"Suposiciones"

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CAPÍTULO II

-El azul. - Le contestaba a mi hermana quién hace unos segundos debatía conmigo y con su gato negro, que recibía el nombre de "Plaga", qué color debería utilizar para el dibujo que plasmaba. Scarlet es hermosa, y mágica. Es tan perfecta y delicada como las estaciones por Vivaldi. Su cabello es tan amarillo cuales hojas caídas en otoño, y lo verde de sus ojos se pierden entre los tallos de las flores en primavera; los ángeles cantan con ella todo el día y su risa es lo que le da vida a esta casa.

La observé de reojo colorear, me preocupaba la situación por la cual estábamos pasando. Yo perdí a mi madre a los diecisiete años de edad y ella a los seis; a esa edad mi madre me tomaba de las muñecas y me daba vueltas en el jardín incluso en días dónde el cielo se pintaba gris y nubes cargadas de ira desahogaban su sentir sobre la ciudad con una divertida lluvia, provocando una danza que aunque trajera con ella un buen resfriado valía el momento que ofrecía, trepábamos también árboles juntos, y me leía todas las noches diferentes cuentos, paradojas e historias sobre la vida, el amor, y el cómo ser feliz; por lo tanto la pasividad de mi hermana, me alarmaba; yo era testigo de que, no mencionar nada no significaba que tu alma no ardiera en llamas por dentro, pero tal vez era sólo yo como hermano mayor preocupado del futuro de su pequeña hermana.

Mi padre, siempre había sido del matrimonio, el más ocupado y aguafiestas. Constantemente me llamaba la atención sobre ciertas actitudes y pensamientos que adquiría y demostraba ante las situaciones, marcándome de dramático o sensiblero, pero la única forma en la que había aprendido a ver la vida había sido a través de los ojos de mi madre, quién mantenía la esperanza en la gente, que el amor era más fuerte que todo y que, no existía lo imposible, si no, lo difícil que hiciéramos las cosas; no dudaba en que Scarlet tuviera un poco de éste pensamiento.

Mis ojos volvieron a posarse en mi libro, leía una novela para la clase de Expresión Oral y Escrita. Carlos Ruiz me hacía perder entre las calles de la antigua y turbulenta Barcelona, con sus misterios, gente extraña y problemillas de barrio, pero me era casi imposible concentrarme en este momento. Había discutido con mi padre, una vez más...

-¿Dónde estabas? -Me preguntó pesado. Mi padre desde que recuerdo, ha sido intimidante, obstinado, y en cierto punto perturbador. Hacía algunos años atrás que su cabello dejó de tener color para tornarse blanco, y suaves arrugas en su rostro comenzaron a hacer presencia, y a pesar de todo eso no le impedía vestirse bien y mantener una postura impecable que ni cuál modelo se le compara. Él es un total ejemplo de autoridad, y poder.

-Lo siento padre, tuve que acompañar a Chloe a... -Le había respondido con algo de nerviosismo en mi voz. No se trataba de alguna mentira, pero al estar con mi padre lo único que me afloraba era el miedo, la inseguridad y la tristeza. Sentía una profunda tristeza al estar o pensar en él.

-Sabes lo que pienso con respecto a...

-Lo sé, padre, lo siento. Pero no tuve opción y...

Me interrumpió sin permitirme acabar la oración, aquí íbamos de nuevo. -Son mis problemas Adrien, sólo míos, se trata de mí y del señor Buorgeois, tú no tienes ninguna obligación con él o con su hija; no eres un muerto de hambre, Adrien. No tienes por qué andarle cumpliendo caprichos a esa niña.

Mis manos se empuñaron, ¿qué acaso él no podía comprenderlo? ¿No era agradecido, algo considerado? Las lágrimas comenzaron a derrocharse por mis mejillas, madre haces tanta falta. No existen ni pies ni cabeza en esta familia, es como si al morir te hubieras llevado lo que éramos. Negué, no debía de estar así, no debía, no podía y no lo permitiría.

Pasé mis palmas de inmediato por mis pómulos y luego observé a Scarlet que con sus inmensos ojos en mí se quedaba quieta y tragaba saliva. - No hay nada de lo que debas preocuparte. -Le mentí y guiñé mi ojo en señal de confianza.

La Chica del ParaguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora