Capitulo 2

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                             A dónde vas? —Mamie preguntó, sacando su
                             cabeza de la cocina mientras abría la puerta
                             delantera.

        —Georgia dijo que mis pulmones estaban necesitados de la
contaminación de París —respondí, deslizando mi mochila sobre mi
hombro.

        —Tiene razón —dijo, parándose frente a mí. Su frente apenas
alcanzaba mi barbilla, pero su perfecta postura y sus tacones de
regulación de ocho centímetros, la hacían parecer mucho más alta. Sólo
tenía un par de años más de los setenta, el aspecto joven de Mamie le
restaba por lo menos una década.

        Cuando era una estudiante de arte, ella había conocido a mi
abuelo, un exitoso vendedor de antigüedades quien la adulaba como si
fuese una de sus invaluables estatuas antiguas. Ahora, ella pasaba sus
días restaurando viejas pinturas en su estudio con techo de vidrio en la
planta superior del edificio de apartamentos.

        —¡Allez, file!1 —dijo, parándose frente a mí en toda su compacta
gloria—. Andando. Esta ciudad podría utilizar a la pequeña Katya para
alumbrarla.

        Le di a mi abuela un beso en su suave mejilla con esencia de
rosa, y agarrando mi juego de llaves de la mesa del vestíbulo, me
encaminé a través de las puertas de madera, descendí las escaleras
marmoladas de caracol hasta la calle de abajo.

        París está dividido en veinte vecindarios o distritos, y cada uno es
llamado por su número. El de nosotros, el séptimo, es un viejo y rico
vecindario. Sí quieres vivir en la parte más moderna de París, no puedes
1  ¡Allez, file!: ¡Vamos, en marcha!

ir al séptimo. Pero desde que mis abuelos viven a poca distancia del
boulevard Saint-Germain, el cual está lleno de cafés y tiendas y queda
sólo a quince minutos de la orilla del río Seine, ciertamente no me
puedo quejar.

       Di un paso fuera de la puerta hacia los brillantes rayos del sol y
bordeé el parque frente al edificio de mis abuelos. Estaba lleno de
árboles ancestrales y dispersos, con bancos de madera verde, dando la
impresión, por el par de segundos que toma cruzarlo, de que París es
una pequeña ciudad en vez de la capital de Francia.

       Bajé la Rue du Bac2, pasando un puñado de tiendas de ropa
demasiado cara, decoración de interiores y antigüedades. Ni siquiera me
detuve mientras pasaba por la cafetería de Papy, a la cual él nos había
llevado desde que éramos bebés, donde nos sentábamos y tomábamos
agua de menta mientras Papy hablaba con cualquier cosa que se
moviera. Sentarme junto a un grupo de sus amigos, o incluso en la
terraza del mismísimo Papy, era la última cosa que quería. Estaba
forzada a encontrar mi propia cafetería.

       Había estado sopesando la idea de otros dos locales. El primero
estaba en una esquina, con un interior oscuro y una ronda de mesas
apretadas alrededor de la acera en las afueras del edificio. Era,
probablemente, más tranquila que mi otra opción. Pero cuando entré, vi
una línea de hombres viejos sentados calladamente en sus asientos a la
orilla de la barra del bar con vasos de vino rojo frente de ellos. Sus
cabezas lentamente volviéndose para ver al nuevo cliente, y cuando
vieron que era yo, se veían tan asombrados como si estuviera usando
un traje gigante de pollo. Deberían tener también un cartel de ―Sólo
hombres viejos‖ en la puerta, pensé, y me apresuré a mi segunda
opción, un bullicioso café unas cuantas cuadras más lejos bajando la
Rue.

Mi Vida Por La TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora