Capítulo 8 - El lago

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Pasaron los días y con John solo intercambiamos las palabras necesarias. Caminábamos, comíamos y dormíamos. Los paisajes aunque hermosos, cada vez me desesperaban más.

El río el cual seguíamos hacia mucho había terminado en una simple y ordinaria línea de agua que desembocaba en un gran árbol. En ese entonces solo pensaba — Cómo algo que daba tanta vida aún en su final daba más vida.

Ahora solo seguíamos el sol y por la noche descansábamos.

Una mañana John me sacudió el hombro — Despierta, deberías ver esto.

— ¿Qué pasa?

— Encontré algo que te gustaría ver. —Era la primera vez en todo el viaje que volvimos a hablar realmente.

Lo seguía de cerca, él de vez en cuando miraba detrás a ver si le seguía el paso y siempre estaba con una sonrisa.

Casi llegando me dice: — ¿Confías en mí?

— ¿Qué es lo que quieres?

Sin responderme se colocó detrás de mí y me tapo los ojos. — Confía en mí, yo estaré contigo todo el tiempo. Quiero que sea una sorpresa. — susurró en mi oído.

Creo que no había notado cuánto extrañaba su toque hasta que lo hizo. Siempre estar cerca de él me inspiraba seguridad, de pronto ya no importaba lo que pensaba que hizo, lo único que quería era volver a tener esa amistad que teníamos en la cabaña, quería volver a hablar con mi compañero, quería volver a sentirme segura con él.

— Llegamos. — dijo y descubrió mis ojos.

Lo que tenía en frente mío era hermoso. Realmente valía la pena. Era un lago en el medio del bosque, con su propia cascada.

Tenía el agua pura y transparente y la playa que se formaba a su alrededor era blanca como la nieve.

— Espero que tengas ganas de mojarte. — Dijo sonriendo mientras se quitaba la camiseta y corría al lado del lago en dirección a la cascada.

— Espera, ¿Qué haces?

— Voy a tirarme, ¿No ves?

— Estás loco.

— Noticia viaje querida. — Ya en la cima me saludo como un niño saludando a su madre en la punta del trampolín, dio dos pasos atrás y volvió corriendo esta vez para saltar dentro del lago.

Pasaron unos segundo y todavía no salía. Cuando estaba empezando a preocuparme, sale a respirar. Y fue solo entonces cuando deje de sostener la respiración que no sabía hasta el momento que la retenía.

— Ven, esta deliciosa el agua.

— No, lo que menos quiero es pescar un resfriado.

— Anda, quita la cara larga y ven a disfrutar por un momento.

— Me niego.

— ¿Ah sí? — Eso lo tomo como un reto, porque fue derecho en mi dirección. Y aunque intente salir corriendo de allí solo lo animó a venir más rápido.

— ¡No!

Cuando me alcanzó fue casi inútil resistirme y patalear. Él me doblaba en altura y en músculos. Me tomó entre sus brazos y me llevó hasta el agua. Solo me soltó cuando estábamos lo suficientemente sumergidos.

— ¿Ves que está deliciosa el agua?

Y no pude evitar reírme — Si, si lo está.

— De nada.

— Gracias. — Estuve obligada a contestarle. Aunque si estaba agradecida, eso era realmente hermoso.

Entre nosotros se volvió a formar un silencio. Pero esta vez era bueno.

— Perdón — Dije, estaba apenada.

— ¿Porque lo dices?

— Quizás no debí haber reaccionado así. Ahora estamos en el medio de la nada. Tuviste que salir de tu hogar, donde ya estabas instalado y tenías tus cosas y las abandonaste solo por mi arranque.

— No tienes que disculparte, quizás yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo. No me preocupan las plantas o unos animales. Lo que me preocupa ahora eres tú. Por primera vez en esta vida puedo preocuparme por alguien, y realmente me gusta eso. No me arrepiento de nada. Bueno, quizás de no haber traído conmigo algo de ropa o una bolsa de dormir.

Era cierto, estaba tan enojada con él que nunca me fije en sus comodidades, o en este caso en la falta de ellas. Él dormía al lado del fuego sin nada con lo que cubrirse. Cómo pude haber sido tan egoísta.

— Gracias por todo lo que has hecho por mí, y lo siento mucho por todo.

— Ya está todo olvidado. — Dijo mientras me guiñaba un ojo y me salpicaba con agua.

Él tenía esa facilidad de hacer que pasen los momentos incómodos.

Ese día decidimos descansar del viaje y solo disfrutar; disfrutar del día, del agua, del sol, y de nosotros y nuestra amistad restaurada.

Muchas cosas podían suceder, pero no me importaba, porque sabía que siempre lo tendría a él detrás mío para cubrirme las espaldas.

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