CAP 7. EL CANTO DE LAS SIRENAS

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Hay cosas en la vida que pasan de una forma tan extraña e increíble que sencillamente no encontramos una respuesta al por qué de lo que nos sucede. Sin embargo, y para nuestro consuelo, todo en la vida está lleno de lecciones de las que o aprendemos o dejamos que nos consuman.

Jamás había llorado de esa forma, atrapado entre tanto sentimiento, tan confundido y lleno de muchas preguntas, dudas que invadían mi cabeza. Aún recuerdo ese día como si fuera ayer, aún siento todo lo que experimenté en aquella ocasión que marcó por completo ese momento de mi vida. Sé que el amor te lleva a hacer cosas increíbles y fascinantes, pero también a cometer las peores atrocidades que ni tú mismo pensarías que podrías hacer, al menos eso aprendí con esta experiencia. Durante mucho tiempo pensé que no había sido amor lo que llevó a mi primo a hacer lo que hizo, sino una gran obsesión que después se convirtió en un acto desmedido de locura consciente, y aunque ciertamente solo él lo sabía en aquel momento, la verdad es que algunos años después lo pude entender.

Mi hermana me abrazó con fuerza intentando consolarme y entender el porqué de mi actitud al cuestionarme qué me sucedía, pero no recibió otra respuesta más que el mismo llanto acompañado de mi silencio. Ella sabía que lo que estaba pasando era demasiado difícil, así que con un gran nudo en la garganta permaneció así conmigo, así sin más, sin decir nada. Minutos después la voz dulce de mamá se escuchó desde la planta baja, invitándonos a incorporarnos a la mesa pues la comida estaba servida, así que luego de haberme tranquilizado, nos dirigimos hacia el comedor, en donde Pablo ya aguardaba con una expresión en el rostro que jamás voy a olvidar.

—Carlos, ¿estás bien? —preguntó Braulio.

Un silencio inmediato se sintió en el comedor, Pablo y Jenny inclinaron sus caras, pero todos los demás voltearon a verme, incluyendo a Germán.

—Sí, hermano, estoy bien. Ya sabes, dolores de cabeza muy fuertes, pero ya estoy mejor. Jenny me dio un par de analgésicos.

—¡Dios mío! ¿Cómo pude olvidar tu medicamento? —expresó mamá, quien inmediatamente se acercó a mí para entregarme las píldoras que sustrajo de un pequeño contenedor que había guardado en su mandil.

Pablo estaba sentado a mi lado derecho, Braulio en el izquierdo, y Germán se encontraba justo en frente de mí. Nos observamos mutuamente durante escasos segundos y ambos desviamos la mirada instantáneamente. Me sentí mal, comencé a recordar la fusión de cuerpos entre Gabriel y yo, y me invadió demasiado coraje y pena, me sentía sucio, completamente avergonzado. Empecé a ver la realidad y a aceptar que Germán era mi verdadero novio, y más ahora, que al mirarlo sentía algo extrañamente fuerte, un tipo de lazo inexplicable, aunque ciertamente aún lo veía como un total desconocido, pues aunque ya había regresado poca información a mi memoria, él continuaba dentro de un gran hueco. Al finalizar el gran banquete, los Huitrón, mis hermanos y mamá se dispusieron a jugar cartas en el comedor, mientras que Pablo, Germán y yo nos acomodamos en la sala para ver una película en completo silencio. Un silencio incómodo que Pablo algunas veces intentó romper, pero que continuó así hasta que finalmente, pasadas las ocho de la noche, se rompió cuando el filme terminó y yo me despedí de todos excusando sentirme cansado. Germán solo pudo mirarme con gran melancolía por mi indiferencia y falta de disposición e interés de acercarme a él, pero la realidad es que, aunque deseaba hacerlo, me sentía completamente mal.

—¿Puedo pasar? —preguntaron desde el otro lado de la puerta.

—¿Quién es? —repliqué secando las lágrimas sobre mi rostro.

—Soy Pablo, he venido a despedirme, amigo.

—¡Adelante!

Abrió la puerta, se acercó y se sentó sobre mi cama a un lado mío. Al percatarse de que había estado llorando, me abrazó tan fuerte como pudo, para después comentar algunas palabras.

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