Capitulo 3

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                    La vida sin los padres no resultaba más fácil.
                    Empecé a sentirme como si estuviera cubierta por
             una capa de hielo. Estaba fría por dentro. Pero me aferre a
             la frialdad para salvar la vida: ¿quién sabe qué podría
pasar si dejaba que el hielo se derritiera y realmente empezara a sentir
cosas otra vez? Probablemente me convertiría en una idiota llorica y
volvería a ser completamente inútil como lo había sido en los primeros
meses después de que murieran mis padres.
      Echaba de menos a mi padre. Su desaparición de mi vida se
sentía insoportable. Ese apuesto hombre francés que le caía bien a todo
el mundo desde el momento en que miraban sus sonrientes ojos verdes.
Cuando me vio y su cara se iluminó con una expresión de pura
adoración, supe que siempre tendría un fan en este mundo,
animándome desde el margen a pesar de cualquier estupidez que podría
cometer en esta vida.

      En cuanto a mamá, su muerte arrancó mi corazón, como si fuera
una parte de mí que fue extirpada con un escalpelo. Era mi alma
gemela, un “espíritu afín” como solía decir ella. No es que siempre nos
lleváramos bien. Pero ahora que no está, tuve que aprender a vivir con
este enorme y ardiente agujero que su ausencia dejó en mi interior.

      Si pudiera escapar de la realidad aunque sólo fuera por unas
horas durante la noche, puede que mis horas estando despierta fueran
más soportables. Pero dormir era mi pesadilla personal. Podría estar
tumbada en la cama hasta sentir sus aterciopelados dedos recorriendo
mi cara con entumecimiento, y pensaría: ¡Por fin! Media hora después
estaba despierta otra vez.

      Una noche no sabía que más hacer, cabeza sobre mi almohada y
ojos abiertos mirando fijamente el techo. Mi despertador marcaba la
una de la madrugada. Pensé en la larga noche que tenía por delante y
me escurrí de la cama pescando la ropa que llevaba el día anterior y
poniéndomela. Saliendo fuera al pasillo, vi la luz saliendo por debajo de
la puerta de Georgia. Le di unos golpecitos y giré el pomo.

       —Hola —me susurró Georgia estando boca abajo. Estaba
tumbada completamente vestida en su cama, su cabeza en los pies de
esta—. Acabo de llegar a casa —añadió.

       —Tú tampoco puedes dormir —comenté. No era una pregunta.
Nos conocíamos demasiado bien—. ¿Por qué no vienes a dar un paseo
conmigo? —pregunté—. No puedo aguantar estar toda la noche
despierta en mi cuarto. Sólo es julio y ya me he leído todos los libros
que tengo. Dos veces.

       —¿Estás loca? —dijo Georgia, girando sobre su estomago—. Es
mitad de la noche.

       —De hecho se podría decir que es el principio de la noche. Solo es
la una. La gente sigue en la calle. Y aparte, París es la ciudad...
       —... más segura del mundo —Georgia terminó mi frase—. La frase
favorita de Papy. Él debería conseguir un trabajo en la Junta de
turismo. Vale, ¿por qué no? Tampoco me voy a quedar dormida.
       Caminamos de puntillas hasta el principio del pasillo y, con un
clic silencioso, abrimos la puerta y la cerramos detrás de nosotras. Una
vez abajo en el vestíbulo, nos paramos para ponernos nuestros zapatos
y entonces salimos entrando en la noche.

       La luna llena    colgaba sobre París, pintando las calles con un
resplandor plateado.    Sin una palabra, Georgia y yo nos dirigimos hacia
el río. Había sido       el centro de nuestras actividades desde que
empezamos a venir        aquí cuando éramos pequeñas y nuestros pies
conocían el camino.

       En la orilla del río, bajamos los escalones de piedra hacia el paseo
que se extendía millas por París a lo largo del agua y desencadenaba en
el este con los vastos adoquines. La presencia masiva del Museo de
Louvre era visible desde la otra orilla. No había nadie más en el lugar,
tampoco abajo en el muelle o arriba al nivel de la calle. La ciudad
estaba en silencio excepto por el murmullo de las olas y el sonido de los
esporádicos coches.

Mi Vida Por La TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora