Capítulo tres

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-Sus padres están locos de verdad. Son todo contra lo que hemos peleado tú y yo desde que nos conocemos: esa autoridad sin fundamento, el respeto reverencial... -Laila se retiró el casco y sacudió la cabeza-. Es increíble. Es como si hubieran buscado el catálogo de cosas nefastas para cumplirlas una por una -mirando al suelo agregó con pesar-: Pobre Eli.

-Amo tanto a ese chico que lo quiero sacar del agujero en el que se está metiendo. Vivir para complacer no es vivir, y quiero que lo entienda, pero está tan apegado a su familia que estoy seguro que no será fácil -Leon se tendió de nuevo en su sillón y cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás-. Dios sabe que para nosotros no lo fue.

-A ti no te fue tan mal, tenías el apoyo de tu abuelo. Eli no tiene a nadie excepto a ti.

Leon jamás se había llevado bien con sus papás. Si él quería blanco ellos le daban negro, si ellos querían día él quería noche. Eran tan opuestos que Leon pensó que era adoptado y sus ideales sobre que era mejor eran completamente diferentes.

Fueron años difíciles para él, años de discusiones y gritos, de amenazas y comentarios mordaces acompañados de remordimiento, pero ¿Cómo quitarle el bosque al alma de un lobo? ¿Cómo quitarle la naturaleza a un zorro que lucha por su libertad? Leon tenía un espíritu salvaje, libre que sus padres temían porque eso les habían enseñado a hacer ante lo desconocido.

El único apoyo que encontraba Leon era su abuelo: la única persona que compartía sus sentimientos de libertad y rebeldía. Recordaba a ese hombre -un auténtico Don- con cariño y ternura. Había sido él quien le había enseñado todo lo que tenía que saber sobre motocicletas, motores y velocidad. Incluso la mayoría de las herramientas, lápices de dibujo y diseños habían pasado de manos de su abuelo a él y los cuidaba con su alma, pues en ellos aun conservaba el recuerdo de un hombre que le enseñó a no temer a la autoridad y que la libertad viaja sobre dos ruedas. Por eso cuando a Leon le comunicaron la noticia de su muerte -infarto al miocardio. El hombre fumaba tanto como cuando tenía dieciséis años a sus setenta y seis- se recluyó en su cuarto tres días sin salir más que al baño. No comía ni bebía. Era un acto de rebeldía que él emprendía contra la vida misma por ser tan cruel y arrebatarle a la única personaba que de verdad quería, el único miembro de su familia que entendía lo que era no querer vivir atado de manos y ser un agachado.

Quizás así hubiera continuado hasta desmayarse, pero un día el timbre de su casa sonó. Su abuela -terriblemente demacrada por el dolor y el desvelo- arrastraba la esencia del abuelo de Leon tras ella.

-La dejó para ti, quería un día enseñarte a manejarla para que pudieras ir a donde quisieras -los ojos de su abuela se llenaban de lágrimas ante recuerdo de su esposo muerto y su voz se quebraba, impidiéndole decir su nombre-. Le tengo pavor a estas cosas, pero gracias a ella lo conocí. Eran otros tiempos y... bueno, un poco de su espíritu rebelde me enganchó. Pasé los mejores días de mi vida sobre este armatoste y tu abuelo también, estoy segura. Ahora quiero... ambos queremos que tú encuentres tu propio camino, que halles la misma felicidad que nosotros sobre esta motocicleta -su abuela se echó a llorar y, por un segundo, se quebró. Sus rodillas falsearon y cayó sujetándose de la Triumph y recargando su cabeza sobre el tanque de gasolina-. Me cuenta tanto creer que ya no está. Siento que en cualquier momento llegará y me dirá que diablos hago con su motocicleta. Por eso no puedo quedármela, no puedo verla todos los días oxidándose bajo la lluvia y el sol. Duele mucho, Leon.

Leon lloraba también, aunque no se había dado cuenta de ello. Tocó el gran faro con la X en medio, el manubrio cromado, el único medidor que era el de la gasolina -"Ve tan rápido como quieras, para eso es el camino. No te detengas sólo porque debas hacerlo, detente porque quieres hacerlo" solía decir su abuelo explicándole la falta de velocímetro y tacómetro-, las ruedas tan negras como la noche y el la pintura tan brillante como el día en que había salido de la fábrica.

Sujétate FuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora