"El juicio"

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Capítulo XX

Parte 1.

El aclamado día llegó.

Mariela estaba por presentarse como acusada por el fraude cometido a Gabriel's Company y testificaría frente al dueño de esta; cada uno con su respectivo abogado frente al juez, testigos y público presente.

El día en el que Mariela dejaría la prisión preventiva para instalarse mínimo ocho años en la verdadera prisión. Debía aprovechar la oportunidad para despedirse porque sabía que tenía todas a las de perder, pero no se hundiría sola.

Horas antes, la familia Dupain había recogido a la azabache para llevarla a casa a que se duchara y se arreglara la ocasión, aunque fuera cinismo.

Sabine estaba demasiado preocupada por ella. Mariela había tenido la confianza suficiente para contarle todo lo que había sucedido y aunque ambas sabían que ella no tenía sus manos limpias, eran conscientes de que ella no era la única que debía pagar, por eso la familia buscó un abogado de confianza para que llevara su caso.

A estas alturas, Mariela no tenía nada qué perder, así que sólo pedía justicia. Era lo menos que podía hacer para Adrien, lo que le deparara el futuro le daba igual.

—Creo que este vestido te irá bien —decía Sabine mientras sacaba de sus antigüedades un vestido color carmín. Era de manga corta hasta la rodilla y entallado; claramente una prenda de su juventud.

—Es hermoso, no podría —respondió Mariela con algo de pena.

Estaba envuelta en una bata de baño con el cabello chorreante y las mejillas rosadas, siendo sinceros, ella extrañaría la calidez y atención de la familia, aunque ellos prometían ir a verla, sabía que las personas cambian con el tiempo y las promesas se rompen.

—Oh vamos, querida. Pruébatelo.

Sabine insistió y la azabache accedió tomando la prenda y metiéndose al baño de nuevo para cambiarse. En ese intervalo escuchó el timbre de la casa y que el señor Tom era quien atendía.

Las desventajas de vivir en un departamento es que todo se escucha, sea en la habitación en la que estés.

—Adrien, hijo, ¿qué haces aquí? —saludaba Tom efusivo en un fuerte abrazo que asfixiaba al pobre rubio.

—Hola señor Tom, también me alegra verle —decía él intentando respirar, teniendo el rostro casi morado por lo mismo.

Cuando el gran hombre le soltó, buscó recobrar el aliento primero y luego saludar debidamente.

—Lamento molestarles tan temprano, pero me preguntaba... ¿puedo hablar con Marinette unos momentos?

—Sí claro, ehm... —tosió un poco el mayor—. Marinette, ¡hija! —llamó desde la puerta— Te buscan.

Marinette se asomó con cierto recelo. Su rostro se pintaba de miedo e incertidumbre y las pecas se le notaban más por alguna razón.

—¿Quién es? —preguntó avanzando hacia su padre y fue entonces cuando lo divisó bajo el marco de la puerta. Tragó grueso. ¿Adrien? ¿Qué podría hacer Adrien ahí buscándola?

—Soy yo, Marinette. ¿Tienes un momento?

No había manera de la cual escapar. Si decía que no su padre le cuestionaría hasta de lo que no se imagina, así que no era una opción.

Miró a Tom como si pidiera su consentimiento y el hombre asintió.

—Sólo no demores, debemos salir pronto —le advirtió.

La Chica del ParaguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora