14 / Marzo / 2022

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–¿Christian? –pregunta Max como si no hubiera escuchado bien– ¿Christian Morgenstern?

–Eso dije –Christian baja su mano al ver que el brujo no la estrechará.

Aunque en realidad parece haberse quedado en shock, ya que lo mira con la boca y ojos abiertos. Christian comienza chasquear los dedos frente a la cara del brujo temiendo seriamente que... se desmaye. Max cae hacia adelante y Christian logra reaccionar a tiempo. Por suerte es un joven delgado y alto, y por lo tanto, casi nada pesado.

–¡Max! –grita una chica rubia– ¿Qué pasó?

–Se desmayó –responde Christian con obviedad al tiempo que acomoda el cuerpo inerte de Max para poder cargarlo–. ¿Puedo pasar?

–Sí, sí, pasa, pasa.

La chica se hace a un lado y él carga a Max como a un saco de patatas.
Cruza un corto pasillo y puede ver que ha interrumpido en una, como sospechaba desde que llegó, fiesta. Al menos hay diez personas en la sala y hasta hace un segundo parecen haber disfrutado del pastel y el ambiente, o eso hasta que él entró con el festejado sobre su hombro.

–¿Qué pasó? –pregunta un adulto de cabello y ojos dorados– ¿Quién eres tú?

Christian lo reconoce, es inconfundible. Jace Herondale.

–Se desmayó –responde la rubia, que sin duda se trata de Adele Herondale–. Y él es... ¿quién eres?

Todos lo miran con curiosidad y sospecha. Christian se pregunta si será una buena idea presentarse, quizá nada pase, quizá todos terminen como Max.

–Eso no importa. ¿Dónde puedo dejarlo?

–Sígueme –pide un nefilim de piel, cabello y ojos oscuros.

Christian pasa entre los invitados y puede ver que todos lo siguen con la mirada. Alcanza a distinguir a Isabelle, Simon, Clary, Magnus, Helen (quien tiene una panza crecida de embarazo), Aline, Catarina Loss, Robert, Maryse, Danesh, Tessa y Jem Carstairs, Jocelyn y Luke. Es extraño, estar en una reunión donde conoces a todos, pero nadie te conoce a ti.
El nefilim lo guía a un pasillo donde se ven cuatro puertas y con toda seguridad abre la tercera. Dentro se ve una habitación de paredes grises con una cama de sabanas blancas donde recuesta al brujo con cuidado.

–Es raro que algo logre desmayar a Max –comenta el nefilim pensativo–. ¿Qué hiciste?

–Nada. Sólo me presenté.

–Entonces eres alguien interesante. Mucho gusto, mi nombre es Rafael Lightwood Bane –le ofrece su mano y Christian ve que sus uñas deslumbran por una capa de barniz transparente.

La estrecha con gusto y puede sentir los callos en la mano contraria.

–Christian.

–¿Qué le pasó a Max? –pregunta una voz fuera del cuarto– ¿Está bien?

Christian se asoma para ver la figura que entra a la habitación. Es él, tal como su padre lo describió: cabello negro como la noche, ojos azules como el mar, y unos labios finos y delicados del color de las rosas. Alexander cruza la habitación y se arrodilla junto a la cama para tocar la frente de su hijo.

–Parece que está bien. Rafael ve y tráeme un trapo húmedo.

Rafael asiente y sale sin prisa del cuarto. Christian mira a Alexander acariciar el cabello negro de Max, teniendo cuidado con los cuernos más grandes que los de Marga.
Le gustaría decir algo, aunque sea un hola, pero no puede dejar de mirar. Mirar la preocupación pintada en los ojos azules de Alexander, mirar cómo Alexander mueve los labios susurrando palabras de ánimo para que su hijo despierte, mirar cómo está tan pendiente de su hijo brujo que parece haberlo olvidado. Y eso en realidad es un alivio, pues Christian teme que si le pregunta algo él sea el siguiente en desmayarse.
Rafael regresa acompañado por un joven de cabello platino y ojos dorados, el otro Herondale sin duda.

–Aquí está –Rafael le entrega a Alexander un trapo húmedo que coloca sobre la frente de Max.

–Christian, ¿cierto? –pregunta Jonathan con diversión– Rafael dice que besaste a Max.

–¡No mientas, Herondale! –grita Rafael indignado– Dije que se presentó.

–Y que se besaron –apoya otro chico con lentes de marco rojo que se asoma tras el rubio–. No te atrevas a acusar a mi parabatai de mentiroso, Lightwood.

–Claro, como ustedes son tan sinceros, Lewis.

Joseph Lewis, para ser más exactos.

–Púdrete –responde Joseph.

–Púdrete, tú primero.

–Max –suspira Alexander y los cuatro nefilim miran al brujo en la cama–. ¿Cómo te sientes?

–Bien. Creo que tuve una alucinación... –Max calla de pronto al chocar con la mirada de Christian– O no. ¿Eres real?

–Tan real como cualquiera puede serlo –Rafael pone una mano en su hombro.

–¿Y a todo esto, quién eres? –pregunta Alexander, que lo mira por primera vez.

Christian se humedece los labios y la garganta, puede sentir esa sensación extraña en el estomago de nerviosismo. Mira directamente a Alexander para no perder el valor en su siguiente frase.

–Me llamo Christian Morgenstern. Soy tu hijo.

Alexander lo mira como si hubiera dicho que era un hada que les concedería tres deseos si a cambio daban la vida de alguien. Algo peligroso, maravilloso y tentador por igual, pero no algo que hubiera pedido.

–Creo que tienes mucho que explicar –Jonathan rompe el silencio–. ¿Por qué no vamos al comedor para que todos te escuchen?

Nadie responde, pero parece que están de acuerdo. Los tres chicos de la puerta se mueven para dar paso, Alexander ayuda a Max a levantarse y todos regresan a la sala sin decir una palabra. Al llegar, los demás invitados miran con alivio a Max.

–¿Hijo, qué paso? –pregunta Magnus de inmediato.

–Toda la culpa es suya –lo señala Joseph.

–¿Por qué? –pregunta Helen.

–Antes que repita quién es, –interviene Rafael– creo que todos deberían sentarse.

Nadie le hace caso.

–Bien, como quieran. Adelante, repite lo que dijiste –invita amablemente el menor de los Lightwood Bane.

–Mi nombre es Christian Morgenstern. Soy hijo de Jonathan Morgenstern y Alexander Lightwood.

En segundos todos reaccionan, algunos suspiran de asombro, como Robert y Clary, otros lo miran como si fuese un bicho raro, como Adele y Helen, pero Magnus es el único que se mantiene serio, lo mira fijamente, sin expresión.

–¿Cómo es posible? –pregunta Jace finalmente.

–No irás a creerle ¿verdad? –pregunta Adele indignada– Es obvio que es un impostor, y esto se trata de una broma de muy mal gusto.

–Por el ángel, Adele, mira su cabello –señala Clary.

–Mamá, Jonathan tiene el cabello igual, y no creo que el rubio platinado sea cosa de los Morgenstern. Puede haber cientos de personas más que tengan el cabello así.

–Tu hija tiene razón –la apoya Aline–. Este chico no es más que un impostor.

–Se equivocan –afirma Magnus con calma–. Puede haber cientos de personas con ese color de cabello, pero nadie tiene los ojos como él. Son iguales a los Alec.

–Digamos que es "Christian" –Helen hace comillas con los dedos–. ¿Cómo es que siquiera existe?

–Creo que sería buena idea que lo dejen hablar –propone Danesh mientras toma de su vaso, parece que la noticia afectó en lo absoluto al novio de Maryse–. ¿No creen?

–Entonces, te escuchamos, Christian –Robert se cruza de brazos.

Christian mira al rededor y se da cuenta que el chico Lewis y Jonathan se han ido de su lado, igual que Max y Alexander, sólo Rafael decidió quedarse con él y puede sentir un apoyo silencioso que agradece del mismo modo.

–De acuerdo, lo que pasó fue...

Querido Magnus [tercera parte de Querido Alec]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora