"Hola y adiós"

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Capítulo XVII

—Es otro mes de que mamá se fue y... no lo sé, sólo quería venir —comentaba mientras miraba las flores que me cargaba— si soy honesto... no creo que mi madre se encuentre en esa caja bajo tierra, no soy de venir a dejar flores en los cementerios, pero... a veces, a veces me siento bien de venir aquí.

Podía sentir sus zafiros clavarse en mí.

Una triste canción de piano resonaba en mi cabeza, ¿sería normal que me sintiera algo tonto? Ya saben, estar parado con un ramo de flores sin razón aparente.

—Lo entiendo —comentó ella aclarando su garganta— yo... creo que los panteones son buenos lugares para pensar, el viento suele ser menos pesado.

Lo que no logro entender es el porqué si estamos tristes, decidimos ponernos más tristes...

—¿Es por eso por lo que estás aquí? —pregunté en voz alta.

—¡Exacto! —me respondió con un ademán esbozando una pequeña sonrisa, diría que me miente, pero no me creo en mis mejores condiciones para juzgar a la gente.

Yo sólo asentí y me hinqué frente a la tumba de mi madre dejando ahí el ramo. Rasqué un poco mi mejilla mientras pensaba e intentaba convencerme a mí mismo de que las cosas no podían empeorar. Ella se fue en el tiempo que debía irse, ni un segundo más ni uno menos. Todos debemos aceptarlo, así es como las cosas suceden, y las cosas suceden por algo.

Su mano se apoyó en mi hombro provocándome una sonrisa. Le besé los nudillos y me puse de nuevo de pie. Jamás se me pasó por la cabeza que me la encontraría en este lugar, pero ahora que lo pensaba..., ahora que lo recuerdo.

—Oye Mariela... —comenté al ponerme de pie. Pude notar como ella refregaba sus manos en su pantalón y ladeaba la cabeza, dirigiendo su mirada hacia a mí ofreciéndome una sonrisa temblorosa. Yo arqueé la ceja.

¿Tenía frío?

Sacudí la nieve de los hombros de mis abrigos y me acerqué para quitármelo y ponérselo a ella. Pude mirar la incertidumbre en su mirada por mi acto, pero ¿por qué? Mariela, ¿por qué no me dejas amarte? Le sonreí un poco, dejando que vaho se hiciera presente en mi respiración. Ya no recordaba qué le iba a preguntar.

—Adrien... —me dijo mientras mis ojos se posaban en los de ella, por un instante ella dejó sus manos acariciando mis frías mejillas. Pareció preocuparse, pero yo sólo le negué, quería que siempre supiera lo mucho que me importa. Cuando ella interpretó mi mirada un sonrojo se hizo presente en su rostro y yo no pude evitar sonreír divertido. Hay muchas chicas adorables, pero ella se lleva el primer puesto— verás, yo... me preguntaba si tal vez quisieras ir por un chocolate caliente o un café conmigo.

—¿Me estás invitando a salir?

Sus mejillas se tornaron rojas y luego recibí un codazo en el abdomen. Sólo me quejé para reír después, pregunté sin pensarlo. Fue mi primera impresión, pero aún así, ella no había respondido mi pregunta.

—Eres como un gato tonto —me dijo al cruzarse de brazos y desviar su mirada de mí.

—Auch —le dije al acercarme— no creo que a los gatos les caigas bien después de eso.

Ella alzó su mirada a mí y si soy honesto pude sentir una opresión en el pecho. Me acerqué mientras ladeaba la cabeza intentando descifrarla. No la comprendía. ¿Habría pasado algo malo?

—Vamos por ese chocolate... —le susurré mientras tomaba su mano y la acariciaba, ella rompió entonces el contacto y me asintió con la cabeza, comenzando a caminar con ella.

La Chica del ParaguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora