El chico estaba sentado en el suelo, con la cabeza apoyada contra la pared, rindiéndose a la tentación de reírse.
No muy por encima de su cabeza había un pequeño y estrecho telescopio, a través del cual se podían ver unos paisajes que ningún fotógrafo pasaría por alto: una altísima pared de piedra y el precioso cielo azul salpicado de nubes.
Sin embargo, la lente no parecía estar dirigida hacia nada de esto. En su lugar, estaba enfocada hacia la tierra, los hierbajos que crecían en las grietas en la roca y un gran montón de clavos que había clavados en la pared.
Junto al muro de piedra había un chico de pie, que experimentaba, infatigable, con diferentes lugares en los que clavar los clavos, dejando distinta distancia entre ellos, mientras los pájaros trinaban en el cielo, como si mostraran su respeto por los esfuerzos del chico.
El sol brillaba en la frente del chico y la brisa acariciaba suavemente la cara, reflejando la belleza de la naturaleza y de la vida. Una gota de sudor cayó lentamente por su frente. Sujetó fuertemente el clavo que llevaba en la mano, dio unos pasos atrás y miró la pared de piedra porosa, exhausto. En el suelo, la flecha roja estaba borrosa y apenas se distinguía, después de las lluvias y de haberla pisado muchas veces.
El chico joven que estaba sentado en el suelo inclinó la cabeza contra la pared, riéndose, tal vez con un atisbo de ronquera en la voz, pero quién sabe.
El tiempo pasaba sin que se dieran cuenta, a ninguno parecía preocuparle de todas formas, pero el cansancio empezó a hacer mella en ellos y el joven dejó de reírse. A su alrededor todo se fue reduciendo al silencio y la tranquilidad.
—Idiota —dijo, cerrando los ojos—. ¿Aún sigues clavando esos clavos?
Mientras sonreía suavemente, una gota de un líquido desconocido se deslizó por su cara. La llave que llevaba en la mano siguió la gota y cayó con delicadeza al suelo.
Los recuerdos de la persona llamada Luhan pasaban borrosos por delante de sus ojos, y aunque no eran importantes, podía utilizarlos para pasar el tiempo, cuando estaba aburrido…
Como cuando una mañana, sacó una hoja de papel arrugado del bolsillo de una chaqueta, lleno de garabatos. Y por lo que respecta a la carta que había bajo la caja de música, aunque no la hubiera abierto, no le hacía falta para saber lo que decía. Como una noche en la que alguien había dibujado unas cuantas letras sobre una mesa, medio borracho y utilizando el dedo que había mojado en su copa de vino, y la persona que estaba junto a él había negado con la cabeza, insatisfecho, y mojando también su dedo en el vino, había tachado la segunda de las dos Ls repetidas y junto a ella, había escrito una Y.
Como una noche, bajo la luz de la luna, en la que el viento había hecho rodar la grava, revelando un pequeño ciervo dibujado en el cielo, de líneas torpes y que dejaba claro que quien lo había hecho no era un artista. Lo único que se podía entender del dibujo es que el ciervo estaba sonriendo.
Cosas como esas, que nadie en el mundo sabía excepto él…
En esa última noche lluviosa, en el pequeño cobertizo de madera, tenía la cabeza apoyada sobre las piernas de esa persona, y quitó la mano del otro, fría como el hielo, de su frente.
Giró la cabeza lentamente y presionó los labios en el dorso de la mano.
Desde arriba lo miraron unos ojos perplejos, pero no se sintió avergonzado en absoluto. Está bien, el tú de allí nunca lo sabrá, porque aquí sólo estamos nosotros dos.
—Estoy borracho, no me hagas caso —sonrió, y sus pestañas acariciaron suavemente el dorso de esa mano.
Él lo miró, y Luhan no pudo esclarecer las palabras que había ocultas en sus ojos.
Se quedó callado un momento, antes de que esa persona se inclinara y le girara lentamente la cara con la mano.
—Yo también estoy borracho —dijo, antes de darle un beso en los labios.
—No me des pie a empezar, porque no podré parar.
¿Los tatuajes duelen?, quiso preguntar en el poco tiempo que le quedaba.
Pero se le había olvidado que el que se hizo el tatuaje fue el del otro lado, y que probablemente no volvería a ver a ese Kris nunca.
¿Te arrepientes? El aire era helado y húmedo. Se giró para mirar a la puerta.
Yo no me arrepiento. He hecho lo que nunca en mi vida me habría atrevido a hacer.
*
[Kris]
Últimamente me he dado cuenta de que hablo mucho conmigo mismo, pero cuando hay gente cerca, siempre vuelvo a actuar de forma normal. Eso está bien. Significa que sigo siendo normal, que sigo funcionando normalmente, descansando normalmente, viviendo normalmente. Como tú querías.
Últimamente, me he dado cuenta de que me fijo mucho en los más mínimos detalles de lo que me rodea. Como ese perro callejero que siempre me está siguiendo, o la paloma que me está mirando fijamente ahora mismo, sin moverse ni un ápice. Como ese desconocido que me sonrió al girar la esquina… La verdad es que yo también le sonreí.
Cualquiera podría ser tú, es lo que pienso en esos momentos.
Yixing ha estado muy ocupado últimamente, siempre corriendo de un lado para otro con su martillo y sus clavos. En su momento me hablaste de la puerta pequeña, así que supongo que no hay nada que él pueda hacer. Pero no te preocupes, cuidaré de los frutos de nuestro trabajo como es debido.
Aunque sólo quede yo.
Creo que es difícil llamar a esto un final feliz, aunque fuera para lo que trabajamos tantísimo. El público ha comprado entradas para ver una comedia, pero bajo el maquillaje, el payaso está llorando. Tú también lo sabes, hay veces que las cosas no salen como se planea, y eso no se puede evitar.
¿Te arrepientes? Si es que aún puedes oírme.
Yo no me arrepiento. Viví siguiendo mi corazón y siguiéndote a ti. Esos recuerdos son suficientes para acompañarme en el poco futuro que me queda por delante.
¿O las palabras que no se dicen simplemente no existen?
Siempre existirán, incluso después de que desaparezcamos y ya no nos conozcamos el uno al otro. Siempre existirán en este planeta. A lo mejor pasarán a dos jóvenes que no se conozcan entre ellos, o a alguien que esté viendo esta comedia. A lo mejor se convierte en una comedia de verdad.
¿Qué importancia tenemos nosotros, entonces? Ser recordados, ser olvidados, descansar en las polvorientas estanterías de la memoria de gente a la que no conocemos. Esta es nuestra fortuna, y nuestro destino.
Hemos completado millones de Saltos, en los recuerdos de unos desconocidos.
Así que no deberíamos sentirnos mal. Creo que ese día llegará.
Ese día en que, en medio de un Salto, podamos hacer que esos desconocidos entiendan que, cuando se quiten las máscaras, podrán empezar a vivir por ellos mismos.