Capítulo 3

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«Barcelona es otro mundo», pienso al salir del auto.

Todos están impacientes por dejar sus cosas instaladas en las habitaciones, y poder recorrer la ciudad. En medio del alboroto que arman mis compañeros, Samara alza la voz. Empieza a leer los nombres de las personas que compartirán cuarto. A Mauro le toca con Sebastián.

—Thalía y Andrea —anuncia ella—. Compartirán la habitación 709.

Hago un vago intento por ocultar mi decepción, al subir mis maletas por el ascensor, junto a mi nueva compañera de cuarto. En el trayecto, ninguna de las dos hace comentario alguno. Solo nos mantenemos calladas, hasta desempacar nuestras cosas.

—Preferirías estar con Rafaella, ¿verdad?  —pregunta Thalía, después de tener todo listo.

—No me molesta tu compañía —aseguro, con una sonrisa. En cierta manera, no le miento. Siempre es agradable conversar con ella—. Es solo que quisiera pasar tiempo con ellas antes de que...—me callo, al recordar que no le he dicho a nadie lo de la mudanza.

—Sí, lo sé. Tus padres les dijeron a los míos que te quedaras a vivir por aquí —interrumpe. El comentario logra fastidiarme. No necesito que mis padres anden divulgando que se van a deshacer de mí—. Me parece que tienes suerte.

—¿Ah, enserio? —pregunto con sarcasmo.

—Si —afirma—. Por fin podrás alejarte de esas personas tan hipócritas con las que te juntas.

—Cuida tus palabras, Thalía. No sabes de que hablas —le recrimino.

—No los defiendas. Sabes en el fondo que aquellas personas a las que defiendes, te clavan puñales por la espalda.

Mi reacción no es inmediata. Al principio, solo me quedo mirándola, esperando no explotar en su contra. Pero cuanto más segundos pasan, aquella frase va tomando fuerza en mi interior.

"...te clavan puñales por la espalda."

—¿Acaso los conoces para hablar así de ellos? —pregunto, ya molesta—. Ni siquiera notan tu existencia. ¿O acaso crees que les interesa perder su tiempo contigo?

Algo en mí, me dice que me calme. No ganare nada discutiendo. Espero a que  se ponga a insultarme, pues sé que lo que he dicho es algo que le afecta. Sin embargo, ninguna palabra sale de su boca. Su cara no se refleja ningún rastro de haber sido herida, por lo contrario, una sonrisa se implanta en su rostro.

—No hay ciego peor que el que no quiere ver —dice finalmente, saliendo de la habitación.

Las ganas de quedarme hablando con ella desaparecen. A logrado sacarme de mis casillas, lo cual es muy raro.

«Necesito tomar aire fresco»

Agarro la llave de mi habitación, y camino hacia el ascensor. Medito un momento que puedo hacer a continuación. No conozco ningún lugar a donde pueda ir. Y posiblemente, si salgo sola, me pierda a los 5 minutos. Tampoco conozco a nadie que viva aquí, excepto...

«...Esteban»

Camino deprisa hacia la entrada principal, rogando que mis amigos estén en sus habitaciones, y no me vean salir. Una vez en la calle, pido un taxi que me lleve al centro de la ciudad.

Esteban es mi único amigo de la infancia. Nos conocimos cuando sus padres trabajaban como socios de los míos. Vivían a unas cuantas casas de la nuestra, sin embargo, por una disputa entre su padre y mi madre, se rompieron los vínculos financieros que tenían y su familia tuvo una fuerte crisis económica.

Cuando cumplí 10 años, él se mudó a España, porque su mamá había logrado conseguir un puesto en una empresa de origen valenciano. Desde entonces hablamos poco, pero sé que él tiene un trabajo de medio tiempo en Starbucks.

Out of MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora