Capítulo 4 - Paraíso

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Realmente no estaba del todo bien. Aun me costaba caminar y necesitaba tomar apoyo de las cosas pero igualmente John estaba decidido a llevarme, sabía cuánto me interesaba salir y ver las cosas por mis propios ojos.

Esa mañana desayunamos café y un vaso con jugo de naranja recién exprimido.

Me prestó su chaqueta (ya que afuera aún hacía frío aunque pareciera que estaba por llegar la primavera), era como la chaqueta de un papá, gigante en mi cuerpo pero me encantaba, me sentía totalmente protegida y rodeada de cariño, aun cuando él todavía era un desconocido para mí.

Al salir por la puerta el aire fresco golpeó mi cara, cualquiera hubiera estado reacio a la idea de salir de un lugar cálido, pero yo solo cerré los ojos y eleve mi mentón, sintiendo el sol en mi cara y la brisa en mi cabello. Era realmente un momento de paz y de libertad luego de esos días encerrada con tantas cosas en mi cabeza.

— ¿Lista? —Interrumpió John

—Claro...

Aunque no sabía cómo iba a caminar hasta el granero, nunca imaginé lo que iba a hacer John; él se puso detrás de mí y rodeó mi cintura con un brazo y con la otra mano tomó la mía delicadamente dándome apoyo para así poder caminar. Admito que pegué un medio salto acompañado de un chillido, pero no me aparté, el solo me daba más seguridad. Era el aroma de su cuerpo, ningún perfume en el mundo o en la historia podría alguna vez reproducir ese aroma que emanaba de él: olor a limpio, flores, campo, paz, calidez y todas las cosas buenas que una persona puede percibir sólo por su perfume. Su respiración en mi cuello, era como un pequeño ángel que anunciaba que estaba detrás de mí, a cada paso.

El simplemente me inspiraba seguridad y eso me agradaba.

Caminamos rodeando la cabaña y mientras andábamos a pasos tranquilos y seguros iba contándome y señalando cada cosa que había hecho, a un lado se veía parcelas con lechuga, tomate, repollo y varias verduras más, dispuestas prolijamente. Más lejos señalaba los mini-cultivos de maíz, trigo y algodón, y por el otro lado había corrales; me contaba que con cada viaje de exploración que hacía, siempre que podía cazaba animales semi domésticos y los traía aquí para criarlos, había cerdos salvajes de los bosques, cabras de las montañas, gallinas que encontró en un monte y una vaca que encontró en una llanura pasteando alejada de su rebaño. Cuando al fin llegamos a lo que más me importaba, y era ese inmenso granero, que ahora que estaba a su lado se veía realmente imponente.

John se apartó de mí, abrió una de las puertas y me tendió una mano para que entrara.

El lugar era realmente como lo describía, a cada lado que miraba había algo diferente, sobre una pared se encontraba la más grande colección de libros que hubiese visto aún si no hubiera perdido la memoria y había estanterías altas e inmensas llenas de cosas que a nadie se le hubiera ocurrido que iba a necesitar en la vida, pero allí estaban, embudos, correas, cadenas, una fila entera dedicada a semillas... Yo solo dejé la mano de John y recorrí por mí misma las filas de cosas. Él solo se quedó detrás de mí observando; sospecho que había hecho lo mismo la primera vez que entró.

— ¿Hay ropa aquí? —Pregunté ilusionada, todo este tiempo llevaba ropa de John y sentía que estaba acaparando demasiadas cosas de él. Y si consiguiera ropa de mi talla realmente estaría feliz, sin tener que hacer nudos o atar las prendas porque siempre me quedaban grandes.

— Claro, pero solo de hombre.

— ¿Podría verla? Necesitaría algo para vestir.

Tomó mi mano y me dirigió a una puerta trasera, al abrirla nos esperaba un salón lleno de ropa tendida en perchas y cubiertas con nailon, se veía trajes de vestir, ropa de campo, ropa de abrigo, ropa informal, zapatos, zapatillas, botas y chanclas. Era el paraíso para un hombre, si tuviera los gustos por la ropa como las mujeres. Allí verdaderamente no había nada para mí, todo era sorprendente mente de su talla por lo que, si quería usar algo de ahí, debía modificarlo...

— ¿Te importa si...?—digo señalando la ropa.

—No por supuesto, adelante.

Mi mano recorría la ropa y mi cabeza las ideas para ajustarlas para mí hasta que vi una pequeña portezuela en el techo y mí y mi curiosidad demandaba saber.

— ¿Qué hay allí? —pregunté señalándola.

— ¿Allí donde?— dijo acercándose a mi lado.

— Eso, parece una pequeña puerta, como de un altillo.

John cambió su cara de buen humor a una extrañada — ¿Qué pasa?—pregunté preocupada.

—Eso nunca estuvo allí—respondió todavía observando la puerta.

—Quizás la hayas pasado por alto...

—No —Negó con la cabeza—, he estado en este sitio por años, nunca lo había visto.

Y sin más, fue fuera y apareció con una escalera. Al subir tomó la perilla y tiró de ella. Una escalera se desplegó casi pegándole en la cabeza al pobre chico. Bajo de su escalera y se subió a la desplegada. Asomó la cabeza por un rato observando. .

Cuando la bajó ahora me miraba con una sonrisa que le llegaba hasta los ojos.

Mi corazón latía expectante y en mi cara se asomaba una sonrisa contagiosa —¿Qué? ¿Qué hay ahí?

—Espero que tengas fuerzas para subir por estas escaleras... Porque algo me dice que te encantará lo que hay aquí arriba.

Bajó sólo para darme su mano así poder subir las escaleras, no sabía que esperar.

Apenas mis ojos se encuentran con lo que había dentro, poco me importaba el dolor. Era casi terapéutico. Mi propio paraíso; un salón aún más grande ¡Lleno de ropa y zapatos! Mi corazón brincaba aún con todo lo que estaba pasando. Eso era algo realmente bueno.

Acelere mi paso y me dirigí derecho a la ropa. No lo podía creer.

—Voy a buscar un bolso... Creo que querrás llevarte algo a casa...

Yo solo asentí. Aquello era divino...

Escogí varias remeras y pantalones cómodos, una campera de abrigo y zapatillas. Aunque algún día volvería a probarme esos zapatos de taco alto que me fascinaban, por el momento apenas podía caminar.

—Veo que la ropa es milagrosa. Recién apenas podías caminar y ahora mírate, yendo de un lado para otro con la ropa. —Entró John con un bolso en la mano.

—Cállate. —Le dije con mi más grande sonrisa. Era inevitable estar feliz.

A la vuelta lo primero que hice fue cambiarme. Era justo de mi talla. No podía estar mejor.

— ¡Woow! Ahora es mi momento de decir ¡Woow! Te ves genial.

—Gracias —Asentí con una sonrisa. —. No sólo por el alago, sino por llevarme. Realmente has cambiado mi humor.

— De nada. Verte bien me hace feliz a mí también. Además, eras una niña aún más enana con esa ropa gigante.

—Oh cállate... — Nada me podía hacer enojar entonces.

— Te vez hermosa. —Repitió, pero esta vez más para sí mismo.



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