Capítulo veintiuno

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Eli volvió caminando a casa el domingo en la madrugada. Había comenzando su viaje desde que el sol se escondió y para cuando tocó el timbre estaba exhausto. Pero aun así había algo más en su cuerpo, una sensación que se removía en su interior. Era como unir dos botellas de plástico con agua dentro para mirar un remolino, sólo que dentro de Eli el remolino era mucho más grande y lleno de emociones que brillaban como estrellas, tanto buenas y como malas.

Se sentía libre. Realmente libre, con lo hermoso y lo terrible que aquello conllevaba.

Aquellos tres días fueron la libertad que Leon persiguiera una vez en la motocicleta de su abuelo en la carretera. Y ahora debía volver a casa, siempre había que volver.

Eli, mientras caminaba lleno de sueño, cansancio, guiándose más por el instinto que por la memoria se percató que nunca sería tan libre como en ese momento. No sólo estaba lejos de sus papás, sino también de Leon y, a pesar de que doliera admitirlo, también quería ser libre de él. Por lo menos por un tiempo. Pues, si dependía de sus padres en más de un sentido aparte del económico, también lo hacía de Leon de una manera emocional y sentimental.

Cuando vio su casa desde la calle principal pensó en ella como una jaula con dos centinelas de muy mal humor que lo custodiaban de un lado a otro. Y ahora volvía aquella jaula para estar solo de nuevo, para que los centinelas tuvieran a quien culpar de sus errores, para que tuvieran algo que hiciera su vida adulta un poco menos aburrida.

Aquellos días de dormir en una banca de hospital había sido lo que Eli necesitaba para recobrar la cordura, pues a veces hay que hacer los actos más ilógicos para permanecer cuerdo. Permanecer como si nada pasara, como si nada doliera era el camino perfecto para atarse una cuerda al cuello. Sonriendo, pero atándosela de todos modos. Aquellos días fueron la válvula de escape que logró que Eli mantuviera los pies en el suelo, que no lo arrastraran las olas de su música hacia un negro abismo, que no ahogara porque nadar se había convertido en una tarea insoportable.

Él no sabía nada de eso, no sabía que de no haber escapado como lo hizo no hubiera terminado el año escolar ni vuelto a ver a las personas que quería. Hubiera muerto de una manera u otro, bajo sus manos o las de alguien más. Eli no sabría hasta mucho, mucho tiempo después que realmente tuvo que escapar para sobrevivir. Sobrevivir a un hogar abusivo, a una familia disfuncional, a un padre homofóbico y una madre controladora. Escapar de una escuela que se hacía de la vista cuando lo molestaban los demás chicos y chicas, de la que nunca se sintió parte y en la que nunca encajó.

A escapar de Leon, de esa dependencia, de esa necesidad de sujetarse a su espalda. Eli sabía que tenía que aprender a sujetarse a él mismo, no a nadie más. Iba a costar trabajo, sí, pero valdría la pena. Así, si un día las cosas se tornaban oscuras de nuevo como aquella irreal semana, no arrastraría a Leon con él como seguramente lo había hecho.

Sí, Eli había escapado, pero ningún escape es para siempre, no se puede vivir huyendo, siempre hay que volver a casa. Y aquel domingo a las cuatro de la mañana, con los ojos rojos y la frente sudada, los pies cansados y el alma limpia, Eli volvió a tocar la puerta de su casa. Pero no era el mismo Eli de hacía una semana, ese Eli se había quedado dormido en la banca del hospital, se había perdido en las calles de la ciudad, ese Eli seguía llorando en silencio en un privado del baño de la escuela. Ese Eli tuvo que perderse para que él, el Eli que veía a su madre de nuevo, se volviera fuerte y pudiera soportar ese enorme peso en la espalda en que la vida se había convertido.

-Hijo... -dijo ella llevándose las manos a la boca. No había dejado que pasara ni un minuto desde que sonara el timbre. Estaba en pijama y tenía unas enormes ojeras bajo los ojos llorosos. Eli sintió un aguijón en el corazón por lastimar así a su madre. Una parte de él quiso aventarse a ella e implorar perdón, rogarle que lo dejara entrar, pero ese remolino en su interior se lo impidió. Aquello sería volver a aquella vida que quería olvidar y que lo había hecho huir.

Sujétate FuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora