Capítulo 2 (Por Daniel)

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Mi segundo nombre no lo recuerdo.

Creo que así debería empezar a contarles la parte de mi vida que no conocen.

Aquella consulta al psiquiatra me cambio quizá una parte de mi muy ínfima, casi imperceptible, por supuesto muy inútil.

Daniel es un nombre que me recuerda a gente que no soy yo. Siempre tuve la sensación, al oír a alguien que se llame igual que yo, que era la primera vez que oía ese nombre.

Mis amigos solían decirme, cuando de vez en cuando en alguna que otra fiesta la cerveza me hacía cometer el error de contarles, que intentara distraerme con mujeres. Y no voy a decir que no fueron buenos consejos, puesto que eso me sirvió de escudo varias veces.

Esa sensación de tener un nombre de otro fue mucho más insignificante cuando conocí a Eugenia.

Nunca fui bueno para hablar con chicas. Pero esa vez mi extraña sensación sobre mi nombre cambio rotundamente. Sentí todo al revés. Pero no sé si describirlo como algo dándose vuelta sea apropiado. Podría ser que compararlo con la metáfora de la borrachera sea útil aquí. Cuando una persona que dio un par de sorbos de más dice sentir que todo se le da vuelta, eso no es literalmente del todo cierto. Simplemente son mareos, raros, pero no lo sé. Ojala quien lea esto lo haya sentido puesto que eso haría más fácil describirlo.

La cuestión es que ella estaba allí, una completa desconocida, hablando con alguna amiga que tampoco conocía. Y cuando me la presentaron casi sin querer, y cuando escuche su nombre, yo sencillamente sentí que ya lo sabía.

Ahí ven, mi nombre me parecía extraño, pero el de ella, una extraña, conocido. Al revés. Dado vuelta.

Como esa metáfora de la borrachera que quizá los mareo.

Su primera mirada me lleno de pudor. Me sentía observado por ella, mientras su amiga me tocaba la espalda y me preguntaba si yo era el amigo de Franco que escribía.

Le pregunte a Eugenia si quería tomar algo, ofendiendo a su amiga. Ella dudo, pero acepto.

En mi cabeza solo quería hacer notas mentales que repetían una y otra vez: "excelente escena para escribir algo sobre ella".

En una de las novelas que escribí pero rompí, había desarrollado una teoría sobre la espontaneidad de las mujeres, que decía, en resumen, que una mujer puede mentir cuando quiere, menos en su espontaneidad en responder a ciertas preguntas o actos que la sorprendan. Le conté a medias mi teoría, creyendo que le parecería interesante y ella solo sonreía. Su forma de expresarse y de contestar y todo, absolutamente todo, lo que sus palabras y gestos decían, se dirigían hacia un "no te entiendo nada". Y yo sentía al revés, otra vez.

Le hable de cosas triviales, hasta llegue a contarle un cuento de horror sádico que se me había ocurrido. Ella parecía estar más asustada por mi presencia que por el cuento.

Recuerdo que por primera vez en mi vida sentí que ya había pasado el tiempo.

La incomodidad y el rechazo de Eugenia me hicieron volar. Desesperado por querer explicarle eso de su nombre y el mío, me hizo recordar las horas, los finales de las fiestas.

Ella se despedía de mí sin terminar su bebida. Una cosa más le dije y creo que fue lo que cambio mi vida.

Le conté mejor esa teoría perdida, por lo menos hasta que otro con más creatividad se anime a contarla,

Y ella sonrió aclarándome sus exageradas ganas de irse de mi lado.

Entonces la bese. Sin que nadie le diera un aviso previo. Sin que nadie, mucho menos yo, le insinuara que algo así sucedería.

Y ella cerró los ojos un segundo y los abrió con furia. Me golpeo, me insulto y me dijo cosas que olvide.

La vi luego hablando con una amiga, sobreviviente a la fiesta y al horario.

Yo sentía haber imaginado ese escenario mil veces.

Se estaba por ir cuando le dije que tenía razón. Que había dicho la verdad en ese segundo con los ojos cerrados. Que debería dejar de lado mi "rareza" y pensar en ello. Volvió a pegarme y se fue.

Me quede contento, porque en mi cabeza, ella había quedado encantada conmigo.

Si un psiquiatra o, mucho peor aún, un psicólogo me hubiese visto, seguramente me diría que eso también era irreal. Me hubiese hablado de teorías sobre personificaciones en mi inconsciente y mecanismos represivos contra la idea del rechazo.

La realidad, la que yo vi y respire, la que recuerdo, es que en la otra fiesta que nos encontramos, no mucho tiempo después, Eugenia fue quien me beso primero

Y que yo aún sigo con los ojos cerrados...

Y puede que hasta incluso sea lógico.

A veces gastamos tiempo buscando cosas que ya sabemos dónde están.

En esos casos deberíamos darnos cuenta que nonecesitamos encontrar, sino liberar...   

Los pies sobre mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora