En las calles

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Mi empleo como taxista me trae muchos recuerdos e imágenes de muchos años, algunos de estos son alegres y vivarachos, otros son simplemente grotescos y aterradores. El trabajo de taxista en una ciudad en crecimiento como lo es la ciudad de Chihuahua –No puedo decir si está creciendo al derecho o al revés- conlleva una responsabilidad grande, un sentido de supervivencia, de aventura y de pertenencia a las noches sin estrellas de la urbe.

Por las calles de la ciudad de Chihuahua transitan especies muy variadas de personas, algunas son simplemente extrañas: como los jóvenes de cabellos multicolor y perforaciones en lugares descocidos para muchos, otras son más bien como fantasmas del pasado, como las mujeres de católica medula y serio rostro. Pero siempre, todos los días, un nuevo personaje se sube a mi vehículo con la intención de visitar algún familiar, ir a un concierto en la Plaza del Angel, a la misa de las tardes o a la Calle Libertad.

Fue durante una de las noches menos esperadas que me encontré con una figura peculiar en la calle dieciseisava de la ciudad.

Yo iba conduciendo mi vehículo con el radio puesto, a pesar de que ni siquiera lo escuchaba. El rosario color madera pendía de mi espejo retrovisor y como péndulo hipnótico me hacía conducir entre las oscuras calles mal iluminadas más somnoliento que otros días. ¿Sería acaso por el clima tibio de aquella noche, o simplemente por el mal descanso que otorga una jornada laborar nocturna? Sea como fuere decidí aparcarme a la orilla de la calle, cerca de una vieja peluquería de paredes desgastadas y triste marquesina.

Apague el motor del taxi y decidí descansar un rato. Subí un poco más el volumen del radio y deje que la voz de Ramón Ayala y Roció Durcal me relajaran.

Justo cuando me encontraba a punto de dejarme vencer por el inminente sueño, un leve golpeteo en mi ventana me agilizó de sobresalto. Al otro lado del cristal logré ver el rostro sonriente y amable de una joven que saludada con su delgada mano de largos dedos.

-¿Necesita transporte?- Le pregunté despues de bajar la ventanilla. Ella me respondió afirmativamente.

Levante manualmente el seguro de la puerta de pasajeros para que la clienta entrara.

-¿A dónde se dirige?- Le pregunté.

-Al Jardín Glandorf por favor.

Encendí el taxímetro y me dirigí a mi destino. Debo admitir, que la calle Glandorf no es muy transitada por los taxistas, así que al principio tuve que pedirle un poco de información extra a mi pasajera, quien amablemente me indico en donde se encontraba el susodicho jardín –que no era más que un parque muy pequeño.

Al ver a mi pasajera por el espejo retrovisor, note con facilidad a que se dedicaba. Sus ropas rojas de negros encajes, su falda corta e incitadora, su maquillaje trabajo y llamativo. Sin duda era una de las llamadas "mujeres de la doblado" Pero esta era diferente a las otras con las que habia tratado anteriormente en mi vehículo. Ella se veía más sonriente y tenía una mirada de esas a las que le dicen "soñadoras" Durante todo el camino tenia los auriculares puestos, así que no hizo nada por intentar establecer una conversación.

***

La noche siguiente, una vez más, cuando estaba a punto de ceder al sueño, la misma mano y los mismos golpeteos. La misma dirección.

-¿Tiene algo usted?- Le pregunte a la joven ya que esa noche no tenía la mirada, caí infantil y la simpática sonrisa del día anterior.

Me platico, luego de un par de insistencias mías que se encontraba consternada debido a que probablemente se le iba a acabar su trabajo, ya que tras la construcción de la llamada Ciudad Judicial, tanto ella, como otras mujeres de su misma profesión iban a ser reubicadas de lugar. Esto debido a que le daban un "aspecto demacrado" a una ciudad en crecimiento como es Chihuahua.

Intenté consolarla diciéndole lo atractiva que era, y como es que no sería difícil encontrar clientes en cualquier lugar. Ella soltó una carcajada y negó con la cabeza.

Luego de algunos momentos de silencio, me atreví a preguntarle el porqué de su profesión.

-Cuando tus padres te corren de tu casa, y cuando no te dan empleo en ningún lado, no tienes muchas opciones.

Me conto que vivía en una casa de renta cerca dela calle Glandorf. Con el dinero que juntaba estaba ahorrando para irse a Estados Unidos a vivir una vida mejor, y con más oportunidades. Esa era su meta en la vida, dejar de lado "el país de nunca jamás" –como ella le decía a México debido a sus nulas oportunidades- y viajar hasta encontrarse con una vida mejor. Pero con la reciente notica, parte de su meta fue desechada por la borda del crecimiento urbano y perdió parte de su alegre semblante.

-México es un país de oportunidades.- Le dije intentando persuadirla a conseguir un empleo más "decente"

Ella solo suspiro.

-Ya quisiera yo que así fuera. Usted por lo menos es uno de los pocos afortunados que tiene un buen empleo.

Le comenté que conocía a una señora que estaba contratando personas para una tienda de ropa que acababa de abrir al sur de la ciudad. Le dije que la mujer era muy amiga mía y que podía convencerla de darle un buen empleo, bien pagado y estable. Quedamos con ir con mi conocida la noche siguiente a las siete de la tarde.

Tatiana –el cual era el nombre de la muchacha- se alegró mucho con la idea, y me agradeció mis buenas intenciones, acepto de inmediato la cita del siguiente día.

Ahí estaba otra vez, la cálida sonrisa que me habia encontrado la noche anterior, la misma chispa de energía, y el deseo de vivir rara vez encontrado ahora en los ojos humanos.

Esa misma noche, despues de dejar a Tatiana y despedirla amistosamente, me retire a mi casa en mi taxi, silbando alegremente. Un sentimiento de calidez humana llenaba mi pecho esa noche.

***

El día siguiente, a las siete de la tarde, estacione mi taxi en el lugar indicado y espere la llegada de Tatiana. Encendí la radio, y una dulce melodía lleno el interior del vehículo con aire primaveresco.

Las horas pasaron, Tatiana no llegaba. La noche se ciñó oscura sobre la ciudad sin más estrellas que focos. Tatiana no llegaba. Al final decidí marcharme. Me convencí a mí mismo que seguramente mi pasajera habia estado muy ocupada aquella noche y por eso habia faltado a la cita. Aun así, decidí que regresaría el día siguiente, por si Tatiana llegaba cargando consigo su cálida sonrisa.

El día siguiente sucedió lo mismo. Las horas pasaron, tediosas y pesadas, la noche llegó, las estrellas se ocultaron.

El tercer día en la mañana, me encontraba yo reposando en una banca mal pintada de uno de los parques de la ciudad con mi taxi estacionado al frente.

Un joven vendedor de periódicos paso por la banqueta. Decidí comprarle uno ya que el aburrimiento me estaba matando. Cuál fue mi sorpresa al encontrar , en primera plana, el cuerpo muerto de mi alegre pasajera cubierto de sangre y una serie de cordones amarillentos a su alrededor.

El encabezado se titulaba: ¡Agarran a palazos y matan a transexual!

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