Sopa de gallo rojo

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El doctor Sergio Casas era un experto en botánica de todo tipo, su casa en la gran ciudad de Chihuahua emanaba perfumes de muchos matices diferentes, pareciese que la nariz humana no estaba hecha para soportar tan grandes hedores repulsivos ni tan...

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El doctor Sergio Casas era un experto en botánica de todo tipo, su casa en la gran ciudad de Chihuahua emanaba perfumes de muchos matices diferentes, pareciese que la nariz humana no estaba hecha para soportar tan grandes hedores repulsivos ni tan grandes perfumes exquisitos.

Llego el día en el que el doctor debía salir de la ciudad y viajar a una lejana comunidad en Majalca para estudiar la flora silvestre de aquel arcaico lugar. Tenía rondando en su cabeza la extravagante idea de que la cura del alzhéimer se encontraba en un alga que crecía en las orillas de un riachuelo de aquella sierra.

Partió a su destino, sin mucho más encima que sus libros de botánica y un par de cambios de ropa.

Decidió que se hospedaría en un económico hotel en Nuevo Májala, edificio de rosada fachada decorada con groseras mariposas oxidadas y descoloridas. La recepcionista del hotel era una mujer alta, canosa y de aspecto poco apetecible. Esta tenía un trio de hijas, todas igualmente altas y poco lucidas: escamosas, bigotonas y con un horrendo aseo personal.

Dos de las hijas de la recepcionista, estaban casadas, a excepción de la menor, quien aún no conseguía un hombre para lanzar anzuelo. Obviamente, esta, al ver al joven doctor en su casa –Ya que el cuarteto mujeres residía en el hotel que administraban- empezó a lanzar miradas indiscretas y sonrisas al instante que lo vio pisar el suelo opaco de la recepción.

-¿Cuánto me va a cobrar por unas tres noches?

-No se preocupe joven. Aquí en el pueblo somos muy hospitalarios y no cobramos a los visitantes hasta el día que se marchan. No piense usted que será mucho, unos cuentos pesos bastarán para mantener este cuchitril a flote.

Esa misma noche, el doctor durmió como tronco luego de repasar una y otra vez sus libros carcomidos sobre plantas y vegetales. El delicioso olor a pino y el aire limpio del campo le habían devuelto las energías despues de un largo camino sin mucho rescatable.

A la mañana siguiente, y muy temprano, la señora del hotel llego a la habitación del doctor y luego de tocar la puerta repetidas veces, gritó desde el otro lado de esta.

-Joven, el desayuno ya está listo, puede bajar por el sí gusta.

Sergio contesto afirmativamente desde el borde de su cama.

El comedor era pequeño y poco especial, la comida era igualmente pequeña y poco especial, lo único rescatable de aquel desayuno fueron las visitas que en ese momento dejaron al doctor desconcertado. Los maridos de las dos hijas casadas de la recepcionista eran hombres bien parecidos y de una cantidad considerable de ganancias monetarias. Todo lo que hacían o decían sobre sus achaparradas esposas terminaron por empalagar al doctor debido a sus incipientes frases repasadas, sus caricias desinhibidas y sus melosos modos. No hay que dejar de lado, que durante todo el desayuno, la muchacha soltera no apartaba la vista del doctor.

-Ya terminé señora, fue un muy delicioso desayuno.- Dijo Sergio al momento que se levantaba de la mesa.

-¿Se va tan pronto joven?-Preguntó la señora del hotel

-Sí, tengo que salir un poco más temprano. Anoche llovió un poco y eso es muy bueno para nosotros que nos dedicamos a las plantas. No sabe usted las propiedades que algunas de estas sacan con mayor facilidad despues de un poco de agua.

La señora sonrió levente.

-Joven, no le extrañe que en un pueblo tan chico, todos saben bastante de herbolaria. Ahora, siéntese por favor, y quédese con nosotros, cuéntenos un poco más de la vida en la ciudad.

A pesar de sus esfuerzos por retirarse de aquel incomodo lugar, no pudo evitar que la señora alta y canosa lo convenciera de quedarse alguna hora más.

Les hablo de todo a la familia, les conto como es que en Chihuahua el tiempo pareciese ser el tirano que dominaba con puño de hierro a todas las personas. Les conto como es que la precipitación de una vida guiada por horarios y ofertas contrastaba de forma abismal entre la vida en un pueblo tan pequeño y poco conocido como Nuevo Majalca. Todos los oyentes de la plática del doctor se miraban fascinados y con sumo interés por las palabras del visitante.

-¿No le gustaría venir a vacacionar algún tiempo aquí?- Preguntó la señora.

-Si... Bueno, es un hermoso lugar, pero honestamente, aún tengo cosas por hacer en Chihuahua.

En cierto momento de la plática, la muchacha soltera salió del comedor y se dirigió a la cocina, cuando regreso, traía entre sus alargados dedos un platito de barro, sin decoración alguna en su superficie, el cual despedía una humareda de vapor. Esta, posiciono el plato frente al doctor Casas con una sincera sonrisa en el rostro, a diferencia de él, quien al ver el extraño plato no pudo hacer otra cosa que alejar su cuerpo levemente de la mesa.

El plato contenía una especie de caldo rojizo en el cual nadaban algunas especies olorosas, pero lo más llamativo de este era el costillar de pollo que parecía estar bañado en una muy enrojecida salsa de tomate.

-Es sopa de gallo rojo.-Indico la señora.- Es la especialidad de Susanita. Ella normalmente no prepara ese plato, seguro que usted es muy especial para ella.

El doctor no hizo más que sonreír, y dar las gracias mientras empujaba levemente el plato con el enrojecido caldo lejos de él, pero fue tanta la insistencia de la señora, que finalmente termino por comérselo. Al final admitió que las sopa en realidad si tenía una sazón bastante deliciosa.

Luego de un arduo día de trabajo en los bosques cercanos a la comunidad, el doctor llego a su habitación en el hotel, se recostó cómodamente –luego de leer algún capítulo de alguno de sus libros- y se dispuso a dormir.

Esa noche, Eros, con su incipiente lanza del deseo no lo dejo en paz en ningún momento. En sus sueños (más similares a los de un púber que a los de un adulto) aparecían las más sugestivas escenas que el doctor jamás habia imaginado. Fue luego de soñar una escena con la hija menor de la señora que su cabeza no dio para más y se levantó de golpe.

Despertó a mitad de la madrugada, sonrojado y bañado en sudor y con un gran deseo de partir del pueblo en ese mismo instante. Tomo su mochila con sus cosas, y luego de dejar una cantidad considerable de dinero en la recepción, salió del hotel con dirección al lugar donde habia estacionado su vehículo, justo a la sombra de un gran pinabete.

Cuál fue su sorpresa que al pasar por un riachuelo cercano se encontró cara a cara con la hija menor de la señora del hotel. Ella se veía preciosa, cual ninfa del bosque.

La joven mujer, con una amplia sonrisa, avanzo hacia el doctor lentamente, con la intención de fundirse en un abraso con él. Pero este, por alguna razón, rechazo la imagen que sus ojos le proporcionaban y salió corriendo del lugar.

Jamás volvió a Nuevo Majalca despues de la experiencia.

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