El Rey de las Serpientes

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—¡No toques eso! —Rowena reprendió a Godric cuando intentaba agarrar una rosa de un florero, y le dio un manotazo.

—¡Ay, qué mano dura tienes! —se quejó el hombre.

—Puede serlo más si quieres —bufó ella.

—Aquí tiene, señora, pruebe con esta —el dueño de la tienda le tendió a Helga una varita y ella la cogió con cuidado. La agitó un poco y convirtió la caja de la varita en un ramo de flores. Helga miró inquisitiva al señor Ollivander, con un poco de inseguridad—. Quizás será mejor probar con otra...

Helga suspiró con desgano mientras el dueño iba en busca de otra varita. Era la tercera que había probado y no era para ella.

—No te preocupes, Helga; pronto encontrarás la indicada —la animó Salazar con una sonrisa. La pelirroja le devolvió el gesto con las mejillas sonrojadas.

—Me temo, señor Slytherin, que la varita escoge al mago y no al revés —apuntó el señor Ollivander cuando volvió con otra varita y se la entregó a Helga—. Nunca está del todo claro por qué... pero así es.

—Pues es bastante curioso... —murmuró Salazar al tiempo que Helga movía la varita y transformaba una pluma en una caja de cerillas.

—Traiga, querida —le dijo el señor Ollivander con un suspiro a la pelirroja. Revisó la varita y se quedó unos segundos pensando—. Sí, tal vez esa sí funcionaría... —susurró para sí y se fue de nuevo a por otra.

—Helga tarda mucho, ¿por qué no elegimos una para mí de una vez? —protestó Godric, a lo que Helga miró al suelo incómoda.

—Oye, no es su culpa que ninguna varita la escoja —defendió Salazar.

—Es cierto. Hay que tomar todo el tiempo necesario —terció Rowena—. No seas tan impaciente, Godric.

—Vale, vale... —se rindió este y paseó su mirada por las estanterías de la tienda por quinta vez. Intentó agarrar un libro, pero recibió otro golpe en la mano.

—¡He dicho que no toques nada! —exclamó Rowena.

—Esperemos que esta funcione... —dijo en voz baja Helga cuando el señor Ollivander le pasó otra varita. Ella la agarró con miedo, pero cuando la tuvo en sus manos, no pudo evitar sonreír, porque sintió la magia de aquel instrumento recorriéndole todo el cuerpo—. ¡Esta es, lo sé!

—¿De verdad? —sonrió Salazar.

—Eso parece. Muy bien. Núcleo de pelo de unicornio, madera de fresno y veintidós centímetros —asintió feliz el señor Ollivander—. ¿Quién será el siguiente?

—¡Yo! —exclamó jovialmente Godric. Rowena le miró con reproche—. Si no te importa, Salazar...

—Claro que no. Pero date prisa. A este paso construiremos el castillo dentro de tres siglos —respondió él.

—¿Van a construir un castillo? —murmuró excitado el dueño de la tienda.

—Sí, será un colegio —sonrió Helga inocente.

—¿Un colegio? —se sorprendió él.

—Sí, de magia —asintió de nuevo la pelirroja—. Era mejor tener una varita antes de comenzar el trabajo, ¿no cree?

El señor Ollivander se quedó varios segundos observando a Helga. Pero despertó de su trance cuando Godric carraspeó y dijo con su atronadora voz:

—¿Mi varita?

—¡Sí, sí! Claro —el señor Ollivander sacudió su cabeza y corrió a buscar una.

—¿Tienes que ser así de arisco con todo el mundo? —la voz de Rowena llegó desde la otra punta de la tienda, cerca de la entrada.

Los Orígenes de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora