Las reliquias de los fundadores

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—¡Rowena! —llamó Godric, dándose prisa para alcanzar a su compañera, que andaba con paso presto a través de los pasillos. Se percató de que los alumnos, de todas las casas, lo seguían con la mirada, preguntándose curiosos lo que ocurría—. ¡Profesora Ravenclaw!

Ella, que al fin lo escuchó, se dio la vuelta y esperó a que Gryffindor la alcanzara. Al llegar a ella, Godric resopló.

—Rowena, verás... —dijo en voz baja, para no llamar más la atención de los alumnos.

—¿Sí?

—Necesito tu ayuda —murmuró él con los dientes apretados. Pronunciar aquello no le agradaba nada; sabía lo orgullosa y altanera que era su amiga, y no le quería dar el gusto de jactarse.

—¿Mía? Me sorprendes, Godric —le contestó divertida. Se rio cuando el hombre frunció el ceño y le lanzó una mirada molesta—. ¿Qué sucede?

—Después de las clases de por la tarde, nos reuniremos en el Gran Comedor. Tenemos que tratar un tema especial —susurró.

—Como desees —se encogió de hombros Rowena—. Llego tarde a mi clase de Historia de la Magia; eso no es muy profesional.

—Ve —le indicó Godric con un gesto educado—. Pero recuerda la cita.

—Tengo una memoria inigualable, ¿no lo sabías? —respondió sarcástica.


Por la tarde, como habían acordado, los cuatro fundadores se sentaron en una mesa de alumnos en el Gran Comedor, y miraron expectantes a Godric, quien les había reunido.

—He tenido una idea reveladora nada más despertar hoy —les informó.

—¿Por qué no me sorprende? —rio Rowena.

—¿Para esto interrumpes mi hora del té? —protestó Salazar.

—¿De qué se trata? —cuestionó Helga, esperando que Godric ignorase los comentarios inoportunos de sus amigos.

—Estamos a mediados de curso, y en septiembre volverán nuevos magos y brujas para cursar primero —comentó—. Mas, a lo que yo me refiero, es a que una lechuza no me parece lo adecuado para saber quién merece venir a Hogwarts y quién no. ¿Me comprendéis?

—No —contestaron los tres.

—Explícate —le animó Salazar.

—Me explico —asintió el pelirrojo—. Podríamos encantar una pluma que escribiese en un papel el nombre del niño o niña que sea mago o bruja en cuanto nazca, para que, al cumplir los once años, le avisemos con una carta vía lechuza, para notificarle que puede estudiar aquí.

—¡Por mi difunta madre, Godric teniendo una idea brillante! —exclamó Rowena, dejando a los demás con la duda de si bromeaba o no—. ¡Helga, llama inmediatamente a todos los alumnos; hoy habrá fiesta por este inusual acontecimiento!

—Déjate de palabrerías —gruñó él—. ¿Os parece bien o no?

—Es estupendo, Godric —le sonrió Helga.

—Manos a la obra —dijo Salazar.

Hizo aparecer una pluma con su varita confeccionada por él mismo y, a su lado, un trozo de pergamino.

—¿Me permites hacer los honores? —le preguntó Rowena a Godric.

Él escudriñó el rostro de su amiga y luego gruñó asintiendo.

Ravenclaw alzó su varita, apuntó a la pluma y un haz de luz amarilla la hechizó. Todos miraron el objeto, esperando a que reaccionara.

—Bah —espetó Godric—. Espera y verás.

Los Orígenes de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora