Capítulo 1

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Los conejos blancos eran muy difíciles de ver en las verdes praderas, su color tan característico atraían las miradas, a veces no muy bien intencionadas. Pero los conejos blancos eran inteligentes, siempre cautos y muy listos. La gracia de estos animales no radicaba solo en su pelaje, eran fuertes adversarios y no precisamente por su fuerza, sino por su agilidad y rapidez.

Al menos eso fue lo que escucho de sus padres el pequeño gato salvaje, el más joven de la manada. Sin embargo algo en toda esa descripción no encajaba con la visión de ahora, mientras que sus padres hacían hincapié en la destreza de mente de los conejos, él veía a una joven coneja al borde del lago, no estaba oculta, no estaba alerta, sus orejas agazapadas y una mirada perdida en una flor.

—¿Qué pasa Sasuke?

—Itachi...

El pequeño gato negro señalo a la joven coneja, era casi de su edad quizás un poco más joven que él. Su mirada tan blanca como las ropas que la cubrían, piel blanca, blanca como la nieve, se veía tan suave que deseaba tocarla. Un paso hacia el frente y su hermano mayor lo detuvo.

—No...

Sasuke miro a su hermano mayor y este le mostro un logo bordado en las ropas de esa coneja, el logo del clan de Hyuga, un clan reconocido y rival del suyo. Algo en el pecho de Sasuke se estrujo, era como si su hermano hubiera introducido una de sus garras en su piel, sus orejas cayeron con decepción, le interesaba mucho acercarse a esa coneja solo por curiosidad pero si no era correcto no lo haría. Eso pensó antes de ver el rostro de la coneja, ella lo miro directamente y en vez de hacer una mueca de desagrado como correspondía, sonrió, lleno sus mejillas de un tono rosa tan agradable como las flores de cerezo.

—Es muy linda...

Itachi miro a su hermano menor y suspiro, la niña tenía aproximadamente 12 años y su hermano 13, él tenía 16 y aun así concordaba con su hermano, la niña era muy linda, con esos ojos tan plateados y llenos de inocencia.

—Vamos antes de que madre se enoje por llegar tarde a cenar

Sasuke se dio la media vuelta con sus mejillas a medio teñir, la mirada dulce de ella y la sonrisa habían roto todo estigma que pudiera tener contra los conejos, no todos eran altivos, no todos eran soberbios, pero si había una que le quitaba el aliento con solo mirarla.

La dulce e inocente conejita se levantó descuidadamente, su padre se preocupaba mucho por su seguridad y los mal intencionados que deseaban dañarla, pero aun así ella no creía que todos fueran malos por eso mismo al ver a esos dos gatos negros mirándola solo pudo sonreír. Los gatos según su padre eran muy ladinos y mezquinos, se interesaban solo en ellos y debía tener cuidado al encontrarse con alguno de ellos pero no le pareció de esa forma al ver al más joven de ellos, la miraba de forma agradable y solo por eso confió en sus instintos.

—¡Hinata!

Una liebre tan blanca como ella llego a su lado, eran familias, pero no eran iguales. Neji frunció el ceño al verla tan despreocupada, mientras todos la buscaban ella estaba perdiendo el tiempo sentada frente al lago.

—Lo siento Neji...

Intento disculparse pero su primo la reprendió llevándola a casa. Mientras en la mente de la conejita el encuentro con el gato se desvanecía en la del gato negro su imagen se hacía más nítida y repetitiva.

ConejitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora