Helena

209 24 35
                                    

—¡¿Es, o no es, lo más hermoso que habéis visto nunca?! —bramó Godric, lleno de gozo.

Les estaba enseñando a sus buenos amigos la increíble espada forjada por aquel duende que, como había prometido, se la entregó una semana después de haberla pedido. Se encontraban los cuatro fundadores, acompañados de Patrick Clagg, el padre de la criatura que Rowena gestaba en su interior, en el Gran Comedor. Todos los alumnos se habían retirado ya a sus respectivas Salas Comunes después de la cena, y Godric, maravillado, quiso mostrarles a sus compañeros su gran reliquia.

—Pues no —contestó Rowena indiferente—. He visto cosas mucho más hermosas que un trozo de plata con rubíes incrustados.

—¡Cómo te atreves! —rugió Godric airado—. ¡Esto es más que plata y rubíes! ¡Es una espada legendaria, y mis descendientes pelearán por heredarla! ¡Absorbe venenos para ser invencible, es resistente y dura en la batalla, y, por encima de todo, es indestructible! ¡Contiene muchísimo más poder que esa ridícula cinta que llevas en la cabeza!

—¡No le hable así a mi mujer! —salió en defensa Patrick, levantándose del banco para encarar a Gryffindor—. ¡Su estado es muy delicado!

—Siéntate, querido —ordenó Rowena. Su marido, echando chispas por los ojos y sin apartar la mirada del enfadado Godric, obedeció—. Godric, puedes pensar lo que quieras, pero la valía de mi diadema no se compara con la de ningún otro objeto.

—¡Memeces, falacias! —rezongó él indignado—. ¡Si alguien nos ataca, seré yo el único superviviente! ¿Es que no lo entendéis? ¡Una cinta que da sabiduría no vale ni un mísero caballo! ¡En cambio, mi espada legendaria es la más fuerte del mundo!

—Vale más maña que fuerza, ¿lo sabías? —arrebató Rowena con tranquilidad. Debía admitir, muy a su pesar, que este tipo de disputas la entretenían sobremanera, por la enajenación de su amigo y sus argumentos tan poco consistentes.

Godric gruñó contrayendo su rostro de rabia, se puso en pie, envainó su espada y salió del Gran Comedor.

Todos le observaron hasta que un sollozo les hizo girar sus cabezas. Helga se tapaba los ojos e intentaba controlar su angustia. Salazar le rodeó los hombros con su fuerte brazo y la atrajo hacia sí para infundirle su cariño.

—Sshh... —la consoló.

—Esto se tiene que acabar —sentenció Patrick con el ceño fruncido—. No podemos permitir que Gryffindor diga y haga lo que siempre quiere, hay que pararle los pies... antes de que se vuelva loco.

—Estoy de acuerdo —asintió Rowena—. De hecho, hace mucho tiempo que llevo pensando en darle un buen escarmiento, pero nunca he llegado a la acción porque, simplemente, sé que nada funcionará para bajarle los humos.

—¿Y si...? —Patrick fue interrumpido por Salazar.

—Lo único que hay que hacer es ignorar sus idioteces y tratarlo como se merece, ni mejor ni peor —explicó Slytherin—. Sé que es bastante bravucón, pero está en su naturaleza —suspiró y miró a Rowena—. Podrías haber comentado algo más positivo sobre la espada. Era realmente buena.

—¡Por encima de mi cadáver! —espetó ella, dando un golpe en la mesa con la mano—. Mi diadema proporciona inteligencia e ingenio, mas su espada solo sirve para matar y aumentar el ego de su portador. ¿Crees que vale lo suficiente para que me guste? No me conoces del todo, entonces, Salazar.

—Sí te conozco —repuso él sin alterarse—. Así que perfectamente puedo afirmar que tú y él, no sois tan diferentes.

—¿Perdona?

Los Orígenes de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora