CAP 1. EL JUEGO DE CALZONES

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AUSTIN, TEXAS
ENERO DE 2007

Finalmente había llegado el gran momento, el día en que uno de mis tantos sueños se hacía realidad: estudiar en el extranjero.

Era, al igual que muchos, un alumno de intercambio que por primera vez se incorporaba al sistema educativo americano, situación que me tenía fascinado, pero a la vez nervioso, pues las clases recién comenzaban y el ímpetu estaba muy presente por ser alumno de nuevo ingreso. Y es que para muchos tal vez no sea gran cosa, pero, para mí, estar en otro país y socializar con otras personas era un gran reto que me recordaba lo afortunado que era al gozar de ese privilegio. Ver tantas culturas mezcladas en un solo sitio era emocionante y hasta quizás imponente, y justo eso lo volvía, además de diferente, interesante.

Durante la primera semana, mi prioridad siempre fue integrarme y ponerme a prueba con el idioma, romper con todas esas barreras que existen y los mitos que hay sobre él. Estaba emocionado y listo para vivir esa gran aventura, pero también en ocasiones me invadía una sensación de nostalgia y soledad por estar tan alejado de casa y de mi país.

Recuerdo bien ese día, tan solo había transcurrido una semana desde mi llegada. Daban justo las doce del mediodía cuando el sol profundo y sofocador me incitó a tomar un buen baño, así que cogí mis cosas, partí del campo de fútbol y me dirigí a las regaderas. La universidad era realmente grande, la típica institución americana a la que uno va todo el semestre a estudiar como interno. Compartes habitación con otra persona y te haces responsable de tu vida por completo. En mi caso, aún no tenía compañero de cuarto, y aunque sabía que no sería por mucho tiempo, hasta ese momento me sentía libre dentro de mi propio espacio, ya que no había nadie que invadiera mi total y absoluta privacidad.

Llegar a ese cuarto de baño específicamente era algo complicado; primero debía atravesar un largo pasillo, y al llegar al final, había una puerta que, al abrirse, dejaba al descubierto tres caminos: uno a la derecha, otro a la izquierda y el último de frente. Pero la travesía no terminaba ahí, pues debía tomar el camino recto para bajar cerca de sesenta escalones que llevaban directo a las duchas. Esa era una de las tantas razones por las que no muchos estudiantes se aventuraban por aquellos rumbos, y otra de ellas era el rumor de que ahí solo acudían estudiantes homosexuales. En fin, al ir bajando, me percaté de que el clima se sentía cada vez más húmedo y caliente. Se escuchaba un regadero de agua hirviendo que provocaba una nube de vapor intensa, y también pude percibir, a lo lejos, el sonido de algunas personas riendo, algo a lo que no presté verdadera atención. Fui directo a los vestidores, comencé a quitarme la ropa hasta quedar desnudo y luego me adentré al cuarto lleno de vapor hasta alcanzar una de las llaves de agua. Disfruté de cómo esa sensación de mi cuerpo hirviendo se desvanecía lentamente cuando el líquido frío cubría mi piel al ritmo en que el sudor desaparecía. Al calor del ambiente, escuché unos murmullos que no tenían nada que ver con las risas, eran gemidos de placer y excitación que inmediatamente llamaron mi atención y despertaron gran curiosidad por investigar esa realidad que jamás imaginé que mis ojos verían.

Era un acto extremadamente íntimo, algo que no podía creer, pero que me mantenía atento, muy atento. Nunca en mi vida había visto a dos hombres experimentando caricias, besos y, menos aún, teniendo un encuentro sexual.

Marco hallaba entre sus piernas las caricias de Daniel, sus brazos rodeaban su cuerpo entre abrazos sin control y besos de total frenesí. Los movimientos no dejaban nada a la imaginación, era un acto tierno, pero absolutamente excitante. Sus palabras, sacudidas con secuencias de pasión, retumbaban con el eco que a lo lejos se perdía, y las pieles de ambas partes, de ellos y la mía, simplemente se mezclaban en un gran orgasmo.

Empecé a sentirme extraño y confundido, así que me alejé esperando que no me hubieran visto. Fui directo a vestirme para salir huyendo apresuradamente de ahí, sin poder dejar de pensar en esos recuerdos censurados.

LA PRIMERA VEZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora