Sawamura Daichi x Ennoshita Chikara.
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Al salir de la escuela secundaria él ya se daba una idea de a donde quería ir, escuchar las charlas de los adultos y los chicos más grandes de lo grandioso que era el equipo de Karasuno y como unos muchachos del mismo distrito, que pisaban las mismas banquetas de las mismas tiendas; que jugaban en los mismos parques y disfrutaban de lo mismo que ellos disfrutaban habían alcanzado tal grandeza de representar orgullosamente a su escuela en el estadio metropolitano de Japón. Una hazaña que llenaba de admiración a unos y, a otros como él, el deseo vago e infantil de alcanzar lo mismo que aquellos cuervos volando tan alto y libres en los cielos de Tokio.
La decisión estaba echa, irá a Karasuno, jugará en el equipo de voleibol y llegará a las nacionales.Pese a la edad infantil de ilusiones grandes y determinaciones inquebrantables Ennoshita no dejaba de ser un niño elocuente e inteligente; recordaba remotamente que aquellos pasos orgullosos de los alumnos enfundado en sus uniformes, negros como la noche, ya se habían dado hace unos años. Años en los que los rumores del increíble entrenador que había sacado prácticamente de la nada misma y del anonimato invisible a el equipo de voleibol de la preparatoria Karasuno había caído enfermo, y que después de su retirada y la graduación del mismísimo Pequeño Gigante, Karasuno ya había dejado toda su gloria como un mísero recuerdo y carga que arañaba las entrañas de aquellos alumnos de tercero que ahora custodiaban el emblema y el poco orgullo que quedaba de los cuervos caídos.
Ennoshita no era alguien a quien se le llamara aguafiestas o una persona negativa, pero dentro de su cuerpo viajaba la densa desilusión a la que se le conocía como «realidad». Ennoshita sabía que aquellos días de gloria habían terminado y su línea de meta bajo un escalón, tal vez no llegarán a las nacionales pero si quiera jugar tanto como sus sudados y exhaustos cuerpos se lo permitiera.
Fue frustrante sólo asistir a los entrenamientos por asistir, la llama de la pasión por ese deporte se iba extinguiendo poco a poco, soplido por soplido a cargo de cada set perdido y marcador más falto de números en comparación a los de sus contrincantes. Los de primer año era espectadores en primera fila de la frustración de sus senpais por no haber ganado si quiera un set en su anterior partido.
Pero un día una luz de esperanza llego con el renombre y rostro serio del entrenador Ukai y ahí Ennoshita se dio cuenta de lo difícil que era ir tras un sueño, una meta que él ya daba por perdida.
Decidió retirarse y enterrar aquella pasión empañada por las desilusiones y constantes golpeteos de la señora realidad, pero Sawamura no se lo dejo tan fácil, nadie del equipo se lo dejo tan fácil y pronto las ansias de jugar y el recuerdo del constante ardor en la piel de sus antebrazos le comenzó a dar cosquillas.
Haber regresado resultó ser más complicado que haber tirado la toalla o los espartanos entrenamientos del viejo entrenador Ukai.
Los de tercero se irían como perdedores que no lograron levantar al caído y herido cuervo antes orgulloso y los de segundo tomaron su lugar.
Ennoshita seguía con la constante culpa y la espinita de haber abandonado todo, y ser un cobarde dolía de vez en cuando, principalmente por los elogios de sus compañeros al ver recibido perfectamente un balón, por lo entero que se mantenía en un partido capaz de levantar y sostener la moral de sus compañeros de juego y sobre todo aquellos comentarios de que algún día serían un grandioso capitán como lo es Daichi-san. Esos comentarios son los que más le hieren; «El único capaz de reemplazar a Daichi eres tu... Ennoshita». El no merece eso, no merece las muecas de admiración y respeto de sus Kohais, no merece los vítores de Sugawara-san, no merece el alivio en las caras de sus mejores amigos, no merece las palabras de Tanaka o los elogios de alguien tan increíble como Nishinoya, y sobre todo no se merece aquella sonrisa y las palabras tan sinceras de Daichi-san.
No merece aquel sentimiento que hace latir desenfrenado a su corazón, porque sabe más que nadie que la sonrisa del responsable ya tiene un motivo con nombre y rostro perteneciente a una persona que no es él. No merece las miradas preocupadas de sus amigos, pero va al baño, lava sus penas con furia y agua y se permite creer en las palabras de la persona que más admira. Porque viniendo de Daichi-san es capaz de creer cualquier mentira, incluso la mentira de que estará bien por verlo sonreír tan feliz aun lado de Sugawara-san.
Porque sabe que sus manos, sus sentimientos más profundos y, en pocas palabras, él mismo, están demasiado lejos de alcanzar aquella espalda grabada con el famoso numero «Uno» del capitán.
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Haikyuu!!-Shot's
RandomOne-shots, Headcanons, Mini-historias, Historias cortas y básicamente muchas cosas Homos (y hetero), de Haikyuu que vengan a mi cabeza.