Capítulo 5 (Por Daniel)

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Fue una tarde, una vez en un recital de bandas desconocidas, en el parque Lezama, entre canciones de amor y luchas, entre chicas lindas que se volvían más lindas por estar bailando y chicos que fumaban.

El sol se estaba cayendo pero aún me hacía cerrar los ojos después de unos pocos segundos de mirarlo.

Allí vi una señora que tiraba las cartas y ese tipo de cosas. Me acerque y me dijo que si no creía en las cartas podría hablarme de mi calendario maya o algo así.

Tenía veinte años y era relativamente nuevo en Buenos Aires; y no sé si por la ciudad o por el hecho de vivir solo pero parecía estar en todos lados a la vez. Me sentía libre en ese aspecto.

Me pareció interesante y como no había nadie conmigo que descubra mis deseos de saber un poco más de todo, acepte y le pague.

Me dijo que era serpiente roja, creo. Y que mi función era unir mundos.

Me gusto eso y calculo que por eso es lo único que recuerdo con extrema claridad.

No sé si esa era mi función, pero si mi deseo.

Sabía bien que unir mundos no era algo pacifista ni romántico, sino más bien revolución.

Recuerdo ese día y creo que, a pesar de que les puede resultar difícil entenderlo, esa es la función de esas voces que escucho.

A veces pienso que no es miedo a morir, sino a morir sin haber cumplido ese deseo.

Quizá mi refugio sean mis libros y los libros que me ayudan a hacer los míos.

La música. "La Cachila", de Astor.

Y mi manera de mirar.

Quizá para poder imaginar se debe llegar al límite de los sentidos. Y una vez allí, ir un poco más allá. Imaginar es superar los detalles más chicos.

Quizá sea eso, quizá a veces necesite irme de mi solamente para sentir la vida más cerca.

Eso debe ser unir mundos.

No creo que las voces estén ahí por casualidad. No creo que sea casualidad que aparezcan cuando no escribo. O que me molesten cuando no escribo, y cuando escribo simplemente me dictan y somos amigos. Que esas voces estén ahí porque les gusta el sabor de los antipsicóticos, las benzodiacepinas y los antidepresivos.

Pero ese miedo me ata a algo.

Y luego me siento tonto y me burlo de yo mismo.

Tengo un arma secreta.

Y es secreta porque las voces no saben de lo que hablo.

Es secreta y puedo gritar lo que es. Y me vuelvo a burlar.

¡Que sencillo!:

"Yo soy esa arma".

Los pies sobre mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora