A eso del tercer o cuarto día de comenzar la universidad se dio cuenta de que no podía compartir su cuarto, cama o un espacio... ¿menos de tres por cuatro metros cuadrados? —no le hagan mucho caso a la hora de hacer cuentas o lo que matemáticas respecta. Hace días que no puede dormir lo que Dios manda y su cerebro no está funcionando dentro de los términos que se catalogan como «bien». Jodidas noches de insomnio— Con cualquier ser humano en específico. El atribuye esas noches llenas de microsueños, manchas borrosas y pestañeos al hecho de haber cambiado de prefectura, aires y, en términos más simples: de vida. Y si no es eso... Bueno, se quedo sin ideas.
Por meses tuvo que asistir a la escuela con ojeras bajo sus ojos —que con cada día que pasaba se ponían más y más oscuras, a tal punto de que Iwaizumi demostraba su preocupación comparándolo con un jodido oso panda en sus videollamadas—, café en su mano izquierda y un justificante médico en su mochila por si se quedaba dormido en algún recóndito lugar de la universidad o en plenos jardines y macetas. Las pastillas para dormir empezaba a hacer merma en su mente.
Su madre estaba preocupada, obligándole ir al doctor y con un pie dentro del auto a punto de conducir hasta Tokio y traerlo de regreso al hogar que —en palabras de ella— nunca debió de haber abandonado. Pero no lo hizo, ni lo haría. El señor Oikawa se encargaría de eso con un par de «Contrólate, Mujer», sonrisas tranquilas y confiadas, argumentos demasiado válidos y una promesa de ir a visitar a su retoño en el próximo fin de semana.
Todas las estúpidas mañanas eran un jodido martirio, despertando como un maldito zombie a punto de las arcadas por el estúpido perfume barato que su compañero de departamento —Joder, que no está bañado en dinero. Quería rentar un departamento para él solo, dispuesto a las visitas de los chicos y en especial a las de su Iwa-chan. Pero al final el departamento que si podía pagar terminó sometiéndose a un par de reparaciones y mantenimiento por el asbesto en las paredes y el moho causadas por las fugas de agua, así que tuvo que conformarse con compartir y dividir la renta y los gastos de mantenimiento, luz, agua, gas, y todo lo que un departamento requiere, con un compañero— usaba sin discreción alguna. Malditos perfumes baratos... Oh, el perfume no era lo peor, lo peor era las constantes arcadas que le daban al cepillarse los dientes y la maldita bilis que, en ocasiones, llegaba a vomitar. Y la jodida hambre. Ah, cómo gruñen sus tripas.
En unos interminables meses tuvo que acostumbrarse a dormir sus ocho horas diarias —o las escasas horas que un maldito estudiante universitario lograba dormir. Si es que dormían— entre pequeñas siestas en el transcurso de la noche, madrugada y día, hasta que en el Golden Week pudo regresar a la prefectura de Miyagi y dormir como Dios manda. Ahí se dio cuenta que tal vez su problema era compartir cuarto, pero había algo que no encajaba. Desde que tiene memoria había compartido su habitación —y en ocasiones su cama— con Iwa-chan y que recuerde nunca había tenido problemas para dormir, es más, recuerda haber dormido como bebé todas esas noches.
Se le ocurrió una «brillante» idea, en la semana consiguiente al salir de vacaciones, decidió invitar a Matsukawa a dormir en su casa. El resultado: Una noche de insomnio que le costó unos cuantos almohadazos del morocho por no dejarle descansar. Al siguiente día invitó a Hanamaki, el pelirrojo le miraba con una expresión un tanto aburrida y burlona mientras, Oikawa, acomodaba sus colchas de estrellas y planetas, murmurando las estrofas de una canción perteneciente a la banda norteamericana Green Day. Le ignoro, no necesitaba ser un adivino para saber que Takahiro e Issei se compartían todo. Ignoró las preguntas mudas hechas con miradas interrogativas y curiosas pero tuvo que soportar las patadas que el pelirrojo le daba desde el suelo por estar rodando en su cama sin dejarle dormir. Y, para concluir su experimento, invito a Iwa-chan para que se quedará una vez más, este le miraba con un duro semblante y las palabras «¿Es en serio?» cinceladas en cada una de sus fracciones. Que confianza se tenían esos tres. La bruta interrogativa tuvo como respuesta un silencioso y tímido encogimiento de hombros, una sonrisa boba, llena de dientes blancos, acompañada de unos traviesos ojos marrones. Iwaizumi no tuvo más remedio que soltar un bufido y acceder con un «Ridículokawa» de por medio, seguido de un coscorrón y un brazo rodeando el cuello del castaño.
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Haikyuu!!-Shot's
RandomOne-shots, Headcanons, Mini-historias, Historias cortas y básicamente muchas cosas Homos (y hetero), de Haikyuu que vengan a mi cabeza.