14 / Marzo /2022

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–Qué lindo es aquí –Marga ve los edificios altos y las personas transitando a toda prisa–. Digo, si te gusta la contaminación y el ruido.

Christian no está seguro de querer defender eso. Nueva York es un desastre de bocinas y pláticas dejadas por las personas que caminaban a todas partes, parece un enorme, gigantesco y monumental hormiguero de concreto, pero Christian sabe cómo moverse en este hormiguero. Se acerca al limite de la banqueta y extiende el brazo para pedir un taxi. Unos segundos después, un auto amarillo se estaciona a un lado. Christian abre la puerta y deja que Marga entre primero.

–¿A dónde?

–Llévenos a esta dirección –pide Christian en inglés y le extiende un papel doblado.

–Claro –dice el hombre antes de regresarle el papel y comenzar a conducir.

–Marga, gracias por traerme –se dirige a la bruja en español.

–No hay problema, siempre he defendido que tenéis derecho a conocer a tu familia.

Christian asiente y se dedica a mirar por la ventana. Nueva York es como lo pintan en las películas, altos edificios, gente en cada esquina, y un tráfico lento en cierta punto. Pero hay algo en el aire, algo que le dice que en esta ciudad puedes gritar a todo pulmón y nadie te volteará ver, porque todos gritan al mismo tiempo.

–¿Crees que mi padre se enoje mucho? –pregunta Christian mientras cruzan el puente de Brooklyn.

–Claro que sí –responde Marga sin dudarlo–. Tendré suerte si me vuelve a hablar. Y tú tendrás suerte si te deja salir de casa para algo más que el cole.

Después de ver esa transmisión especial, que terminó con la cámara enfocando el cielo de Idris lleno de estrellas, Christian insistió más arduamente en conocer a su otro padre, pero su padre dijo: Rotundamente no.
Christian hizo todo lo posible por conocerlo, suplicó, rogó, y al final llegó a la última medida a la que todo adolescente acude en un momento de necesidad. Mintió. Le dijo a su padre que estaría en una cita y se reunió con Marga, quien le creó un portal a Nueva York con la única condición de que si lo atrapaban, negaría su ayuda por completo.

–Aquí es –anuncia el taxista–. Serían veinte dólares.

Marga discretamente hace aparecer un billete verde y se lo entrega al taxista.
Ambos bajan frente a un edificio y fuera de este pueden ver una serie de botones con un nombre nombre escrito al lado. En el segundo, se puede leer Lightwood Bane.

–Vamos –Marga está a punto de tocar el timbre, pero Christian detiene su mano.

–Espera.

Marga baja la mano y Christian saca un pasador de su bolsillo, con él, y gracias a vídeos en YouTube, puede abrir la puerta y ambos pasan. Dentro del edificio se ven otros dos, cada uno de dos pisos. El de Magnus debe ser el que está en el segundo piso del primer edificio, ya que fuera de este se puede ver un letrero de luces que dice: Fiesta de Max Lightwood Bane adentro.

–Bien, aquí voy.

Christian no se mueve, se queda viendo la puerta con el letrero y siente que con cada segundo que pasa la puerta se aleja un poco más.

–Chris. Cuando alguien dice que va a un lugar normalmente mueve los pies.

–No puedo –dice Christian sorprendido de sus palabras–. No puedo, tengo miedo.

–¿Por qué?

–¿Y si me dice que me vaya? ¿Y si no quiere saber nada de mí? ¿Y si soy una mancha en su vida que sería mejor que ignore?

Querido Magnus [tercera parte de Querido Alec]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora