Capitulo 19

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Apreté mis manos en su camiseta, aferrándome por la querida vida, mientras él me besaba. Pude saborear el refresco que él acababa de tomarse y un sabor oscuro y sedoso que me recordó a un cremoso pastel de chocolate. Me preguntaba si esto era a lo que él se refería cuando dijo que los cambios tenían un cierto sabor. Si lo era, sin duda era delicioso. Me preguntaba si yo tenía el mismo sabor deleitante y eso era lo que MinGyu saboreaba al tiempo que deslizaba su lengua sobre la mía.

Pero, tan pronto como el beso comenzó, ya había acabado, y MinGyu se alejó de mí.

Parpadeé tontamente y me pasé la lengua por los labios. Todavía se estremecían, como si hubiera estado pasando una batería sobre ellos repetidamente.

—Diablos —murmuré al tiempo que lo miraba, pero él no me miraba en absoluto. Miraba a algo sobre mi hombro.

Rápidamente me volví y descubrí a Somi, en la esquina, con el ceño fruncido. Gruñía, esos pequeños pero fuertes colmillos de gatito pequeño presionaban con fuerza entre sus glosados labios de color rosa.

Me volví para mirar a MinGyu y se hizo evidente. Él me besó porque tenía que demostrar nuestra coartada, no porque él estuviera abrumado por la necesidad de hacerlo. Como si lo volviera loco con la absoluta maravilla de todo lo que yo era.

De alguna manera, me sentí violado de nuevo.

—La próxima vez, avísame, ¿De acuerdo? —Le murmuré, enojado porque mi cuerpo aún estuviera en marcha.

Él se limpió la boca. —Sí, esperemos que no haya una próxima vez.

—Vete a la mierda —musité en voz baja, y luego dije—: Eres peor que ellos. Por lo menos yo sé que ellos no son humanos.

Mis manos colgaban en puños a mi lado. Me sentía tan enojado, y sí, herido. Había pensado que el beso era real, por lo menos para mí. Para MinGyu obviamente no significaba nada. Él incluso había limpiado sus labios, como si su existencia dependiera de ello.

—Me voy de aquí. —Me volví sobre mis talones y me dirigí hacia la puerta de atrás.

Me abrí paso por el otro lado de la gente; los jugadores de hockey y un par de matones de seguridad. Ellos, inteligentemente, habían salido de mi camino, llegué a la puerta de atrás y la empujé para salir hacia el callejón trasero.

No sabía a dónde iba o cómo iba a llegar ahí. Apenas tenía diez dólares en el bolsillo de mis vaqueros, pero yo tenía furia y determinación de mi lado. Por lo menos, eso me llevaría a algún lugar alejado de aquí.

Me las arreglé para llegar a la calle antes de que MinGyu me alcanzara. —¿Qué estás haciendo?

—Me voy. ¿Qué parece que hago?

—No seas estúpido, JeongHan. —Él trató de agarrar mi brazo de nuevo, pero yo no iba a dejarlo.

Cerré mis puños sobre su camisa y lo empujé hasta que golpeó la pared de ladrillo. Fui directo a su cara. No luchó contra mí. Probablemente podía notar que yo estaba seriamente afectado. Me preguntaba si mis ojos eran negros. Estaba seguro de ellos, porque había una neblina de color rojo a su alrededor.

—No vuelvas a tocarme, a menos que realmente lo desees. Estoy cansado de ser tratado como un desechable muñeco inflable.

Bajó sus manos a sus costados. —Lo siento. No estaba pensando.

El calor de su cuerpo giraba a mí alrededor, mezclándose con el mío. Apoyándome en su cuello, inhalé profundamente. Olía como al pastel de chocolate que yo estaba anhelando antes. Olí lo largo de su cuello otra vez.

—Tengo hambre.

Él buscó mi cara. —Lo sé. Lo puedo ver.

Tragué saliva, aunque lo que quería era tragar a MinGyu. Absorber su esencia y alimentar el profundo dolor.

—Solo una probada —gruñí, con una voz que era extraña para mis oídos. Podía sentir el cambio avecinándose, como un cambio en el clima.

Miré mis manos sobre el pecho de MinGyu. Mis uñas oscureciéndose y alargándose en garras. Pasé la punta de la lengua por mis dientes delanteros, sintiendo la punta de los colmillos. Supongo que tuve mi respuesta a si los cambion tenían colmillos como los súcubos. Porque, hola, estaban allí.

Ese pequeño bocado me recordó mucho a Somi y me alejé de MinGyu. Yo no quería ser nada parecido a esa perra pop de Tokio.

Jadeante, abrí y cerré mis manos esperando a que volvieran a la normalidad. Poco a poco, las garras volvieron a las puntas de mis dedos.

—Eso es bueno, lo controlaste.

—Sigo queriendo patearte la mierda por ser un idiota.

Se echó a reír mientras se alejaba de la pared. —Lo sé. Me lo merezco. Lo siento por besarte sin pedirte permiso. La próxima vez preguntaré.

—¿La próxima vez? —Me emocionó verlo agachar la cabeza con vergüenza. Tal vez él no me era tan indiferente como le gustaba dar a entender.

—Bueno —balbuceó—, no es que yo vaya a hacerlo ni nada de eso.

Sonreí ante sus palabras. Tal vez podría perdonarlo por ser un idiota. —Todavía tengo hambre.

—¿Qué te parece comida china? Vi un lugar a un par de cuadras más.

—Sólo si tú pagas, porque estoy en quiebra.

—Sí, yo pago. —Él hizo un gesto hacia la calle—. Vamos. Por desgracia, tenemos que estar de vuelta en un par de horas para el show.

Resignado, lo seguí.

Mientras caminábamos las dos cuadras, le pregunté—: ¿Te salen colmillos cuando, ya sabes, te vas al lado oscuro?

Él negó con la cabeza. —Nop. Creo que solo les salen a algunos.

—Genial, justo lo que necesito. Es como tener dos pequeñas erecciones en mi boca.

Una carcajada ruidosa estalló de él y hecho su brazo a mi alrededor. —Me estas matando, ¿Lo sabías?

No levanté mis hombros para quitar su brazo a medida que íbamos hacia el restaurante, y él tampoco lo quitó.

Traté de no buscar una explicación a ese gesto, pero era difícil cuando mi corazón latía tan fuerte que podía escuchar el eco en mis oídos. Sólo esperaba que él no lo notara.




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