CAP 8. EL DIARIO DE GERMÁN PETROVA

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Soy creyente fiel de la idea de que todo en la vida se regresa. Creo en la ley de la atracción e incluso en aquello llamado karma, pero no en ese que te castiga el doble o el triple, sino en el que asertivamente te hace entender, te da una lección y te abre los ojos presentándose en el momento justo, que muchas veces puede ser incluso el equivocado, o bien en un futuro y de forma sorpresiva e impensable.

Salí de la habitación después de que Daniel se escabulló detrás de Marco. Cerré la puerta y me senté por un momento ahí mismo, afuera, justo en la entrada, muriendo de frío, empapado, triste y conteniendo las enormes ganas de llorar, pero Germán no salía... Me levanté como pude luego de algunos minutos, temblaba por la fuerte sensación del viento helado sobre mi cuerpo y quizás de rabia, pero también de nervios. Estaba decidido a enfrentarlo, así que, una vez más, abrí la puerta y volví a entrar, pero él seguía acostado; yacía inmóvil, sin hacer ni decir nada, lo que me molestó aún más. Muy enojado me acerqué y lo tomé por los hombros, sacudiéndolo para que reaccionara, pero continuó en ese estado, perdido e inconsciente. Fue entonces que me percaté de que el olor de su respiración no era solo a cerveza, sino también a una mezcla extraña de esa bebida junto con otra sustancia. Lo tomé de nuevo por los hombros y comencé a sacudirlo y a hablarle para que reaccionara, pero no había respuesta. Miré hacia el buró central que dividía nuestras camas y vi aquel singular frasco...

A decir verdad, yo no conocía mucho de drogas, pero ya había escuchado de esa en especial

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A decir verdad, yo no conocía mucho de drogas, pero ya había escuchado de esa en especial. Muchas cosas pasaron por mi cabeza: estaba feliz porque había comprendido a la perfección la situación, sabía que Daniel había intentado aprovecharse de él bajo los efectos de la bebida y de esa droga, pero también sentí cierta impotencia al no saber qué hacer, cómo despertarlo, o si debía simplemente dejarlo así hasta que se le pasara el efecto al día siguiente. La desesperación se apoderó de mí, así que continué agitándolo fuertemente para que despertara, pero no recibí respuesta alguna. Miré a mi alrededor intentando encontrar algo que pudiera ayudarme a que volviera en sí, y entonces observé unas hojas tiradas sobre el suelo. Al levantarlas, vi un libro que, por curiosidad, abrí. Me di cuenta de que ese era su diario, el más preciado tesoro de Germán, en donde plasmaba sus sentimientos más profundos y gran parte de la investigación que estaba llevando a cabo. Sentí una fuerte tristeza mientras lo veía tendido en la cama, ese chico era el hombre de mi vida, la persona con la que quería compartirlo todo, mis triunfos y fracasos, mis sufrimientos y alegrías, mis anécdotas y fantasías; todo, absolutamente todo, y necesitaba decírselo, hacérselo saber, pero él estaba inconsciente y no reaccionaba...

Cuando apenas comencé a leer su diario, de repente su respiración empezó a agitarse, sus ojos se abrieron y estaban completamente en blanco, su cuerpo se convulsionaba sin parar. Supe que las cosas andaban mal e inmediatamente cogí el interfónpara llamar al hospital universitario. Lo sostuve fuertemente mientras, consternado, lo observaba. Fue tan difícil y triste verlo de esa forma que juro que pensé que moriría, y... así fue. Su cuerpo inmóvil yacía sobre mis piernas sin respiración, sin emitir algún sonido, no tenía pulso, y yo pedía a gritos ayuda, intentando revivirlo... La puerta se abrió de inmediato, presurosos paramédicos hacían su trabajo, yo no podía siquiera hablar. A lo lejos escuché preguntas, pero solo observaba todo el proceso. Al darse cuenta de que no tenía pulso, emplearon el desfibrilador para revivirlo. Su cuerpo brincaba al ritmo de cada descarga, pero no respondía. Mi novio, mi Germán, mi bello español estaba muerto. El amor de mi vida había fallecido a causa de una sobredosis de esa maldita droga suministrada por Daniel...

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