Capítulo III

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Shizuo Heiwajima ignoró, sin ser esa su intención, la oferta de su compañero sobre detenerse a desayunar en el restaurante ruso o en cualquier otra parte. Ante la falta de respuesta, Tom Tanaka no trató de insistir puesto que, después de años de lidiar con Shizuo, sabía perfectamente cuando era prudente dejar que éste se reprochara en silencio su salvaje comportamiento.

A unos cuantos metros de distancia y por arriba de sus cabezas, el informante reparó en la suciedad del traje de Shizuo. El chaleco de barista estaba rasgado por la mitad, a punto de dividirse por completo, y las mangas estaban llenas de polvo y de sangre. Pero el monstruo no parecía tener ningún tipo de herida y siguió caminando como si no fuera extraño «alardear» de la posesión de una fuerza titánica.

Izaya siguió a los dos hombres sin andar a la altura del suelo porque el tratar de pasar desapercibido y el no caer de los bordes era lo que necesitaba para no pensar en sus preguntas matutinas (y también para hacer caso omiso de los gruñidos de su estómago).

«¿Habrá pensado Shizu-chan que corre el riesgo de que sus ataques de ira los descargue en algún ser querido?»

Izaya se detuvo unos instantes y luego retomó la marcha pues le pareció que Shizuo miró de reojo el sitio por dónde caminaba. Flexionado como estaba y atento a emprender la huida (aunque sin olvidarse de proponerle una carrera a Shizuo de ser necesario), Izaya imitaba con bastante gracia a un gato.

«Si lo ha hecho, ¿por qué no se marcha del barrio?»

«Se dará cuenta de que humano o no humano, no es alguien apto para vivir en sociedad.»

¡CRASH!

Izaya no perdió el equilibrio cuando una máquina expendedora impactó contra la pared vecina.

«Imbécil.»

—¡Shizu-chan! —saludó el informante con expresión relajada.

—Así que sólo eres tú, Pulga —gruñó el aludido.

«¿Lanzaste aquel traste sin saber quién era tu blanco?»

«¿Es decir que no te hubiera importado herir a un desconocido?»

«Ni siquiera yo creo que seas tan bestia.»

—¿Qué me ha delatado?

«No me fuerces a rociarme algo encima cada vez que quiera investigarte.»

Embargado por la ira, Shizuo no respondió, aunque Izaya esperaba que lo hiciera. Ambos pasaron por alto las quedas protestas de Tom que terminó por aguardar el desenlace del peligroso encuentro.

Izaya salió corriendo del lugar y, como siempre, el monstruo hizo lo mismo.

«Si permito que me atrapes, ¿qué harás?»

«¿Matarme?»

El joven apartó de su paso a unos estudiantes de instituto y tras ellos resonaron los gritos de Shizuo.

—¡IZAYAAA-KUUUN!

«¡Tienes un pésimo temperamento!»

En algún punto de la escandalosa persecución, Izaya se detuvo para disfrutar del enojo de Shizuo.

Viendo como el hombre apretaba los dientes con rabia y mantenía las manos en dos puños, el informante supo que estaba muy divertido, tanto que la sonrisa burlona que afloró en sus labios, era en buena medida sincera. Le sonrió a Shizuo y el efecto del gesto fue que éste trató de volver a derribarlo con la puerta de un coche. El dueño del coche no se molestó en quejarse y permaneció cabizbajo al lado de aquel par de maniacos.

«Te busco porque es divertido, pero nunca me dejare atrapar.»

«Si yo muero, ¿no te sentirías solo?»

«Diablos, Shizu-chan, podría hacer esto todo el día.»

—Dime, Shizu-chan, ¿no te estás divirtiendo? ¡Yo sí! ¡Me estoy divirtiendo de lo lindo!

—¡Te dije que te marcharas de Ikebukuro! ¡Hijo de...!

—Tú siempre tan cortes. Quizá tienes que insistir con mayor fuerza. No te veo hoy muy motivado.

—Cuando te alcance te prometo ser explicito —Shizuo buscó un nuevo objeto que lanzar.

Izaya miró la trayectoria de una segunda máquina expendedora y se hizo a un lado con actitud presumida. Luego volvió a correr totalmente extasiado, sin dejar de asegurarse de que la carta número cincuenta y cuatro permaneciera en su bolsillo. El dueño de la carta le pisaba los talones.

Al sentir dolor en el pecho, Izaya previo que dentro de poco no podría seguir dando vueltas por Ikebukuro. Se las ingenió entonces para llegar a uno de sus laberintos favoritos en el barrio. Era su favorito porque era escasamente transitado y complejo, pues zigzagueaba cada dos por tres. En su adolescencia, cuando decidía ausentarse del colegio para visitar el lugar, incluso él había logrado perderse algunas veces.

«Nuestro primer día experimental tendrá que terminar ahora mismo.»

«Estúpido monstruo.»

Dentro del laberinto, Izaya se mostró más confiado que antes. Sin embargo, si hubiera atendido las llamadas de Shiki del grupo Awakusu, de las cuales le informó Namie la noche anterior, en lugar de preguntarse por su cordura, el informante no se habría acercado al lugar. Para suerte suya, el afán de Shizuo por aplastarlo como a un insecto, o en sus palabras «como a una pulga», lo mantuvo a su lado.

Al final resultó que nuestro informante no sólo podía estar loco, sino ser también un afortunado bastardo. Debido a su mal temperamento, Shizuo siguió al informante, salvaría su vida «sin detenerse a pensarlo», y la propia daría un vuelco de ciento ochenta grados.

Al cabo de varios días siendo acosado, el guardaespaldas se quejaría frente a sus amigos de la siguiente manera:

—¡El desgraciado me forzó a firmar un contrato... Pero como no quiero que vuelta a tratar de saltar por ahí, ¡me tiene atado de manos!... ¡Es un maldito manipulador, aunque ya no quiera admitirlo!

—No, está enfermo.

—¡Está loco!

—Podría ser. Mi diagnóstico es que sufre depresión y no locura, al menos no todavía. ¿Adónde vas, Celty? ¡Mi corazón no podrá soportar tu ausencia!

El día a día de Izaya OriharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora