No me molestaba que la navidad fuese una fiesta comercial y mucho menos me resultaba desagradable la idea de servir una ostentosa cena y recibir regalos. Sin embargo, había algo que no toleraba de estas fiestas y eso eran los villancicos. Me ponían nerviosa. Creo que por ello, ese día de la víspera de navidad, ya estaba planteándome seriamente saltar por la ventana.
«Rudolph the Red-Nosed Reindeer,
Had a very shinny noseeee»
Por alguna razón que aún intentaba comprender, Abigail había llegado al departamento a las cuatro de la tarde con una caja de adornos y un pino que mediría unos cuatro pies y medio, para decorar la sala. Mientras tanto, Ronald preparaba la cena que serviríamos en la noche. Y yo... Bueno, yo los supervisaba.
«Then one foggy Christmas Eve,
Santa came to say...»
—«Rudolph with your nose so bright, won't you guide my sleigh tonight?». —Más inquietante aún que la canción del reno narizón, era que Abigail llevase puesto un cintillo con unas astas de plástico y unos cascabeles que sonaban cada vez que su cabeza se movía al ritmo de la música.
—¿Podemos optar algo menos deprimente? —pregunté—. Esta canción me perturba, una apología bárbara al sueño americano y al capitalismo salvaje.
Mi amiga volteó a verme por encima del hombro con ambas cejas alzadas.
—Por favor, si tú eres una defensora acérrima del libre comercio y odias dar dinero para causas benéficas—bufó—, no sé qué pretendes con este doble discurso.
Luego de ello, volvió a concentrarse en su tarea de embellecer aquel pino enano y sin gracia como si yo no existiese.
—Soy socialdemócrata, ¿vale? —Cerré la laptop y me paré del sofá—. Socialdemócrata.
Entendí que si no tomaba la iniciativa, seguiríamos escuchando esos villancicos rancios, así que cogí mi CD favorito de «The Police» y no le pedí permiso a nadie para reproducirlo en el equipo de sonido. Cuando comenzó a sonar, Abigail arrugó la nariz y Ronald se asomó por el resquicio de la cocina, pero, gracias al cielo, ninguno se quejó porque estaban demasiado ocupados con sus respectivas tareas.
Volví a hundir mi trasero en el sofá y seguí dedicándome a supervisar su buen desempeño desde allí. No me juzguen, ser una completa inútil en una casa llena de gente útil tenía su mérito. Además, esos videos navideños de gatitos no se iban a buscar solos, ¿o sí?
—Max se presentó hace dos días en la puerta de mi casa. —Dejó caer el comentario como si nada y siguió concentrada en la decoración del árbol—. Me pidió disculpas y se arrepintió de haber dicho todas esas cosas porque en realidad no las sentía. Trajo flores y chocolates. Me ha extrañado mucho.
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Punto de inflexión
ChickLit¿Saben qué es lo que nunca puede faltar en una comedia romántica? Además, claro, del tipo guapo que se enamora de la mujer independiente, del sexo inolvidable y de la subnormalidad crónica de los protagonistas. Se los digo: falto yo, la víctima de l...