—No quiero hablar ahora, mamá.— fueron las únicas palabras que pude pronunciar, antes de subir a mi habitación casi corriendo y encerrarme ahí por el resto de la tarde (y la mitad de la semana). No comí, no me duché, no fui a la secundaria y mucho menos me apliqué las cremas medicinales que Scott me había encargado.
Amarré las agujetas de mis zapatillas y con rapidez, busqué algún chaleco que pudiese brindarme el suficiente calor como para no congelarme mientras salía, últimamente las lluvias se habían ido intensificando y, a veces, sólo a veces, caía algún que otro granizo o leves copos de nieve. Un pantalón rasgado, una camisa azul claro y el chaleco negro que había acabado de sacar, eran las únicas prendas que traía puestas, sin contar la ropa interior y los calcetines. Tomé entre mis manos mi cabeza y con cautela tiré un poco de mi pelo.
Shawn.
Era mi mayor y casi única preocupación en este momento, todos lo estaban olvidando, poco a poco, como si su mente estuviese siendo borrada día a día por algún aparato parecido al de los de Hombres de Negro. Esta vez, tomé mi teléfono, esperando a que algún mensaje de mis amigos llegara, pero nada. Así que lo lancé a un lado, y decidida, me levanté de la cama. Si no iba a hablar con mamá y ninguno de mis amigos se molestaba en escribirme, no iba a esperarlos por toda la vida, tampoco iba a quedarme aquí sin hacer absolutamente nada.
Era aburrido.
A pesar de ser una vaga, no podía estar más de veinte minutos en la cama sin hacer nada. Era estresante estar así sin hacer nada, agregando que me sentía algo acorralada por el hecho de que unas sábanas estuviesen cubriendo todo mi cuerpo, era como si estuviese amarrada con unas cuerdas a mi propia cama.
La puerta sonó con fuerza, haciéndome dar un leve salto de la impresión, para luego sentir un leve escalofrío recorrer toda mi espalda. No atendí la puerta, me quedé sentada en una de las orillas de ésta misma, esperando que pronto, quien sea que estuviese tocando la puerta de tal manera, tan abrupta y agresiva, se detuviera. Pero no ocurrió, los golpes no cesaron, por lo que tuve que levantarme y abrir, mamá estaba en la puerta, con una bandeja que en su interior tenía un plato con un sándwich de pavo y una taza de café.
—Supuse que tendrías hambre— musitó entre dientes, con cierto temor en las palabras que salían de su boca. Asentí sin decir una palabra, tampoco quise invitarla a entrar.
Mi cuarto era un completo desastre, se había convertido en un cuarto normal para una adolescente, en una copia de una oficina de un Policía con alguna obsesión compulsiva o algo parecido. Ella me sonrió, bajó la mirada y poco a poco pude ver como su sonrisa se borraba. Sabía que no era correcto tratar de esta manera a mamá, pero ella había estado ocultando cosas durante la mitad de mi adolescencia.
Volví a asentir en señal de agradecimiento y, con cuidado y lentitud, fui cerrando la puerta, poco a poco. Pero ella puso su pie, evitando que pudiese cerrarla.
—Debemos hablar, amor— dijo con cierto tono de suavidad, me crucé de brazos casi al instante—. Anna, se que hablaste con Stan.
—¿Quién demonios es Stan?
—El tipo con la cara parecida a la de un lagarto, que quería asesinarme— quitó rápidamente su cara de preocupación y me apuntó—. Cuida tu lenguaje.
Rodé los ojos— Por Dios, mamá. He estado dieciséis años creyendo que mi padre era un cazador, cuando en realidad no era así.
Ella se apresuró a sentarse a la orilla de la cama y me sonrió con dulzura, me crucé de brazos. Mamá era así, creía que dando una hermosa sonrisa y unas leves disculpas arreglaría todo lo que había hecho, funcionaba con papá, funcionaba con Liam, también funcionaba con Will, pero no conmigo. Hice una mueca, esperando la respuesta rápida por su parte, ella bajó la vista, resignandose ante la idea de que su encanto no tenía efecto absoluto en mi.
—Anna... Lo siento.
—¿Lo sientes?— pregunté irónica, ella tragó saliva con dificultad—. Mamá, he estado dieciséis años engañada, creyendo que mi padre es un cazador—suspiro—. Quiero saber mis raíces, por qué no nací como un hombre lobo total, por qué tuve que ser mordida para obtener las habilidades. Me recorren demasiadas preguntas, mamá, y tú sólo lo sientes.
Ella limpió una lágrima y me observó— Yo no era mitad lobo antes de eso, bebé— toma una gran bocanada de aire antes de seguir hablando—. Era una banshee, tu padre...—hago una mueca—. Tu verdadero padre, era el Alpha de una de las manadas de aquí, de apellido...
—Ayers— respondí antes de que ella pudiese terminar.
—Solía usar una Ballesta para defender a su manada— me explicó, entonces recordé la Ballesta que estaba colgada en el ático, la cual nadie utilizaba—. No solía usar la violencia en algo que perjudicara a su manada.
Me crucé de brazos, intentando procesar la información que mamá me había brindado, papá era un Alpha, no usaba la violencia en algo que pudiese afectar a su manada y se enamoró de una banshee.
—Eso quiere decir que... ¿papá tuvo que morderte?— cuestioné dudosa, mamá negó sonriendo.
—Liam adquirió todas las habilidades sin necesidad de una mordida— explicó ella—. La madre de Scott nos ayudó a saber que ibas a ser tú. Adam estaba tan emocionado, quería que su primera hija fuese igual de fuerte e inteligente que él.
—¿Y que pasó?— pregunté poniendo ambas manos en mi cara, ella sonrió con nostalgia.
—Banshee— relamió sus labios—. Eras una banshee, una linda y muy poderosa banshee. Mi adn, al ser esta vez, mucho más fuerte, te convirtió a ti en una bella y agraciada banshee.
—Pero... Nunca noté algo parecido a alguna habilidad de banshee— murmuré dudosa, ella soltó una leve risa.
—Cuando eras más pequeña, solías decir que tus amigos no dejaban de molestarte— me informó—. Oías las voces que una banshee escucha en su mente. No dejabas de decir que alguien estaba en peligro, que tus amigos lo decían. Y pasó, alguien quien nos ayudó tanto en esta vida, tú nos advertiste, pero no te hicimos caso. Fue...
—La mamá de Scott.— solté, segura de mis palabras, mi mamá asintió con una sonrisa dolida en su rostro. Pasé ambas manos por encima de mi cabello y apoyé luego mi rostro en mis manos.
—Sigues siendo una banshee, Anna— informó tomando mi mano derecha, mientras acariciaba la palma de ésta con tranquilidad—. Somos Chimeras, amor. Ambas. Tenemos sangre de banshee, y sangre de lobo.
—¿No hay alguna manera de ser completamente uno?
—Hay una forma— dijo sonriendo—. Pero es demasiado peligrosa.
Asentí, resignandome ante la idea de que era una mezcla de cosas, yo creía ser normal, o creía ser, simplemente, mitad lobo— ¿Que hay de papá?— cuestioné pasando el dedo índice por encima de mi nariz— ¿Está él muerto?
—Oh, no. Claro que no— me respondió con amargura—. Desapareció. Hace dieciséis años que nadie lo ve, desapareció del mapa, Anna. Su manada se ha separado por la misma razón.
—Necesito encontrarlos— exclamé, levantándome decidida, mientras que con cuidado pasaba por encima de las piernas de mamá para poder alcanzar mi mochila entre mis manos. Ella agarró mi muñeca con fuerza.
—No vayas. Es demasiado peligroso— me informó con cierto tono de miedo en su voz, tomé su mano con suavidad y me agaché para poder estar a su altura.
—Voy a estar bien— mentí.
—No quiero que vayas, Anna— volvió a repetir, con la voz hecha un hilo—. No soportaría perderte, eres mi única hija, mi princesa.
—Mamá, no me va a pasar nada— murmuré, con cierto tono tranquilizante, ella asintió con debilidad y limpió una lágrima de su rostro—. No me esperes despierta, puede que llegue más tarde de lo normal.
O puede que tal vez no llegue.

ESTÁS LEYENDO
Bitten.
Manusia SerigalaNo puedes evitar la realidad. Y Anna tenía eso más que claro, desde que descubrió la verdad sobre su tan amada madre, su vida no dejó de darle sorpresas. Desde la muerte de su pequeño hermano, Will. Hasta la tan sorpresiva mordida de una bestia haci...