes responde, necesito a alguien!
No sé dónde ir esta noche, no puedo volver a casa, no puedo ¿Me entiendes? ¿Estás ahí?
¿Alguna de ustedes sabe que le pasa a Lu?
Al día siguiente Penélope salió de su casa temprano junto a Robert. Sin su celular ni su razón, no sabía que para unas horas más todo se derrumbaría por completo.
Deseo decirles que desde el primer momento esta novela fue planificada para tener diez capítulos. Eso quiere decir que ya está por terminar, disfruten :)
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Nymphet Club (Editando)
Short StoryCuando cinco chicas deciden formar un club para conquistar a hombres mayores nunca vieron venir los problemas que eso ocasionaría. ¿Cuál de ellos caerá ante sus encantos? ¿El profesor, el padrastro, el amigo de papá? Y lo más importante ¿Qué consecu...