Soltar, definitivamente no es un verbo divertido.
Soltar un globo para que vuele lejos.
Soltar su mano luego de la despedida.
Soltar los sueños que se esforzaron por romper.
Soltar a alguien.
Definitivamente es un verbo que duele, pero es tan necesario como respirar.
En este momento, te suelto. Suelto absolutamente cualquier lazo que tenía con vos. En este momento, te dejo libre, tanto como el globo que se escapó de las manos del nene de la plaza. Prometo no intervenir nunca más, prometo no buscarte nunca más, prometo dejarte ir. Prometo que esto se termina acá.
Y si, por casualidad estás leyendo esto, espero que también me sueltes. Nos soltemos y volemos.
Te suelto, te suelto para que estés bien, te suelto y prometo jamás volverte a ilusionar. Te suelto para que seas vos.
Quizás te tuve preso más de lo que hubiese debido, de lo que hubiese querido, quizás más de lo que hubiese imaginado. No fue mi intención.
Te suelto porque te quiero, porque así tiene que ser.
Espero que jamás volvamos a coincidir, no por odio o reencor, si no porque algo que se suelta ya no se tiene que volver a amarrar.