Como era de costumbre Susanoo iba tarde, siempre encontraba una excusa para llegar tarde a todo; inclusive a su propia ceremonia de ascensión, algo que había esperado por siglos (literalmente). Su mente solo pensaba «Al fin seré un dios mayor, como lo merecía», para él eso era su mayor ilusión.
Una suave brisa agitó su cabello plateado amarrado en una cola, entonces aceleró el paso. Caminó por un sendero de piedra hasta pasar por el camino de árboles de cerezo, que botaban gentilmente sus hojas al río que cubrían con sombra, al pasar por un puente se detuvo a ver su reflejo en el agua: su piel tan blanca con la nieve era contrastada por sus ojos dorados como el oro, que brillaban con la más mínima luz.
—Onii-chan. —interrumpió su momento de paz. Era su hermana gemela Tsukuyomi. —Vamos tarde, que haces ahí parado. —le regañó haciendo un intento fallido de mueca gruñona, la cual la hacía ver endemoniadamente tierna.
Tsukuyomi estaba usando un furisode de color índigo con bordados dorados, su cabello estaba amarrado con un moño y un mechón de su frente se ondulaba hacia un lado, se veía hermosa, también lista para su ceremonia.
—¿Ehh? —contestó Suanoo regresando a la realidad. —Tsukuyomi-san, gomenasai me distraje con las flores de cerezo.
Ella le golpeó y brazo e hizo una mueca de burla. —Apúrate o llegaremos tarde a la casa de Otou-san. —dijo mientras se adelantaba.
—También me da gusto verte. —se quejó Susanoo a sus espaldas.
Susanoo apresuró el paso para alcanzar a su hermana que tranquilamente tarareaba una canción que Susanoo reconoció al instante.
Madokara mieru.
Kagayaku Ume Ichirin.
Ichirin Hodo No
Sono Atatakasa
Madokara Mieru
Mabusii Me Ni Wa Aoba
Yama Hottogisu
Aa Hatsugatsuo
Madokara Mieru
Sawayaka Akikaze No
Yama O Mawaru Ya
Ano Kane no Koe
Yomei
Ikubaku ka Aru
Yo mijikashi
Madokara Mieru
Hieta Yuki No Ie Ni
Nete Iru To Omou
Nete Bakari Nite
Madokara Mieru
Tanoshi Ichihatsu No
Ichirin Shiroshi
Kono Haru No Kure
Al terminar de cantar, notaron que ya se estaban acercando al Takamagahara, sus enormes murallas hacían de aviso a cualquiera quien se acercara de que ya se acercaban a la Llanura del cielo. Cruzaron la primera muralla y caminaron por de la primera parte de la ciudad, las casas de los dioses menores, o como unos les dicen, los sin poderes, eran de descendencia divina, pero no tenían ningún poder, eran mercaderes y criados en su mayoría, otros son solo guardias comunes.
Observaron las torres de vigilancia, vigías con poderosos arcos yacían en ellas, vigilando que ningún Yokai se acercase; algunos dioses menores se les acercaban a darles comida o para iniciar una tranquila charla. Detrás de las murallas habían pequeñas construcciones de madera con algunos guardias comiendo y bebiendo, esperando su turno durante el cambio de guardia. Más adelante yacían los puestos de comercio, donde los artesanos diseñaban sus productos en vivo al aire libre y exhibían sus mejores piezas; sastres vendían ropas de diferentes diseños y telas a todo el público; verduleros y carniceros vendían sus comidas frescas y coloridas.
Continuamos caminando hasta llegar a las casas de los habitantes de la ciudad, construcciones sencillas y cómodas para vivir, luego estaba la armería, con dos guardas y un escriba anotando todo lo que sucedía y cada arma que se movía. Después de eso había otra muralla de piedra liza, pintada de blanco con tejas rojas, detrás de ellas estaban las casas de los criados reales, guardias de alto rango y sus familias.
—Onii-chan, ya casi llegamos a la casa de Otou-san. —comentó Tsukuyomi señalando el templo en la cima de la colina. —Debemos darnos prisa.
Alzó la vista y vio que ya casi estaban ahí; continuaron por el camino principal y un grupo de aves les acompañó hasta que llegaron a la cima de la colina, respirando profundo una suave brisa refrescó su mañana recuperando el aliento y la energía.
Un enorme castillo yacía frente a ellos dos y un arco de madera rojo indicaba su llegada. Susanoo se sentía algo nostálgico, llevaba ya años de no regresar, a su primer hogar.
—Me pregunto dónde estará.... —preguntó Susanoo
—Onii-sama. —le interrumpió una voz al fondo de la casa.
—Olvídalo, ya la encontré.
De la casa salió Amateratsu, la otra hermana, llevaba un Furisode carmesí con bordados dorados, su cabello estaba suelto se movía como las llamas de una fogata con el viento.
—Amateratsu-chan, que alegría verte otra vez. —le dijo Susanoo mientras la abrazaba. —Te extrañe mucho.
—Hey, tu no me dijiste eso cuando nos topamos en el camino de Sakura. —comentó Tsukuyomi enojada.
—Gomen Gomen, pero tú me regañaste y me aplicaste la ley del hielo por cinco minutos.
Amateratsu empezó a reír cubriendo su boca tímidamente con sus manos, ella si quiera sonríe muy seguido, así que verla reír significaba que algo bueno estaba pasando.
—Vamos, ya es tarde, la ceremonia debe empezar. — dijo Amateratsu con un tono tranquilizador.
Cruzaron la parte inicial de la casa, por la sala principal donde los criados terminaban de acomodar los adornos para la cena, luego llegaron al jardín central, un enorme cuadrado de arena blanca con árboles de bonsai colocados estratégicamente para darle tranquilidad, elegancia y espiritualidad.
Habían muchas personas observando a la sombra de los pasillos, algunos sentados otros de pie; eran los demás dioses, generales y soldados de los más altos honores, juntos a sus familiares y criados. Les miraban en silencio, tanto juzgando como admirando.
Caminaron por un camino de tela blanca que cruzaba el jardín de un extremo al otro, hasta que a un gran árbol de cerezo y justo al frente de un gazebo de madera, frente a la cual se sentaron sobre sus piernas. Susanoo sacó sus katana y wakizashi de su kaku-obi, perfectamente envainadas y presentables y las colocó al frente de él entonces cerró los ojos y se reverenció hasta que su frente tocara el suelo.
Estaba nervioso pero sabía que debía hacer en todo momento, la brisa acariciaba si rostro y susurraba tranquilidad a su oído, entonces los antiguos tambores empezaron a sonar indicando que la ceremonia estaba a punto de comenzar.
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El Último dios
FantasyDesde su nacimiento Susanoo no fue aceptado por su padre y su difunta madre no estuvo ahí para él. Lo que hará que busque ganarse el respeto de su padre y los demás dioses, demostrará con todo lo posible que él no es solo una bestia para matar. Pero...