Prólogo : Palabras en vertical

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Nacimos. Construimos relaciones. Construimos parejas. Construimos familias. Y de ahí pasamos a construir esto a lo que seguimos llamando sociedad. Así construimos civilizaciones, y así nació el concepto de ciudad, también los de urbanismo y urbanidad. Las personas siguieron construyendo, queriéndose y multiplicándose por encima de su muerte, de cualquier resta y del territorio. Malthus se equivocó más que Adam Smith, y hubo un momento en que a alguien se le ocurrió apilar a la gente, ponerla a vivir en vertical.

Fue nuestra manera de permanecer junto pese a todo, cuando los metros cúbicos les ganaron la partida a los cuadrados, pírrica victoria sobre esta condena perpetua también llamada ley de la gravedad. Así, por mucho que evolucionara el transporte de pasajeros y de mercancías, cuanto más pequeñas se hicieron las distancias, más nos aficionamos a la verticalidad.

Dejamos las escaleras y nos subimos al ascensor. Aún más arriba. Siempre más. Las ciudades vaciaron el campo. Edificios con erección desproporcionada. Sobredosis de Viagra habitacional. Y hoy somos más de 7.000 millones de personas durmiendo unas encima de las otras. Hoy somos planeta habitado, en su inmensa mayoría, en vertical.

Y entonces nos dimos cuenta de que vivir así nos hacía sentir más solos, aun estando tan cerca unos de otros. Nos dimos cuenta de que más es menos. Y entonces hubo que rectificar. Y así redescubrimos la palabra, que tiene el poder de hacer todo lo contrario. Palabra, que tiene el poder de hacer todo lo contrario. Palabra que, por mucha distancia que haya, siempre nos puede volver a juntar. Hacernos volver a sentir parte de esta humanidad.

Somos seres que se alimentan de palabras. No somos nadie hasta que alguien nos da una a la que llamaremos nombre, dicho con otras palabras, bautizar. Si hasta Wittgenstein tuvo que utilizar las palabras para denunciar que limitaban nuestro mundo. Que levante la mano quien no haya creado un nuevo lenguaje con cada relación sentimental.

No existe nada más sagrado que la palabra. El Verbo, que decía la Biblia. Es el invento más grande que perpetrado la raza humana. Una sola palabra puede destruirte, y existen muchas palabras que tienen la capacidad de sanar. Numerosos estudios científicos por fin lo corroboran. Hay palabras tóxicas y palabras que nos hacen, como especie, mejorar.

Por eso creo en la palabra hasta el punto de adorarla, estudiarla cada día y haber dedicado mi vida entera a ella. Soy palabriano creyente, practicante, militante y apóstata del que permanece en silencio porque le han obligado a callarse o peor aún, porque no tiene nada que aportar.

Y por eso respeto tanto la poesía. Por eso soy seguidor y admirador de gente como David. Porque si hay algo más sagrado que saber usar bien las palabras, es la capacidad de, además,

saber

ponerlas

en vertical.

                                                                                                                                                                        Risto Mejide

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