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¿Qué le pasaba? Amanda sabía que algo estaba horriblemente mal, que el calor y el hambre que mantenían a su cuerpo tan sensibilizado y lleno de una excitación dolorosa no eran naturales.

Había pasado con aquel beso. Ella recordó el beso. El extraño, Harry, sellando con sus labios los suyos y extendiendo el gusto de miel dulce por sus sentidos. Fue cuando pasó. En unos segundos el calor la había llenado, haciéndolo con demasiada fuerza como para poder pensar, ignorándolo todo menos el placer y la necesidad de su toque.

Y qué toque tenía. Ella se movió contra él ahora, recordando sus labios en sus pechos, sus dientes en su pezón, enviando chisporroteantes rayos de dolor y de placer exquisitos extendiéndose por ella.

Había sabido durante años que el sexo regular y normal nunca sería bastante para ella. Los besos serios y los toques aburridos que había recibido durante años habían sido de todo menos agradables. Pero cuando él la tocó, con sus dedos apretando en sus pezones, acariciando su clítoris con un toque más duro, allí ella había encontrado el placer.

Los libros que escondía y leía, novelas que implicaban sólo un poco de juego de amor más doloroso, la mantenían caliente y mojada durante días. Pero nunca tan caliente como esto. Por aceptar el beso, el toque de un hombre que ella incluso no conocía.

Se estremeció cuando recordó su mano dando palmadas en su coño, las vibraciones de calor y dolor suave que pasaron como un rayo a su clítoris y casi haciéndole girar sus sentidos. Ella quería más de eso. Quería sentir su mano allí otra vez, haciéndola arder, haciéndola retorcerse contra él cuando el placer la destrozase.

Dios, eso era tan malo. A ella no debería gustarle. ¿La habría narcotizado? No recordaba si lo había hecho. Y ella no se sentía narcotizada exactamente; era solo que todos sus sentidos estaban centrados en una cosa y solo una cosa. Su toque.

¾Tranquila, nena ¾gimió él en su oído cuando sus dientes atormentaron su pezón.

Su mano se deslizó debajo de su camisa mientras que ella jadeó por el calor de su cuerpo duro y sintió su erección hinchada presionar contra ella a través de los ásperos pantalones vaqueros. Eso era lo que deseaba, que su miembro presionase en ella, calmando el calor que palpitaba en su sexo.

Sus manos vagaron hacia abajo, arrancando el cierre con su respiración acelerada. Ella solamente deseaba tocarlo, deseaba menearse hacia abajo hasta que pudiese tomarlo en su boca, lamerlo y chuparlo como había leído. Ella lo deseaba. Dios, ahora, tenía que tenerlo.

Las manos de ella fueron frenéticamente a sus pantalones vaqueros, gemidos desesperados venían de su garganta cuando sus manos cubrieron las suyas, arrastrándolas de nuevo a su pecho.

¾Amanda, escúchame ¾canturreó él en su oído¾. Escúchame muy cuidadosamente, nena. Tienes que parar. Estírate en silencio y tranquila contra mí solo un poco más de tiempo.

Como el infierno. Él la había secuestrado. La había sacado de su hogar por solamente dios sabía qué razón, y si se presentaba la oportunidad la mataría antes de que saltase sobre él. Pero antes de que lo hiciera debía parar la fiebre que rabiaba en su cuerpo o ella lo mataría primero.

¾Bésame ¾susurró ella, su cabeza cayó hacia atrás, levantando fijamente la mirada hacia él con maravilla aturdida.

Él era tan apuesto. Rasgos americanos nativos, negros, negros ojos, pelo negro largo que se derramaba sobre el lado de su cuello mientras la miraba con intensidad hambrienta. No parecía un hombre que la quisiera matar. Ésos no eran los ojos azules fríos que la habían mirado fijamente desde detrás de una máscara, y su voz no estaba llena de odio.

Alma profunda (H.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora