Capítulo 7

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Prepara cinco botellas sobre un muro, carga el arma, le quita el seguro y apunta. Respira profundamente, y cuando se siente lista, dispara al primer blanco. Comienza bien, es buen indicio de que su entrenamiento esta noche será provechoso. Prosigue con la siguiente, pero esta vez no da, en las otras dos acierta, y en la última de nuevo falla. Efectivamente, como lo creía no hubo presencia de Mike.  Para una buena preparación, hace series de abdominales, lagartijas, improvisa con unos baldes metálicos rellenos de piedras y realiza diferentes series con las pesas; también, practica la puntería con la navaja lanzándola hacia unas latas de pintura vacías.

Finalmente, cuando acaba su tiempo, come lo último que queda en su mochila: Galletas de chips de chocolate — algo tiesas por el tiempo que llevan en contacto con el aire — una barra de proteína y una pequeña botella de agua. Sentada en el suelo sobre unos viejos cartones en la mitad de la inmensa fábrica de muebles abandonada, piensa en cómo averiguar a dónde se han llevado a su familia. No puede perder tiempo, cada día que pasa es una gran desventaja para encontrarlas.

Llegada la noche, la oscuridad se apodera del lugar dándole un aspecto tenebroso. Andra se organiza, se viste con una sudadera debido al intenso frío que hace y sale directamente a encontrarse con su amigo. En el momento que llega, el veterinario le informa que Ragnar debe permanecer unos días más hospitalizado debido a que en horas de la tarde tuvo una decaída. La noticia le toma por sorpresa, ya que esperaba que esa misma noche le dieran de alta. Con autorización, pasa a la habitación en donde se encuentra Ragnar reposando, revisa que esté bien, y se queda un rato de pie brindándole amor por medio de caricias. 

En el momento en el que el veterinario le pide amablemente que se retire de la sala, Andra se dispone a pasar la noche en el establecimiento con el objetivo de estar atenta ante cualquier novedad sobre Ragnar, y de igual manera para ahorrarse gastos de alojamiento.
Pasadas las horas, descansando incómodamente en una silla en la sala de espera, con los pies sobre la silla y las rodillas pegadas al pecho; con los ojos cerrados y sin poder dormir, Andra escucha el teléfono dentro de su mochila. Rápidamente lo saca, puede intuir quién es el autor de la llamada, entonces contesta:

— ¿Hola?

—¿Podemos vernos? Necesitas saber algo.

— ¿Ahora? — Observa el reloj digital que está colgado en la pared. Es de madrugada, recién los rayos del sol se empiezan a asomar en el cielo despejado.

— Sí. ¿Dónde estás?

Al notar el tono urgente de Mike, Andra accede a encontrarse con él en una cafetería que se encuentra a una cuadra de la clínica veterinaria. Quizá haya cambiado de parecer y quiera ayudarla. 

Mientras lo espera, pide un café americano cargado para espabilarse, difícilmente ha podido dormir unas horas en los últimos días. Observa a cada persona que entra y sale del lugar. El flujo de clientes a tan temprana hora es escaso en el negocio. Solo hay tres mesas ocupadas, entre esas está Andra, cansada y sumergida en un mar de pensamientos. En las otras, un hombre lee el periódico mientras bebe su café matutino; y una mujer de edad avanzada desayuna junto a su hijo, quién le reprende en voz baja por echarle azúcar al zumo de naranja.

De inmediato el recuerdo de su madre con Cristie en la cocina le viene a la mente. 

— Vas a acabar con toda la miel.

Observa divertida a Cristie quien muy contenta, vierte una generosa cantidad de miel sobre los pancakes. 

— Es solo un poco, mami... ¿Quieres?

— No abejita, pero no comas tanto que te hace daño.

La niña asiente con la cabeza, le lanza un beso por el aire y se dispone a comer. Andra, las observa de pie desde el lavaplatos, ya se ha terminado el desayuno, y en media hora debe entrar a clases. 

Confrontando el peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora