Capítulo 4

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Los sonidos de las sirenas de una ambulancia la despierta. Recuerda con angustia todo lo sucedido el día anterior. Ragnar se encuentra descansando sobre los pies de la cama; mira la hora en el reloj de pared, aún es temprano. Se levanta, le sirve la comida a Ragnar con un poco de agua, y seguidamente se dirige al baño a darse una ducha. A penas termina, se seca el cuerpo y se viste con un pantalón de mezclilla, una blusa negra y unas zapatillas del mismo color. Recoge su cabello en una coleta, guarda la navaja suiza en el bolsillo delantero del pantalón y en el otro guarda el gas pimienta.

Desayuna con un durazno, una lata de salchichas y una botella de jugo de naranja. Guarda las cosas en la mochila, se la cuelga en la espalda y salen del hotel no sin antes haber pagado la noche de hospedaje. Andra piensa en comprarse un arma, necesita algo con qué defenderse, debe ser precavida. De tal modo, decide tomar el metro para llegar al barrio en el que la puede conseguir sin problema. Caminan cuatro cuadras más allá de la estación del metro después de bajarse. La zona no es muy segura, suele ser frecuentada por criminales y personas sin hogar. Se siente agradecida al tener a Ragnar a su lado, siempre ha sabido protegerla de alguna forma u otra. Finalmente encuentra la tienda de armas, la cual conoce gracias a uno de sus compañeros de la universidad quién tenía algunos problemas.

Al entrar mira a dos hombres grandes con aspecto de asesinos admirando unas pistolas sobre la vitrina. El local es estrecho, en las paredes cuelgan estanterías llenas de armas y accesorios de estas, un ligero olor a cigarro hace parte de la ambientación; debido a que hay poca luz natural algunas bombillas están encendidas para dar una mejor vista.

— Vaya, empieza a ser un buen día hoy.

Habla el vendedor ante la presencia de Andra y su perro. Es de estatura baja, tiene entradas pronunciadas en el cabello, sus ojos son achinados y oscuros, se le puede ver a través de la camisa una panza redonda como un balón.

Al instante, los dos sujetos voltean la mirada y la examinan con detenimiento.

— Necesito un arma — Comenta Andra ocultando el miedo.

— Por fortuna aquí las vendemos... ¿Alguna en especial?

Andra saca de la mochila la mitad de sus ahorros y los deja sobre el mostrador. — Lo que pueda pagar con esto.

Él da un silbido al ver la cantidad de monedas y billetes enrollados. — A simple vista te diré cuál te sirve de acuerdo al dinero que tienes.

El vendedor camina hacia una estantería de pistolas, agarra una con delicadeza y antes de volver con Andra le susurra algo a los hombres, ellos como respuesta ríen y la miran con malicia.

— Beretta 98 A1 — Anuncia cuando la tiene de frente.

— ¿Podría enseñarme cómo usarla?

— ¿Tengo cara de profesor o qué? Solo las vendo — Espeta.

— Yo puedo ayudarte con eso y mucho más.
Dice uno de los sujetos acercándose a ella.

Las piernas parecen imanes que se atraen con la puerta de la entrada. Su instinto le dice que salga ahora mismo, pero no puede hacerlo sin no tener un arma.

— No, me las arreglaré por mi cuenta.
Determina con seguridad.

El hombre no le presta atención a lo que dice y continúa acercándose pasando el límite de espacio personal. Con atrevimiento roza los nudillos de su mano en la mejilla de Andra y le guiña un ojo.

— No te hagas la difícil, sé que lo quieres.

— Déjala, Rodrigo — Ordena el otro. Andra siente temor, sabe que son peligrosos, no puede arriesgarse a cometer algún acto que los haga enojar.

Confrontando el peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora