Capítulo 4.

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Kris creía que sus sentidos habían acabado por adaptarse al hospital, y después de que le dieran el alta, empezó a sentir que no importaba dónde se encontrara, todo estaba muy tranquilo.

Era evidente el esfuerzo que la gente estaba haciendo por no mencionar ese nombre, incluyendo a Tao. Aparte de aquella vez en el hospital, cuando dos oficiales de policía fueron a visitarlo para hacerle unas cuantas preguntas, cualquier otra discusión que tuviera que ver con esa persona se hacía tan lejos de ellos como era posible.

Kim Jongdae ya se había encargado de que en la habitación del segundo piso no quedara ni un solo rastro de él, lo había recogido y escondido todo, como si esa persona se hubiera desvanecido de repente, o mejor dicho, como si nunca hubiera existido.

Sin embargo, cada vez que, por casualidad, le asaltaba algún recuerdo, era como si no hubiera ni un solo rincón en el que esa persona no existiera.

Estaba tumbado en la cama, eran las tres de la mañana pero los ojos de Luhan seguían abiertos de par en par, mirando al techo.

—Estás despierto, ¿verdad? —preguntó.

Kris no dijo nada, y siguió mirando al techo.

Luhan abrió la boca, dudoso de si hablar o no.

—¿Quiénes fueron los que nos llevaron al cobertizo ese día? —dijo.

Kris se quedó en silencio durante un par de minutos antes de contestar:

—Gente que espera que nos hagamos extremadamente famosos, y sin embargo, tiene miedo de que en algún momento escapemos a su control —respondió, sonriendo levemente.

En la silenciosa oscuridad, Luhan parpadeó.

—Te refieres a… ¿la empresa?

Kris cerró los ojos.

—No lo sé —contestó—. Ya le he dicho a la policía todo lo que recuerdo —miró al especio vacío que había ante él—. Y las cosas que no recuerdo ya no tienen ninguna importancia.

En la oscuridad, Kris se volvió hacia la pared.

—Eso no fue culpa tuya —dijo Luhan.

—Si hubieras sido tú el que estaba despierto, la situación no habría llegado hasta ese punto —contestó Kris ahogando una risa.

—Si hubiera sido yo, no se me ocurre qué otra cosa podría haber hecho.

—Pues te lo diré yo —los ojos de Kris brillaron en la oscuridad—. No habrías podido encender su teléfono porque no sabrías el código PIN, así que tampoco habrías podido llamar a nadie.

Luhan siguió en silencio, en la oscuridad.

—Yo le compré ese teléfono. La contraseña que venía con el teléfono la puse yo —dijo Kris, riéndose.

—Cállate —le espetó Luhan, sin mirarle.

—Si no hubiera sabido la contraseña, no habría podido llamarlo, y sin embargo no sólo pude encenderlo y desbloquearlo, sino que también lo llamé y le dije dónde estábamos… joder… —se echó a reír, su risa ronca inundó la oscuridad.

—¿Y eso te hace sentir mejor? —preguntó Luhan, mirando a un lado—. ¿Por qué no me culpas a mí por coger el teléfono equivocado? ¿Eh?

—¿A ti qué te importa si me siento bien o mal?

—No sólo cogí el teléfono que no era, apenas bebí un poco de vino y ya estaba borracho, y yo…

—¡¿Y por qué no estás muerto ya?! —el grito de Kris interrumpió las palabras de Luhan. Las luces se encendieron, y Kris miró a Luhan a los ojos, que tenía inyectados en sangre.

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