Ese era el primer día en el que oficialmente no sería una cifra más en los altos índices de población desempleada dentro del país. Hubiese sido lindo decir que estaba emocionada, pero odiaba levantarme temprano y llovía a cántaros.
Lo que más me gustaba de este trabajo era que no tenían código de vestimenta. Me cagaba muchísimo en dar buenas primeras impresiones, ¿quién se levanta antes de las siete y tiene ánimos para maquillarse como una princesa? Igual era probable que, nada más llegar al edificio, me entregasen el equipo de seguridad reglamentario que habría de usar todos los días, botas con punta de hierro incluidas.
Además, apenas podía pensar mientras arrastraba mi existencia, bañada y vestida, hasta la mesa donde aguardaba un sándwich que Ronald me había preparado antes de irse. Bendito fuese mi compañero de piso que sí comprendía los problemas de las mujeres modernas que no se quedaban a servirles en casa a sus maridos. Éramos una nueva clase empoderada, trabajadora e independiente, lista para...
«Hey, I just met you, and this is crazy
But here's my number, so call me maybe»
Hum. Al parecer alguien había tomado mi teléfono sin permiso y había configurado los tonos de llamada a su antojo. Ese alguien también se había molestado en tomarse una foto para que pudiese tener una vista en alta definición de su pálido y sonriente rostro cada vez que marcara mi número. Maravilloso, simplemente maravilloso; viva la confianza. Suspiré y deslicé el dedo para poder atender.
—Nena, voy llegando en cinco —me dijo.
—¿Es necesario que me llames «nena»? No me vienes a recoger en moto y puedo apostar un brazo a que no te pusiste una chaqueta de cuero para tu primer día en el trabajo.
—Quería sonar romántica y cautivadora. ¿Por qué le quitas la emoción a todo?
—Porque tengo un alma oscura y vacía —le dije, y reproduje en mi mente una canción de «My Chemical Romance» como banda sonora de mi trágica existencia—, no puedo soportar que la gente esté feliz alrededor de mí antes del mediodía.
La imagen de Abigail rodando los ojos ante mi comentario fue casi tangible. Sin embargo, al otro lado solo se escuchó un impersonal «Espérame abajo e intenta no tirarte por el balcón» antes de que colgaran. Me apuré lo que quedaba del sándwich, cogí mi bolso y mis llaves, guardé mi teléfono en el bolsillo y salí con una taza de café, un moño de bailarina y unas ojeras que fácil podían ganarle en extensión territorial a los Estados Unidos, dispuesta a enfrentarme al mundo.
Lo bueno de mi nueva amiga era que no le molestaba hacerme de chofer porque vivíamos en la misma zona residencial. Lo malo era que, en el idioma de Abigail, cinco minutos eran el equivalente a media hora y un «voy llegando» quería decir que apenas estaba por tomar una ducha. Demonios. Y yo había madrugado para llegar temprano al menos el primer día.
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Punto de inflexión
ChickLit¿Saben qué es lo que nunca puede faltar en una comedia romántica? Además, claro, del tipo guapo que se enamora de la mujer independiente, del sexo inolvidable y de la subnormalidad crónica de los protagonistas. Se los digo: falto yo, la víctima de l...