Capítulo 1

73 9 4
                                    


Es un nuevo día, con diferente hora, diferente clima, hasta diferente humor. Todo es diferente en mi vida. Y para colmo, estoy sola en la casa. Mi madre está en una reunión, en la escuela de mi hermano. Mi padre, está "trabajando" y no llegara hasta en la noche.

Si, así de genial es mi "familia".

Pero bueno, no me quejo. Tengo a mi madre y a mi hermano Lucas. En pocas palabras, son mis más grandes tesoros.

Estoy un rato haciendo zapping en el televisor plasma. Pero el aburrimiento puede más que yo, así que decido salir y despejar mi mente. Subo a mi habitación a cambiarme. Veo la hora en el celular y estas marcan las 4:37pm. Aún es temprano. Me pongo un pantalón de cuero negro, una blusa de tirantes blanca, mi chaqueta de cuero negra y me pongo mis vans. Si, toda una bad girl.

Cuando salgo de casa, el cielo está algo nublado y la brisa es fría. Meto mis manos en los bolsillos del pantalón y empiezo a caminar sin un rumbo fijo.

Mis pensamientos divagan tan rápido dentro de mi cabeza que cuando me doy de cuenta ya he llegado al parque. En este hay un par de chicos, compañeros del instituto. Cuando los tengo cerca, me saludan. No somos exactamente "amigos", ya que solo tengo una sola a la que puedo considerar mi amiga. Pero ellos siempre me consiguen lo que necesito. Hacen lo que les pido; claro, cobrándome, algunas veces me piden dinero y otras, bueno, lo que les pueda dar.

Después de unos cuantos minutos platicando con ellos. Siento como unas pequeñas gotas caen sobre mi cara. Me limpio y miro al cielo, veo como este aún esta nublado y oscuro. Dos segundos después empiezan a caer más y más gotas, y cada vez más fuerte.

Corro... Corro rápido, sin mirar el camino delante de mi. Y por andar con mi apuro, choco con un gran cuerpo. Y como yo no soy para nada torpe —nótese mi sarcasmo—, resbalo, haciendo que los dos cayéramos. El al verme empieza a... ¿reírse? Si, a reírse el muy imbécil.

— Oye niñata, fíjate por donde vas ¿no? —Dice con una sonrisa burlona en el rostro. Mientras yo intento levantarme.

—Niñata tu abuela, idiota. —Espeto molesta. Me impulso con ambas manos y me levanto—. Y el que se tiene fijar eres tú no yo.

— ¿Yo? ¿Enserio? —Gruñe y yo ruedo los ojos—. Tú eras la que ibas como alma que lleva el diablo. Y ni siquiera pides disculpas. — Como que yo ¿Qué le pasa?

— ¿Disculpas? —Exclamo—. ¿No ves que está lloviendo? ¿Cómo pretendes tú que me fijara? Además, tú te atravesaste.

—Sí, pero no es para tanto —frunzo el ceño—, tampoco es que te vayas a desgastar o algo así. Ni que fueras azúcar. —susurra lo último, pero logro escucharlo.

—No, estúpido, pero puedo agarrar un maldito resfriado. O peor aún, una neumonía. —Digo tratando de no explotar en ese instante. Él rueda los ojos con fastidio, Trato de rodearle para poder irme, pero sus frías y mojadas manos me detienen. Me volteo bruscamente y lo empujo, logrando así zafarme de su agarre.

—No me vuelvas a tocar —gruño. El frunce el ceño.

—Oye, disculpa ¿sí? —no me iba a seguir mojando por él, así qué sigo mi camino. Ignorándolo completamente—. ¡Espero verte pronto! —grita, su voz suena algo decepcionada, pero no me importa. Es solo un desconocido, no lo volveré a ver jamás.

Empiezo a correr de nuevo hasta llegar a una parada de bus. Me inclino poniendo mis manos en las rodillas, tratando que pase un poco de aire a mis pulmones. Cuando ya me siento con más fuerza, me enderezo y respiro hondo. Estoy cansada, en definitiva, correr no es lo mío.

Me encuentro en el comedor, con una manta y una taza de chocolate caliente que me preparo mi madre. Por eso la amo. Siempre está ahí para mí.

—Hijo, ¿No le vas a contar a tu padre lo que hiciste hoy en el colegio? —cuestiona mi madre a mi hermano, mientras el señor Albert está tecleando en su celular.

—Dudo que le importe... —susurro, pero nadie me escucha.

— ¿Papá? Eh... —Luca mueve su comida con el cubierto, señales de que está nervioso—. Es que le puse un chinche en el asiento, al maestro —habla muy rápido, y me sorprende. Mi hermano no es de esos chicos rebeldes, ni mucho menos un busca problemas. Es todo lo contrario a mí. Sera por eso que me llevo muy bien con él.

— ¿Por qué lo hiciste, Luca? —digo poniendo mi mano sobre la de él, como dije, a mi padre no le importó. Pero para eso estoy yo.

—Es qué, un niño me obligó. Dijo que si no lo hacía inventaría algo malo sobre mí. Y yo no quería eso.

—Bueno está bien, ya paso. Pero no lo vuelvas a hacer ¿vale? —Le digo, tal cual madre preocupada—. Termina de cenar para que te cepilles los dientes y te vayas a dormir. —El asiente rápidamente. Sonrío para mis adentros.

Me levanto para dejar la taza sucia en el fregadero. Veo a mi padre y solo puedo pensar en lo  mal padre que es. A una persona como él no se le puede llamar así. «Enfermo le quedaría mejor», me dice mi subconsciente.

Pero bueno, esa fue la jodida vida que me tocó.

Subo las escaleras y entro en mi habitación. Voy hacia el baño mientras me deshago de la ropa mojada. Tengo mucho frío. Apago el aire acondicionado después de colocarme mi pijama y me acomodo en mi cama para ver si logro dormir.


La habitación se ilumina por cada uno de los relámpagos que dejan ver que la lluvia no cesara todavía. Me encorvo, juntando mis rodillas y abrazándolas con mis manos. Escuchar la lluvia es una de las cosas que me relajan, así que me dispongo a escucharla hasta que me pueda quedar dormida.

Cuando estoy a punto de caer en un profundo sueño, siento la puerta abrirse. Me encorvó aún más en mi lugar, rogando que no pase lo mismo de aquella vez, ¡No por favor, no! Que no sea eso.

—Ali, ¿Puedo dormir contigo? —quito la sabana, y veo a Luca asustado con su peluche abrazado. De seguro, tuvo una pesadilla.

—Luca, me has asustado. Claro, ven —digo, mientras me hago a un lado dándole espacio. Sonrío mientras lo abrazo.

Heridas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora