Corazones rotos

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Era oficial. Narumi odiaba los exámenes médicos. Cada vez que empezaba un nuevo curso, todos los alumnos de Fukurodani debían pasarse por la enfermería para realizar un chequeo médico. Consistía en medirles, pesarles y revisar cosas como sus reflejos o su visión. Para muchos resultaba una bendición, porque suponía que debían perder un tiempo de clases para pasar el reconocimiento, pero a Narumi le parecía un suplicio. No llegaba a entender para qué el instituto quería datos como aquellos, pues el estar más gordo o más flaco, por ejemplo, no era un elemento influyente en sus estudios. Sin embargo, lo que sí resultaba era una pérdida de tiempo y una manera de cubrirse las espaldas para el centro que, de esa manera, defendía lo mucho que se preocupaba por sus alumnos, clave del éxito de Fukurodani.

Más allá de aquel parón en su rutina diaria que se saldó con un caramelo por parte de la doctora del centro como recompensa, Narumi atendió a clase como cualquier día normal. Tomó apuntes, escuchó al profesor y, durante el almuerzo, comió con Anri bajo el cerezo que presidía el patio principal de la escuela. Muchos podrían pensar que la vida que llevaba era aburrida, llena de monotonía, pero a ella le gustaba, le gustaba tener escasa vida escolar.

Ella no era como las demás personas. No tenía dramas de instituto y casi que lo prefería pues, durante el descanso que habían tenido entre la clase de Literatura Moderna e Inglés, había tenido que escuchar a Himekawa Sachiko lamentarse por las señales confusas que Kobayashi Gen le enviaba. Porque, claro, era muy difícil saber si sus sonrisas cada vez que le hablaba significaban algo. Narumi había estado a punto de golpearse contra el pupitre si, por lo menos así, conseguía que la chica se callara. Incluso tuvo ganas de gritarle que, posiblemente, Kobayashi solo le sonreía porque pretendía ser amable, pero que, si quería salir de dudas, le preguntara para que así el resto de la clase pudiera seguir con sus vidas. No obstante, Narumi prefirió guardar silencio porque, al fin y al cabo, prefería que, cuanto menos supiera el resto sobre ella, mejor.

Tras las clases, Narumi volvió a encontrarse sola. Aún no se había acostumbrado a la ausencia de Anri durante los días que tenía club y mucho menos a pasar menos tiempo con su mejor amiga. Se rascó la nuca, algo perdida en los pasillos de la escuela, que comenzaban a vaciarse a una velocidad asombrosa. Mientras el resto se movía, ella, en cambio, se mantuvo inmóvil en mitad del pasillo, observando el suelo.

El día de los padres.

Aún quedaban muchas semanas, pero Ono-sensei ya les había advertido de la fecha para que pudieran comunicárselo a sus progenitores y así pudieran asistir. Era una tradición en Japón que, una vez por curso, los padres pudieran asistir a clase con sus hijos de manera que pudieran comprobar cómo se desenvolvían en el ambiente escolar y cómo iban en sus estudios. Además, era una buena forma de conocer al tutor y concertar una cita si los padres deseaban una tutoría en el futuro.

Narumi odiaba ese día. Nunca nadie de su familia iba a verla. En un punto de su vida, era su madre la que siempre acudía, pero ya no lo hacía. Y tampoco hacía falta. No obstante, siempre había gente que cuchicheaba a sus espaldas. Narumi lo notaba. Hablaban sobre ella y sobre el desinterés de unos padres por su hija. Aquello terminaba por enfadarla con el mundo y, el año pasado, había sido Anri la que había terminado pagando la frustración que le provocaba estar en boca de los demás por algo que a esa gente, que ni siquiera la conocía, le importaba. Afortunadamente, Anri supo manejar la situación y, cuando Narumi creyó horas después de gritarle a su mejor amiga que la había perdido para siempre, Anri la habló al día siguiente como si no hubiera sucedido nada el día anterior.

Al emprender de nuevo su marcha, Narumi se percató de que había sido de las últimas en salir del edificio, al menos, para regresar a casa, pero se detuvo en el patio, dubitativa. Desde donde se encontraba, se escuchaban los gritos de algunos de los estudiantes que permanecían en la escuela para quedarse en sus respectivos clubes. Narumi aferró el asa de su mochila y giró su rostro hacia la izquierda. En aquella dirección se encontraban los campos de fútbol y, a pesar de la distancia, podían escucharse los gritos de ánimo y los silbatos.

El color de una sinfonía (Primera Temporada) [Haikyuu. BokutoxOC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora