23 / Septiembre / 2015

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–Señor León, gracias por venir.

Jonathan, o como lo conocen en Bilbao, Jorge León, se sienta frente a la directora del Centro de educación infantil y primaria viuda de Epalza, escuela pública donde su hijo estudia.

–¿Qué pasó? ¿Christian se metió en otra pelea?

–Sí, pero no es eso lo que nos preocupa –la directora se acomoda los lentes en su arrugada nariz–. Sino el porqué de la pelea.

–¿Y cuál es?

–Su hijo defiende firmemente que vio un hada revoloteando en el salón de clases, y se lanzó contra su compañero en un intento de atraparla.

Jonathan no supo qué decir, sabía que su hijo tenía la visión, ya le había señalado a las sirenas que jugaban en el mar y a los vampiros que salían por la noche a divertirse. Pero claro, los mundanos no lo veían, a sus ojos, Christian atacó a su compañero sin razón.

–Ya veo –dijo finalmente–. No se preocupe, hablaré con él y le explicaré que no debe atrapar hadas en el salón de clases.

–Señor León, esto es serio –dijo la anciana mujer con un tono tan agrio como su corazón–. Su hijo debe ver a un psiquíatra infantil.

–No creo que sea necesario. Recuerde que mi hijo acaba de perder a su madre, en ese... terrible accidente –Jonathan se cubre los ojos como si alejara lagrimas y al bajar la mano ve a la mujer con una expresión mucho más dulce y comprensiva–. Mi querida Alejandra siempre le contaba cuentos de hadas y ese tipo –sigue su mentira–. Es un niño con imaginación, y sé que es difícil ahora, pero su vida no ha sido fácil.

A oídos de todos, Jorge León es un padre soltero que se mudó de Madrid después del terrible accidente automovilístico en el que murió su esposa.

–Usted es un hombre muy valiente, señor León –afirma la directora conmovida–. Sé de su tragedia, y lamento si parecí insensible. Entiendo que sea difícil para su hijo, pero quisiéramos que le explique que la realidad y la fantasía son mundos separados.

–Lo haré. Hablaré con Christian, se lo prometo –Jonathan se levanta seguro de que ya terminó la junta, pero la directora parece tener otra idea.

–Señor León. Espero que entienda que su hijo debe disculparse por haber atacado a su compañero.

–Naturalmente –le extiende la mano y la vieja mujer la estrecha–. Gracias por preocuparse por mi hijo.

–De nada señor... –la mujer se queda viendo detenidamente sus ojos– No sé si es una imprudencia, pero ¿alguien le ha dicho que tiene ojos muy singulares? Uno verde y otro negro... peculiar.

Jonathan se mira en el reflejo que da la ventana y comprueba lo que la señora dice. El glamour había fallado. Para no resaltar, Jonathan aparenta ser un joven de cabello oscuro con piel morena y ojos verdes... o en este caso, un ojo verde y otro negro.

–Parece que Christian se saltó una generación.

La directora ríe y señala la puerta. Afuera espera su hijo de seis años, cruzado de brazos y con un mohín en los labios.

–Vamos hijo –lo llama Jonathan extendiéndole una mano–. Regresemos a casa.

El pequeño se levanta refunfuñando y deja a Jonathan con la mano tendida. Jonathan lo alcanza sin problemas y juntos salen de la escuela directamente a la camioneta que Jonathan compró hace un año, nada nueva, pero funciona. Cuando Christian sube a la camioneta, como de costumbre, abre la ventana totalmente y se asoma para ver el paisaje.

–Christian, tenemos que hablar.

–No quiero hablar, papá.

–Por favor, hijo, esto es importante.

Jonathan espera hasta que Christian conteste o dé señal de que por lo menos escucha, cosa que no pasa hasta unos minutos después en un semáforo en rojo. Christian aprovecha para verlo y Jonathan nota sus ojos irritados por el llanto.

–¿Crees que estoy loco, papá? –pregunta el pequeño.

Jonathan nota un nudo formarse en su garganta, los ojos azul cielo de su hijo le suplican que le dé consuelo, que le explique, que lo apoye.

–Por supuesto que no, Chris –Jonathan coloca una mano en su hombro–. ¿Quién te mete esas ideas a la cabeza?

–Es lo que todos en el salón estaban diciendo después que el hada escapó por la ventana. Dijeron que era un loco y debería estar en un hospital con mis manos atadas.

–Esas son tonterías, Christian.

–¿Entonces tú me crees?

–Claro que sí, no dudo de tu palabra ni por un minuto.

Christian sonríe y coloca su mejilla contra la mano de su padre, en ese momento un claxon suena tras ellos y Jonathan ve la luz verde. Maneja con una mano para dejar la otra bajo la mejilla de su hijo.
No está loco, sólo no sabe toda la verdad sobre si mismo.

Querido Magnus [tercera parte de Querido Alec]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora