Capítulo ocho

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Sus corazones eran salvajes. Quizás el de Eli menos que el de Leon, pero salvaje al fin y más cuando estaba junto a él. Eran como dos compuestos químicos que, unidos, creaban una increíble reacción.

La motocicleta bajó del segundo piso y deslizándose por la calle, como empujada por el viento, rebasó a los pocos coches que había a esa hora. Leon mantenía una velocidad moderada, pero muy por encima del límite. Llegaron rápidamente a la casa/estudio/taller, lo cual fue un alivio por el aire de aquella mañana era frío y se adhería a la piel. Cuando Eli bajó de Emily estaba tiritando.

Leon cerró la puerta detrás de ellos. Pesaba en preparar el sillón para ver una película mientras bebían otra taza de chocolate, el clima era ideal para ello. Pondría varias cobijas y muchas almohadas. Era algo que siempre le había gustado hacer.

Pero cuando se giró para ver a Eli, se dio cuenta que los planes que él tenía en mente eran diferentes, pues al juntar sus labios, percibió inmediatamente que Eli no quería el calor de una manta, sino el de su cuerpo. No tenía que intercambiar palabras, pues la voracidad con la que lo besaba dejaba sus intenciones claras.

Eli lo abrazó detrás del cuello y junto sus piernas tras la cintura de Leon, quien olvidando por completo las mantas y el sillón, lo sujetó de los muslos y lo apretó contra su pecho.

Amaba esa característica de Eli, el poder amar sin freno cuando lo deseaba. Podía guardarse muchas cosas y ser reservado el resto del día, pero junto a él, en la intimidad de la casa/estudio/taller, Eli salía de si mismo. Se liberaba de esas costillas que parecían una prisión y se entregaba a sus propios deseos. Algo que no molestaba para nada a Leon.

-Quiero que me cojas, Leon, por favor -susurró Eli con los ojos cerrados. Su playera escolar estaba abierta y dejaba a la vista su clavícula. Leon comenzó a besarla, pues se le hacía tremendamente sexy.

-Pídelo de nuevo. Me encanta escucharte decirlo -respondió maliciosamente Leon.

-Cógeme, por favor. Lo necesito -volvió a pedir Eli entre gemidos. La lengua de Leon recorrió su cuello erizó su piel como un gato-. Por favor, hazlo de una vez.

Leon lo cargó a la cama. Su mente estaba nublada completamente y su único pensamiento era Eli. Se sentía tan afortunado de poder contar con ese niño, de que lo amara tanto y le pidiera hacer el amor que una parte de su cerebro se preguntaba si no había un error. Leon jamás había hecho algo tan bueno en su vida como para recibir semejante regalo del destino y, por esa misma razón, se preocupaba que algún día, así de inesperado como había llegado, se fuera.

Sobre la cama siguieron compartiendo sus besos, su aliento, sus gemidos. Eli se deshizo de su uniforme, quedando sólo en ropa interior. La necesidad de entregarse a Leon, de sentir sus músculos a su alrededor, de sentirse seguro en su agarre lo motivó a desvestirlo. Leon se sorprendió que lo hiciera tan rápido y cuando sintió en su entrepierna la tibieza de los labios de Eli se estremeció tan fuerte como nunca antes. No esperaba aquello.

La tibieza que sentía y la suavidad de los movimientos de Eli era una sensación sin comparación, comparable con el sonido de un arpa. Leon lo tomó del cabello, sedoso y tan brillante como hilos de oro, y lo sujetó para sentir a Eli y sus movimientos.

Éste se acomodó sobre la cama con las rodillas sobre el colchón y apoyado en sus codos. La curvatura de su espalda hizo que Leon casi terminará prematuramente aquel encuentro, sin embargo logró contenerse y pensar en otras cosas más que la belleza de las curvas de su trasero, los pequeños hoyuelos en su cadera, los lunares como estrellas sobre su espalda, aquella línea que delineaba su trasero sobre el bóxer de color azul cielo.

Fue algo muy, muy difícil.

Eli estuvo en aquella posición por largos y deliciosos minutos. Cuando se incorporó, se limpió los labios con la parte interior del codo.

Sujétate FuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora